Esta semana anduvo hablando ante varios públicos específicos una cubana vivaz y simpática que además sabe de qué habla. Gladys Collazo Usallán preside la Comisión Nacional de Monumentos y el Consejo de Cultura de Cuba, y es una funcionaria de carrera en esa área. Fue invitada a Buenos Aires por la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos que preside Teresa de Anchorena, que está creando una verdadera red de contactos entre comisiones latinoamericanas que ya incluyó visitas de Chile, Paraguay y Uruguay.
Usallán visitó el Congreso para ver las enormes obras de restauración del palacio legislativo, y habló ante el equipo del PRIE. También hizo la presentación del libro sobre el patrimonio ferroviario en nuestros países (ver página dos de este suplemento). Y este jueves tuvo una charla con los miembros de la Comisión argentina, sus asesores y expertos, que fue muy reveladora sobre cómo se tratan estos temas en la isla.
En Cuba, el principal peligro para el patrimonio edificado no es la especulación inmobiliaria, como entre nosotros, pero sí la falta de recursos. Esto crea el peculiar paisaje urbano de las ciudades cubanas, donde raramente faltan piezas en el tejido y casi nunca hay una torre fuera de lugar, pero donde casi todo está cachuzo. El problema no es la demolición sino el derrumbe.
Según cuenta Usallán, esto está cambiando al menos en un sector, el hotelero, porque la industria del turismo no para de crecer en su país. La comisión está conteniendo y controlando los proyectos más fuera de escala del capital internacional, pero es mucho más difícil limitar el impacto de cientos de pequeñas obras en casas particulares que se reciclan para restaurantes o albergues. Las ciudades cubanas preservan tesoros coloniales literalmente únicos, con lo que la microempresa tiene un impacto cierto en el patrimonio.
La comisión cubana es muy grande, con decenas de miembros, e incluye especialistas en tipos de arquitectura y tipos de materiales. Esto hace que sus reuniones sean largas y profundas –“son como clases”, explica su titular– y a la vez que sea difícil de manipular. La actitud es la de “ser severos, pero luego flexibles”, de modo de comenzar las cosas con rigor. Los arquitectos y constructores de la isla ya saben que no es fácil convencer a la comisión de permitir intervenciones desprolijas o excesivas. El nivel básico de las propuestas es, por lo tanto, muy alto.
En Cuba hay tres niveles de catalogación, todos nacionales porque las ciudades y provincias no desarrollaron uno propio. El más alto es el de monumento nacional, seguido por el de monumento local. Luego vienen las zonas de protección, similares a nuestras APH pero aplicadas a cara de perro, sobre todo en materia de contextos y zonas de amortiguación. Además y de un modo de menor peso legal pero igualmente con validez oficial, existe un inventario. Por un lado, esto es una exigencia que le hace la comisión a pueblos y ciudades, por la simple razón de saber qué hay en cada lugar y recibir información sobre piezas de valor. Por el otro, se usa como un primer nivel de protección antes de las declaratorias.
Por ejemplo, el barrio histórico de La Habana comenzó como un inventario y gracias a la mítica Oficina del Historiador local se transformó en uno de los más formidables casos de protección de las Américas. Quien visite la capital cubana sabrá que puede hacer algo que sólo se puede hacer en Europa, caminar kilómetros y kilómetros siempre rodeado de patrimonios de diversas épocas. También verá que el problema es la falta de materiales específicos, como pinturas que resistan la corrosión de la sal, y de simple capital para obras.
Hablando de dinero, los argentinos escucharon con envidia que la comisión cubana es financiada por las entradas que se pagan en los 340 museos del país. Esto significa que el patrimonio edificado recibe directamente un porcentaje de la industria internacional del turismo para mantener los atractores. Así se explica que la institución tenga fondos para emergencias y pueda cofinanciar con el Estado ciertos proyectos de trabajo.
Gladys Collazo Usallán va a hablar este lunes a las cinco en la misma Comisión, en el edificio justo atrás del Cabildo. Es una oportunidad para escuchar una voz experta.
Y ahora en Arroyo
Los memoriosos recordarán que el origen de las cuasi peatonales que están arruinando el centro de la ciudad fue un papelón grave del ex ministro de Desarrollo Urbano, el imperial Daniel Chain. El hombre es un arquitecto más, cuyos edificios jamás serán recordados por algún escondido valor estético, pero en cuanto llegó a la función pública se sintió un Barón Haussmann listo a remodelar París. Una de sus ideas peregrinas fue peatonalizar la calle Defensa desde la Plaza de Mayo hasta el Parque Lezama. Los vecinos aullaron de furia, muchos señalamos lo amañado y artificioso del proyecto, pero lo que lo mató fue la extremada improvisación de toda la movida. Resultó que Chain, que es imperial, no había consultado con su secretaría Legal y Técnica, y no sabía que no se puede peatonalizar sin ley de la Legislatura. Ahí quedó el proyecto, limitado a algunos empedrados muy mal puestos y algunos lomos de burro glorificados como “cruces peatonales a nivel”.
Pero como todo en esta vida macrista termina en un castigo, del papelón surgió la idea de la “semipeatonal”, la calle nivelada con bolardos y tránsito limitado. Después de la experiencia tan divertida de las bolas de cemento en Recoleta, Chain aceptó poner unas suertes de balas de cañón de fierro negro, fuera de lugar pero al menos más firmes. Estas piezas, las baldosas de mala calidad, el cemento mal peinado y los farolitos chinos de cuarta forman ahora el desesperante paisaje del microcentro.
Y, mala noticia, de la calle Arroyo. Esta calle es de las muy pocas de esta ciudad que se anima a tener algún encanto, en vez de ser paqueta y listo. Como es curva y cuenta con algunos edificios encantadores, en particular entre Cerrito y Suipacha, es un paseo tranquilo entre Alvear y el Estrogamou. Los materiales guarangos que ahora la cubren y esos faroles de espanto la están arruinando, transformando en algo vulgar. Que es la marca de la estética del PRO.