Por algunos recuerdos de infancia, Catriel y Paco Amoroso parecen chicos del siglo 20. Por ejemplo, la papa de antena del televisor. Aburrirse mirando El Zorro. El Chavo, Los Simpsons. Un año, a San Lorenzo le fue pésimo en un Torneo Clausura. El padre de Catriel miraba los partidos yendo y viniendo de su taller, con aserrín pegado a la ropa. Así, Catriel se quedó sin tele y no pudo “compartir con otros niños” Los Caballeros del Zodíaco. Paco pasaba mucho tiempo en su casa de Villa Santa Rita porque la madre trabajaba todo el día. Los dientes de leche se le cayeron ahí. Todos juntos un día que logró pararse en el borde de la Pelopincho. Es la primera imagen de su amigo que se le viene a la cabeza a Catriel. La segunda es verlo resolver tablas en el pizarrón. En eso eran bien distintos: Paco no se sentía fuera de lugar en la escuela: “Siempre me gustó un montón la información”, dice. Pero a la larga, a Catriel también le fue bien: “La verdad es que siempre tuve carisma. Tenía que pasar el colegio y no era bueno estudiando, entonces se lo tenía que explicar a las profesoras”.
El próximo jueves, los amigos de primaria separados en la secundaria, vueltos a reunir con la clásica intención de llegar a vivir de la música, tocan con su ATR band para cinco mil personas en el estadio Obras. “Un suceso histórico porque no se va a repetir”, dicen: “No vamos a seguir tocando en Obras”. Hace dos semanas, estuvieron entre los cantantes invitados a reversionar clásicos de Gustavo Cerati en el teatro Colón. Hicieron “Crimen” bellamente. “No lloraba desde que era pobre”, escribió Catriel en Instagram . Al otro día fueron trending topic en Twitter. En YouTube, su video más reciente, “Mi Sombra”, fue tendencia más de 48 horas.
“OUKE” fue el despegue –el leitmotif es “fumando flores con Lamothe” y en el video actúa Esteban; supera las 10 millones de vistas–, ocurrió hace nueve meses. Pero Alejandro Terán, director y arreglador de la orquesta (mismo de 11 Episodios Sinfónicos), los conoce desde hace mucho más: es el padre de una amiga. “Verlo a él me da la confianza de que voy a ser un viejo re capo”, dice Catriel, además el guitarrista de Wos. “A mí me sirve ver viejos capos, pasa que no hay tantos”.
Los más fans habrán escuchado su primer disco solista, Cve7e, de 2015, cuando el trap –finalmente, el subgénero que instaló al género: gran cierre para una historia del hip hop nacional– todavía no había estallado. Catriel ya contó –en poco tiempo lo entrevistaron mucho– por qué empezar a rapear fue su medio de descarga negativa, cerca de los 20 años: “Me hubiese encantado ir al psicólogo, pero bueno, apareció ese canal. Después me enteré que en la psicología, cuando entrás en un mal flash muy zarpado, te hacen escribir todo lo que pensás, como 'me quiero morir, me voy a suicidar'. Yo no lo escribía así porque me gustó siempre la poesía y el romanticismo, pero realmente por ahí empecé a sacar mi mierda”. Paco estuvo al lado desde el principio. Compartían Astor y las flores de Marte, un potente cuarteto de rock con cruces de funk y reggae. Él tocaba la batería, a excepción de un tema, que cantaba: el lento que, según recuerdan ellos, detonaba a su público de máximo 200 personas. Recién cuando Catriel empezó a mover su proyecto de rap, Paco empezó a fijarse en el trabajo de los frontmans, dice, aunque en un momento siguió a Bon Jovi, y antes, cuando tenía siete, quien lo inspiró a convertirse en músico fue un violinista rockstar que vio por televisión.
Por separado –los años de secundaria que Catriel hizo en la escuela de música Esnaola y Paco en el Pellegrini–, se hicieron metaleros. Sólo que no eran los '90 ni los primeros 2000, sino ya casi los años de Agapornis y Wachiturros, pero ellos todavía lo recuerdan como tiempos de tribus urbanas: “Éramos nosotros con la casaca de metal”. A Paco el metal le hizo fijar la atención en la batería: lograba aislar el sonido y era lo único que escuchaba. “Me subía al colectivo a las 7 de la mañana y me ponía el mp3 al máximo. Me acuerdo que la gente se paraba y se iba a otro asiento. Y a mí eso me gustaba”, dice. Tomaba clases una vez por semana y practicaba en la casa con una muda. Al tiempo consiguió una de verdad y apareció Catriel con el proyecto de Astor.
Catriel, que de niño se adormecía si le daban el bajo y aprendió guitarra solo, siempre apuntó a tocar rápido. Por eso no se llevaron en ese punto con el padre, que le quiso enseñar blues. Aprendió más de él viéndolo actuar: liderando su banda o desenvolviéndose en sociedad: “Siempre conseguía lo que quería. Nunca tenía un mango pero siempre comíamos”. En el Esnaola hizo todo tipo de amigos: más estudiosos y más hippies. Se hizo querer y se recibió de profesor. Enseguida tuvo que poner todos los recursos en acción porque el padre murió y necesitó salir a trabajar. De día era maestro en escuelas primarias –“me convertía en un niño más, el más capo del aula”–, de noche era el guitarrista de Josefina Silveyra, que solía cantar en el hotel Faena. Lo que ganaba no le alcanzaba y ahí le pasaban botellas de champagne de 40 mil pesos por adelante: “Me hacía mierda el contraste”, dice. En el medio estaba Astor, inscripta en concursos como Vamos las bandas o Camino a Abbey Road para poder grabar algo: el EP Vacaciones todo el año salió en 2017 pero las canciones son de 2011.
Pobres y libres
“Viene el nene descalzo y me dice: '¿No tenés un billete aunque sea falso?'. Y ahora cómo descanso, si ando tomando vino en vaso y el sabor del fracaso me lo sé de memoria, me lo saqué vomitando euforia”, rapea Catriel –estilizado Ca7riel, el número que se tatuó en la cara un día de furia en que necesitó una cicatriz– en su sesión de fines de agosto en el estudio del popular y desconocido productor Bizarrap. Cuenta: “Yo tenía un amigo que se llama Ezequiel. El chabón fue al norte y volvió con rastas, se llamaba Lion y era rapero: empezó a tirar freestyle sobre bases de YouTube. Y a mí no me quedo otra que empezar a hablar ahí con él”.
Paco, que se puso ese apodo tras varias fechas haciéndole los acompañamientos a Catriel (en 2018 lanzó un álbum por separado, Povre y Livre), el rap le llegó por Internet. Año 2014: fan de Kendrick y Joey Badass. Dice: “En cinco años cambió mucho la música. Los celulares trajeron cosas de afuera, podías investigar lo que escuchaba gente que vos creías más cool. Empecé a sentir atracción por cosas que no veía en mi entorno cotidiano. Y uno se va teniendo que aggiornar a lo que corre. Después, cuando empezás a rapear te toma por completo. Durante unos años fue rapear rapear rapear hasta que se destraba algo, es como aprender a tocar un instrumento”.
Durante 2018 llegó el primer tema juntos: “Piola”, resuelto en una noche. Lo subieron mezclado y masterizado por Facundo Yalve (Wos, Louta), con imagen de Isidorito y Patoruzito. Cuando fueron a tocar a la fiesta del momento en Mendoza y en el asado conocieron a Orco –amigo colaborador de Pablo Lescano, con videos de rap para Lo' Pibitos y STB y contacto con los próceres del trap español, Kaydy Cain y Yung Beef–, tenían uno más: “A Mi No” (“no me llegan los Rocas”, el leitmotif). Al otro día le filmaron un video: solo ellos avanzando por un camino de tierra en la montaña, sucios como si vinieran de días pateando, quedan hipnóticos sobre el instrumental suave pero bailable, como un reggae de videojuego. Fue la primera actuación en cámara de Paco, de camperita de colores y pelo amarillo, su voz robótica y soltura de ciervo: un personaje inexplicable.
Durante Astor, también lo intentaron por el lado del show y la imagen: “Para llamar la atención, si no no te va a ver nadie”. Pero con disfraces caseros que, vistos ahora, “no dan ni a palos. Cero cool. Pero en el momento era 'mírennos, estamos acá, sálvennos la vida'”. Siempre con tranquilidad y disfrute: Astor no les daba solvencia pero sí montones de amigos, aventuras y aprendizaje. “Nunca hubo una charla de esto no va para ningún lado. Siempre fuimos muy relajados, queríamos que nos llegue el momento. No sabíamos si iba a pasar pero lo re intentamos”, dice Paco. Y Catriel: “Quizás el rock no daba para más. Por alguna razón lo dejamos de hacer y nos pusimos a hacer esto. Mutó”. Por su lado, sigue haciendo raps oscuros, pero no los sube: “No tiene que ver con los lanzamientos de energía que necesito que la gente reciba ahora de mí. Es más una cosa psicológica mía para sobrevivir”. La música la siguen haciendo desde cero, como cuando alquilaban horas en una sala para buscar sonidos, solo que ahora los sonidos están en la computadora y ellos dirigen las manos de un productor que sabe ejecutar sus ideas y alucinaciones sonoras. El nuevo estilo los trajo a esta nueva realidad donde son solicitados y viven solos por primera vez, libres de deudas.
Filmar con los ojos
Siguió “Jala Jala”, un temón con la base más oscura posible y raps pogueros, y un video vertical hito de la productora renderpanic, donde todo lo que sucede en la canción se representa con los elementos y funciones del celular. Después, el hit “OUKE”, otra colaboración con Orco donde, al revés, todo ocurre en un bar de pueblo, de esos con memorabilia en las paredes que se mantienen en vida por, justamente, los rezagados de la vida. Ese video significó más trabajo para todos: a los actores los empezaron a llamar para videos de Vicentico, Lali, Marilina. Orco hizo videos para Dante, Neo Pistéa, Paulo Londra. Un realizador que es un tesoro por descubrir, su primera película, Me quedo Contigo –un guión inspirado en su propia historia con un perro que nunca escribió: les explicaba las escenas a sus amigos no actores y ellos interpretaban a su modo– se estrenó en el festival de Cine de Mar del Plata de 2018. Ahora acaba de filmar el video de “McFly”, un nuevo tema solista de Catriel que recuerda a “Heart of Glass” de Blondie. “No está enamorada de mí, sueña con mi camarín”, dice.
A mediados de año, al tiempo que su manager les conseguía fechas compartidas con Duki en España, Catriel y Paco quisieron hacer un experimento social: “Un tema muy de mierda, el que nadie haría, que lo escuche todo el mundo y nos conozcan por eso”. Fue “Ola Mina XD”, con un video desopilante de efectos especiales vintage, con Boca y los Simpsons de motivos y geniales actuaciones suyas (los dos ya querrían actuar en una película). Se estrenó mientras bailaban tecno en Berlín. A la salida se encontraron las repercusiones: nadie entendía, a todos les encantaba. Volvieron a Buenos Aires y llenaron tres Nicetos. Su banda, la ATR, son los instrumentos clásicos más dos teclados: hoy también músicos de Vicentico, Dante, Lali, Marilina, traducen los temas de una sentada, se conocen desde el under. Después del Obras, tienen fechas en la playa. “La vida es fantástica”, dicen.
Aunque a veces se puede poner abrumadora: en la calle los reconocen grandes y chicos –“te filman con los ojos”–, y los shows son tan intensos que al menos Paco a veces baja y piensa que fue la última vez, que ya todo se tiene que haber agotado. “Después me pongo a hablar con gente y me bajan a la tierra. Reflexionar es lo que te mantiene feliz”, dice. Y Catriel: “Si no, no podés agradecer nada”. Hace poco, los dos tuvieron accidentes: Paco se cayó del escenario –“la de Sergio Dennis”– y Catriel corriendo hacia el mar. A los 26, ya aceptaron que no son para siempre y están aprendiendo a atajar todo lo que la vida les empezó a dar, a controlar la ansiedad por lo que viene, a hacer equilibrio y no olvidar la aventura, el placer sencillo, como en la época de Astor cuando una noche era increíble solo por haber besado a alguien.
Ca7riel y Paco Amoroso (Catriel Guerreiro y Ulises Guerriero) debutan en el Estadio Obras – acontecimiento que dieron en llamar La Celebración–, el viernes 20 de diciembre a las 20. Últimas entradas por passline.com.