En el marco del descalabro que deja la espantosa gestión económica del macrismo vuelve a ser relevante la acepción oriental bivalente de la palabra crisis, como drama y como oportunidad.
Drama
Comenzando por el drama, desde finales de 2016 y hasta octubre de este año el dólar aumentó 270 por ciento, los precios mayoristas se incrementaron 199 por ciento, los precios al consumidor (costo de vida) 160 por ciento y los salarios 125 por ciento.
Comparando el aumento de los precios minoristas con el de los salarios se deduce fácilmente que en términos reales, es decir el poder adquisitivo, cayó en ese período casi 14 por ciento en promedio, lo que significa que los trabajadores con su remuneración actual pueden comprar el 86 por ciento de lo que compraban hace 35 meses.
También se puede comparar la evolución de los precios mayoristas con relación al aumento del dólar, ya que esto da una medida de la evolución de la competitividad de las empresas, tanto en los mercados internacionales como en el mercado interno con relación a los productos importados.
Si los precios mayoristas, que representan los costos internos de las empresas por la compra de insumos, aumentan menos que el valor del dólar, eso significa que esos costos medidos en dólares habrán disminuido. Haciendo esa relación se puede comprobar que el costo en dólares de los insumos se redujo más de 23 por ciento, en ese lapso.
En realidad, el de los insumos no es el único costo de las empresas ya que también tienen como costo de producción los salarios. Si se compara ahora el aumento en los salarios en pesos con el incremento del dólar en ese período, el costo salarial en dólares se redujo nada menos que 39 por ciento en ese lapso de 35 meses.
La oportunidad
También irrumpe la oportunidad de esta crisis. Combinando la reducción del costo de los insumos con el de los salarios en dólares, estimando que éstos representan en promedio la tercera parte de los costos totales de producción, se concluye que la mejora en la competitividad internacional de las empresas argentinas entre diciembre 2016 y octubre último es, en promedio, de aproximadamente el 26 por ciento.
Si se pudiera mantener esta relación de precios internos, salarios y dólar, las empresas productoras de bienes transables internacionalmente estarían en mucho mejores condiciones de competir en los mercados externos y en el propio, con un margen bruto de explotación que podría duplicar o más el de hace dos años y medio.
La importancia de la competitividad internacional está dada por la necesidad de dar solución a la restricción externa y que sólo se puede resolver a largo plazo recuperando un superávit comercial suficiente para atender los compromisos con el resto del mundo. Para ello es crucial que las empresas, sobre todo las industriales, puedan incrementar de manera permanente sus exportaciones y/o sustituir eficientemente importaciones.
Pero es obvio que mantener esta relación de precios, dólar y salarios implicaría convalidar la fuerte caída del poder adquisitivo y eso es insostenible, sobre todo para un gobierno que procurará recobrar la sensibilidad social perdida durante estos últimos cuatro años. La pregunta es ¿cómo se hace para recuperar el poder adquisitivo salarial sin perder la mejora de la competitividad de las empresas locales?
El problema a resolver es lo que los economistas denominan, haciendo gala de dependencia cultural, pass-through, que en castellano sería el pasaje, casi automático, de las devaluaciones a los precios internos. Para eso es preciso entender porqué se produce ese pasaje casi automático y qué se puede hacer para neutralizarlo, aunque más no sea parcialmente.
Este pasaje tiene distintas instancias. La primera es la de los bienes importados, para consumo o para inversiones o para insumos de cosas que se producen en el país. Es obvio que en los bienes para consumo el traslado al precio interno de un ajsute cambiario del 100 por ciento porque el producto se encarecerá en la misma proporción que el dólar. Pero en el caso de los insumos y bienes de capital, el traslado a los precios finales sólo debería ser en la proporción en que esos bienes integren el costo de producción de los bienes locales. Sí, pero no siempre es así de obvio.
Pasaje
Lamentablemente el de los bienes importados no es el único caso del pasaje de la devaluación a precios; lo mismo sucede con los productos que se exportan, sobre todos los de origen primario (agropecuarios, minería).
Es fácil comprender en el caso de los agropecuarios. Argentina produce alimentos con calorías para aproximadamente 400 millones de personas y tiene 45 millones de habitantes. Esto significa que la demanda internacional de los productos agropecuarios es casi diez veces la interna y, por lo tanto, si los precios de los mismos no aumentan en el mercado interno lo mismo que el dólar, se exportaría toda la producción y, para que eso no suceda, los precios internos deben aumentar en la misma proporción. Salvo que se hiciera algo para evitar ese impacto. Una evidencia clara de esto es que los precios mayoristas de cereales y oleaginosas aumentaron en ese lapso 250 por ciento, casi lo mismo que el dólar.
Pero el problema más grave del pasaje de la devaluación a precios es el extremo grado de dolarización de la economía local, que hace que las empresas hagan los cálculos de sus negocios, y especialmente de sus ganancias, en dólares. Y más si se trata de empresas multinacionales que, en su mayoría detentan posiciones dominantes en mercados muy concentrados que les dan ventajas para fijar precios. Esto hace que, además de los bienes exportables e importables, el pasaje de devaluación a precios se produzca en casi todos los bienes y servicios de la economía.
Si este traslado automático no se verificó hasta ahora en su totalidad fue “gracias” a la fuerte recesión, que hizo que la caída de la demanda no les permita a las empresas trasladar a precios toda la devaluación de este período, como seguramente querrían. El problema es precisamente que, si se recupera la demanda sin aplicar medidas complementarias, en no mucho tiempo los precios minoristas alcanzarán a los mayoristas y éstos al dólar, sobre todo si éste se estabiliza, perdiendo la mejora en la competitividad y con un salario real tan o más deteriorado que el actual.
Secuencia
¿Cómo habría que hacer para que el drama no se coma a la oportunidad? La respuesta no es difícil, aunque la forma de lograrlo tampoco es sencilla. La secuencia de objetivos en una primera etapa sería la siguiente:
1) incrementar los salarios para recuperar el poder adquisitivo perdido;
2) evitar que los precios minoristas alcancen a los mayoristas, que aumentaron más;
3) evitar que los precios mayoristas alcancen el incremento pasado del dólar; y
4) estabilizar el valor del dólar en torno a su valor actual.
¿Cuáles serían los instrumentos para lograr todo esto? La principal herramienta para lograrlo es la constitución de un Consejo Económico Social integrado por entidades empresarias, sindicatos, organizaciones sociales y el Estado. Sin esta instancia, la puja distributiva intersectorial llevaría rápidamente al fracaso de la iniciativa, hiperinflación mediante.
En ese marco institucional se puede convocar a una reapertura de paritarias con la consigna de recuperar el poder adquisitivo perdido en promedio, lo que implica una mejora inmediata del 16 por ciento nominal.
El compromiso empresario debería ser el de trasladar a precios este aumento sólo en su exacta incidencia, es decir la tercera parte del incremento salarial (inicialmente 5/6 por ciento). Para compensar estas subas remanentes de precios el incremento salarial debería alcanzar a un total de 27 por ciento en un lapso de seis meses, con un aumento remanente de precios minoristas de 9,5 por ciento.
Para que los precios minoristas no sigan con el pasaje es necesario neutralizar el impacto remanente del aumento del dólar en los precios de la canasta básica alimentaria. Esto se llama incrementar las retenciones a las exportaciones de productos primarios con bajo grado de elaboración interna, que no sólo aumentaron más que el promedio de precios mayoristas sino que tampoco necesitan capturar el valor de toda la devaluación para ser más competitivos y cuya recaudación se puede afectar directamente al incremento de jubilaciones y planes sociales que acompañen al de los salarios.
Adicionalmente, habría que obtener acuerdos amables o no tanto, si es necesario, con las empresas formadoras de precios en los mercados concentrados de bienes y servicios no transables internacionalmente, para interrumpir el pasaje a precios de la devaluación pasada remanente y que trasladen sólo la exacta incidencia de la recuperación salarial actual. La misma estrategia habría que aplicar a las empresas productoras y distribuidoras de combustibles y energía (tarifas) y para que los precios mayoristas no alcancen el aumento ya producido en el valor del dólar.
El resultado
En síntesis, el objetivo es lograr la recuperación del poder adquisitivo interno de los salarios y demás ingresos fijos, evitando que esto implique el aumento del costo salarial en dólares para preservar la mejora transitoria en la competitividad de las empresas. Con este esquema, se lograría que en el término de seis meses los salarios tengan un aumento nominal del 27 por ciento y los precios mayoristas y minoristas un incremento remanente del 9,5 por ciento, con un dólar estabilizado en torno a los valores actuales, lo que demuestra que no es necesario volver a incrementar el valor del dólar para aplicar derechos de exportación que no sean confiscatorios.
El resultado final sería entonces que el salario y los ingresos fijos recuperarían el poder adquisitivo interno de fines de 2016 pero el costo salarial en dólares sería 24 por ciento más bajo que en ese momento. Adicionalmente, los precios mayoristas, con un aumento remanente del 9,5 por ciento, permanecerían aún por debajo de la devaluación total en casi 15 por ciento. El efecto combinado de esto y del costo salarial en dólares dejaría una mejora remanente de la competitividad internacional superior al 17 por ciento.
Este análisis, que quizás suene un tanto teórico, sólo pretende demostrar que, después de la debacle cambiaria macrista, es factible proponerse la recuperación del salario real mejorando la competitividad de la economía para superar a mediano plazo la restricción externa. Y también romper el mito de que cualquier devaluación siempre implica redistribución regresiva del ingreso. Porque en lo que aquí se expone el ajuste pasaría por los formadores de precios y los productores de bienes primarios que podrían ser competitivos aun con un dólar más bajo que este de pánico. Para lo cual sólo hace falta mucha voluntad política y capacidad de negociación.
* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, subcoordinador de la carrera de Economía.