Etienne Sauriau catalogó --a finales de los años cuarenta-- aquello que llamó “las existencias menores”. Lo menor, entonces, no como insignificancia sino como potencial, una positividad, un virtual lleno de posibles, siempre que se les reconozca un derecho a existir. Ese derecho de existencia necesitará de testigos y abogados, defensores, ya que su litigio será difícil, en tanto que reclama un nuevo modo de percibir y de poblar el mundo. Según David Lapouyade, hay existencias que devienen más reales, y existen en dos series, o bien tratamos con seres que intensifican la realidad de su existencia permaneciendo en el mismo plano, o en la otra serie, son aquellos que están obligados a cambiar de plano de existencia para acrecentar su realidad. El problema general es el mismo: ¿Cómo volver más real lo que existe? Sauriau habla del arte del ser, en su variedad infinita de los modos de existencia: “Las existencias son todas las existencias, es cada modo de existir, en todos, en cada uno tomado por separado, la existencia reside y se consuma integralmente”. Parte de un “pluralismo existencial”, entendiendo que no hay un único modo de existencia para todos los seres que pueblan el mundo, así como que no hay un único mundo para todos esos seres. Además, y recíprocamente, un ser no está consagrado a un único modo de existencia, uno puede desdoblarse, triplicarse en su existencia, puede existir sobre varios planos distintos, al tiempo de permanecer numéricamente uno. Se existe en tanto cuerpo, en tanto psiquismo, como reflejo de un espejo, como tema, como idea, como recuerdo en la mente de otro, y es preciso considerar a cada uno de estos modos como arte de existir.

¿Qué le queda a un ser cuando su modo de existir es puesto en discusión? ¿Qué espacio-tiempo le queda y puede ocupar legítimamente? ¿Dónde encontrar en uno mismo los recursos para legitimar tal o cual modo de existencia singular? No se existe por sí mismo, toda existencia tiene entonces necesidad de intensificadores para acrecentar su realidad. En suma, un ser no puede conquistar el derecho de existir sin el auxilio de otro, al que hace existir.

Nos preguntamos entonces ¿mediante qué gestos, a partir de cuál arte, logra Neil Harbisson posicionar legítimamente la suya?

“No uso tecnología, soy tecnología“. Con esta frase, el artista ciborg inaugura un proyecto que está compuesto por cinco elementos que explorarían la unión entre el hombre y la tecnología en distintas disciplinas a través de la creatividad y la innovación. El británico, criado en Mataró, es el primer hombre ciborg, palabra que en inglés se compone de cibernética y organismo. Nació con acromatopsia, una enfermedad congénita que solo le permitía ver el mundo en escala de grises, y para solucionarlo se implantó una antena en la cabeza que le permite detectar vibraciones de luz, si no podía ver los colores, podría “oírlos”... Dice: “Vengo de un mundo donde el color no existe, pero no ignoro la existencia del color, está en todas partes, en las palabras, en las cosas, en el agua fría y el agua caliente, en el metro de Japón, hay países que tienen la misma bandera y solo las diferencia el color, hay relación entre el color y el sonido. Este es un ojo electrónico que me permite escuchar el color”. Neil afirma que dicha antena no está anexada en su cuerpo, sino que es un órgano más del mismo. Explica que cada color tiene su frecuencia y que la antena le envía señales a un chip implantado en su cráneo y así es capaz de escucharlas. Esta no tiene suitcher, no hay of ni on, por lo que en principio debió aprender a saturarlas. Solicitó implantarse en un hospital de Gran Bretaña, pero luego de muchas audiencias con el tribunal de bioética, el pedido fue denegado, por lo cual terminó haciéndolo por un médico de manera anónima. Otro obstáculo se presentó al renovar el pasaporte, ya que las autoridades se oponían a que en la foto junto a su cara salga la antena, hasta que finalmente logó convencerlos y obtuvo su documentación. No solo dice haber creado “un nuevo sentido” que no le es natural, sino que también puede captar vibraciones más allá de la percepción humana, como los rayos infrarrojos y ultravioletas. Agrega con humor que él sabe que días la pantalla solar se vuelve imprescindible. Además de ser pionero en la conversión del hombre en tecnología, Harbisson también se constituye en embajador de la causa. Ha creado, junto a otra artista llamada Moon Ribas, la Cyborg Fundacion, institución dedicada al desarrollo del movimiento ciborg donde se invita a los interesados a promover “sentidos adicionales“ o “nuevos sentidos”. Ambos se implantaron un diente ciborg (We Tooth) que posibilita el envío de señales de uno al otro sin necesidad de abrir la boca. Luego de una fundamentación teórica de los Transhumanos sostiene que al fusionar el ser humano con la tecnología, podemos convertirnos en diseñadores de “nuestro cuerpo y percepción “. Pretende así enseñarnos con su arte “una nueva percepción de la vida“. Dice así: ”Una cosa que pasa es que empiezo a tener un efecto secundario, es decir, que los sonidos comienzan a convertirse en color, escuché sonar el teléfono y lo sentí verde porque tiene el mismo sonido del verde, la antena es como un brazo, una nueva parte del cuerpono sé como describirlo”. Escuchar a Mozart se convirtió en una experiencia amarilla, tal habilidad sensorial ha hecho que empezase a “colorear” música y discursos. Compara así el discurso de Luther King I have a dream , con uno de Hitler y los representa en colores, así también comenzó a crear melodías a partir de cuadros famosos, los de Goya sonarían suaves, los de Warhol altos y ruidosos. Construye entonces “retratos sonoros”, con los colores que emergen de la música de Madonna, Lady Gaga, Justin Beber, incluso cuando ve a una persona, a partir de las vibraciones que emiten sus cabellos, labios y ojos, puede afirmar “su cara me suena”.

“Cambió la comida, ahora la escucho, ahora me puedo comer una canción, puedo componer música con lo que veo en un supermercado. Las ciudades no son grises, Lisboa es turquesa. Londres es roja, Madrid es terracota, la gente blanca es naranja, la negra naranja más oscura, no somos blancos y negros, somos naranjas.” Afirma que su posición es ética, considera que si en el siglo XX el hombre fue al espacio, ahora le toca al espacio ir al hombre, ya no pensar más en aplicaciones para las máquinas sino transformarnos nosotros mismos en tecnología. Agrega que si tuviéramos la capacidad de fotosíntesis que tienen los gatos, veríamos de noche y no gastaríamos tanta energía. Asegura que estamos en transición, que ya somos ciborgs psicológicos, asumimos parte del lenguaje de las máquinas, decimos estoy “sin pilas”, me puse en “modo avión”, que ahora vendría lo biológico, la trans-especie. Concluye: “Ser humano es algo temporal, el futuro de la especie será el de unirnos y escoger qué sentidos y qué órganos queremos tener, el software y mi cerebro crearon un nuevo sentido, ahí me consideré un cyborg”.

¿Qué nos enseña, testimonia, sugiere? ¿Es un artista creando nuevas formas y sentidos, un antropólogo que difunde una nueva concepción del hombre y la cultura? ¿Cómo satura la multiplicidad de sonidos que lo invaden de forma permanente, es ruido o nueva conquista y registro? ¿Es Darwin diseñando la próxima episteme? La cuestión es política tanto como estética, ¿qué nuevas fronteras se trazan, que muros se erigen, qué límites empuja Harbisson a partir de su singular arte de existir?

Susana N. Carugo es licenciada en Psicología, mgter. en Epistemología y metodología de la investigación científica.