Los manuales para caballeros que aún circulaban en el siglo pasado cuando Alberto Fernández era más joven de lo que su hijo es hoy, insistían con la importancia de atreverse a usar pañuelo, “el complemento sofisticado que no debe faltar en el armario de todo hombre”, arengaban a los sobrios, los elegantes. Dicen que la mismísima María Antonieta llegó a dictar el “decreto del pañuelo” para regular el uso que todavía implica un escándalo aunque módico: el pañuelito loco es la excepción que confirma la regla del traje oscuro frente a la pavada colorinche de lo femenino y lo afeminado. Sigue el manual: “debe ser lo último que se elija al vestirse y debe rematar el conjunto con armonía”.
Es muy probable que lo primero que eligiera Estanislao Fernández Luchetti a la hora de decidir el vestuario adecuado para la asunción presidencial de su papá haya sido ese (para nada) accesorio que al instante se volvió carne de Twitter. ¡El hijo del Presidente lleva un pañuelo con los colores LGBTTIQ! Tanto descolocó el gesto que muchas publicaciones se dedicaron a explicar el significado de cada color de la bandera del orgullo y la existencia de identidades no hegemónicas, como si la sociedad estuviera dividida entre extraterrestres y vengadores.
Dyhzy, como un mago queer, desmontó el equívoco al día siguiente en su cuenta de Instagram. Es así, si se lo mide con vara técnica, en realidad no era ningún pañuelito sino una bandera tamaño real trucada con alta destreza en el interior de un bolsillo. Pero en términos simbólicos sí, era el pañuelito colorinche y afeminado cumpliendo con aquel cometido de “rematar el conjunto en armonía”, la misma consigna, palabras más palabras menos a la que el Presidente alude en su discurso cuando dice: “Quiero convocar a esta Argentina unida a desplegar una nueva mirada de humanidad, que reconstruya los vínculos esenciales entre cada uno de nosotros”. La escena de un padre y un hijo, con dos estilos completamente diferentes, pero no en pugna, que bromean sobre eso mismo propinándose cachetazos cariñosos al mejor estilo guapo en proceso de deconstrucción, es bandera. La existencia de Estanislao, junto con otros signos, como que la primera dama no sea una esposa “legal” ni mucho menos rescatada de un separación de hecho para cumplir con el canon de “presidente casado con hijos”, son bandera.
Estar en tus zapatos
A años luz de los viejos manuales de masculinidad y alimentado con otra bibliografía que abarca el arte del tatuaje, el animé y el universo drag queen de aquí a RuPaul, el pañuelo de Estanislao no es una excepción a la regla, es coherencia. Su vestuario se completó con un traje elegantísimo y unos zapatos clásicos que para quien tiene 24 años y vive en zapatillas deben de haber significado el mayor acto de amor a su padre. De hecho, contó después, caminaba con miedo a caerse y romperse algún hueso en el trayecto entre granaderos, pasos perdidos y escalinatas. Dyhzy, acostumbrade a subirse a plataformas, botas larguísimas de cosplay y estiletos de drag, avanzaba con temor a despeñarse desde unos flamantes y chatos zapatos de señor. Es así: la masculinidad y sus reglas, aunque parezcan llanas y desbordantes de seguridad, también están rodeadas de abismos. Y alguna vez todos los avezados caballeros de hoy actuaron como visitantes, como Dyhzy o como Estanislao, en sus zapatos.
Pero no fue esta íntima performance de género (y etaria) lo que llamó tanto la atención en redes. ¡El hijo del presidente lució un pañuelo con los colores de la diversidad! ¿Y por qué no? ¿Qué esperaban? Acaso el cuerpo de Estanislao, sus cejas perfiladas que admiten maquillajes fabulosos, sus shows en vivo, sus amigues y colegas drags, sus videos de Youtube, ¿no son ya por sí mismas una de tantas expresiones libres y espontáneas de lo que Alberto sintetiza como parte de “una nueva mirada de humanidad”? Como en la historia del El traje del emperador, pero invertida, algunos vieron en ese pañuelo, lo que los comerciantes del odio quieren que se vea: el objeto de una violencia que estos cuatro años desalmados han ido cargando de impunidad a fuerza de vista gorda y crucifijos. No olvidamos que contra el hijo de Alberto Fernández apuntó el combo Bolsonaro para entorpecer relaciones comerciales escudándose en una falsa lucha entre machotes como dios manda y objetos de escarnio. De este lado del mundo, hay quienes le reclaman no haberse aparecido montado como una diosa en la ceremonia (donde el protagonista era su padre, la vicepresidenta y el pueblo). Exuberante expresión de deseos, y en algunos casos, irresponsable exigencia, por cierto, bastante habitual en les aliades. No debería serlo, pero hoy, lucir esa bandera es un acto de coraje. “Ay, nene cuánto vas a sufrir” habrían atinado a decir las madres bienintencionadas y perpetuadoras del estigma, en una época que con mucho esfuerzo ya queda atrás. Hoy, la sociedad en su más diversa mayoría, está decidida a no permitir una gota más de sufrimiento. El abrazo entre discriminades tiene una fuerza arrolladora y amorosa.
Dicen que la costumbre del pañuelo empezó con los griegos, que lo llevaban siempre a mano para taparse la nariz de los olores a putrefacción que acosaban constantemente en la vía pública. ¡A darlo todo, Dyhzy! Se escucha desde el bolsillo en la ceremonia. O dicho en palabras del Presidente: “Volvimos y vamos a ser mujeres”. Porque el error nos hacen mejores y las diferencias también. Y como dice RuPaul (y podría también decir Cristina): "Good luck and don't fuck it up" Buena suerte y no la arruinen. ¡Carisma, autenticidad, valentía y talento!