Sus problemas de columna, revelados en primicia por Página/12 en 2013 , siguen ahí. Todavía se lo nota limitado en sus movimientos, pero en los históricos estudios de Capitol Records, uno de los edificios mas famosos de Los Angeles, Beck (49) igual se las ingenia para girar sobre el taco de su zapato rojo derecho varias veces. Es el cierre de una versión recontra extendida de "Where Is At?", una de sus canciones más populares y símbolo de Odelay, disco que en 1996 confirmó que su caso no debía ser encasillado ni archivado como "one hit wonder tras el éxito de "Loser".
En 1994, cuando ese tema sonaba en todos lados, la cara y la voz del desencanto juvenil grunge, Kurt Cobain, puso los puntos sobre las íes: vos seguí cantando “soy un perdedor”, total el escopetazo me lo pego yo. Efectivamente, en esos desesperanzados ’90 en que muchas bandas no hacían mas que mirarse los zapatos en el escenario, Beck salió de perdedor rápidamente.
Esa trayectoria que hoy suma catorce muy buenos discos y decenas de colaboraciones es la que se celebra cada vez que sale a escena, ahora que puede hacerlo de nuevo. En los últimos tres años, con la salida de Colors en 2017, y el lanzamiento del flamante Hyperspace, Beck ha parado muy poco, con muchísima promoción, giras y participación en festivales y programas.
Varios meses después de aquella bomba en su entrevista con este diario, en 2014, la revista Rolling Stone logró sacarle unas frases más sobre el tema: “Dejé las giras indefinidamente, pensé que hasta ahí había llegado, no sabía si iba a poder volver a salir”. La lesión en su espina dorsal se había producido en 2005, filmando un video (para la canción "E-Pro") en el que colgaba de un arnés. Beck aguantó casi tres años de actividad, pero en 2008 paró y desapareció de los escenarios por el siguiente lustro.
Ahora que se siente mejor, da la sensación de querer recuperar el tiempo perdido yendo de acá para allá; y mas en este envión final de 2019, para acompañar el lanzamiento de Hyperspace, disco generado en colaboración con el artista/productor Pharrell Williams. Con este álbum, Beck reconoce estar testeando sus propios límites, convencido de que no debe quedarse con lo que le sale mas fácil.
Así llega al Capitol Building. Pocas cosas más Hollywood que este edificio, el redondo, el de 13 pisos al que maltratan varias catástrofes en varias películas en distintas épocas. Los paneos de cámara de toda filmación que arranca con el cartel en las montañas por lo general continúan con el edificio cilíndrico en que han grabado cantidad de celebridades (el primero fue Frank Sinatra, en 1965). El edificio de Capitol Records representa mucho más que a un gigante de la industria discográfica: es un símbolo de la ciudad.
Por ejemplo, para el propio Beck, quien está tocando aquí en el contexto de la serie Capitol Cuts (grabaciones que van directo a vinilo), este edificio cilíndrico era la referencia de que estaba cerca de su casa, en la época en que su familia vivía en ese barrio. Así se lo contó al diario The Sydney Morning Herald, al que también le dijo, unas semanas, que lo de la Cienciología que le atribuían como religión era “un malentendido”; que era cosa de su padre (el compositor canadiense David Campbell) y no suya, que él se dedicaba a la música y nada más. Por asociación simple, según Beck, los medios han preferido asumir que él también es de la Iglesia de la Cienciología, como Tom Cruise y otros famosos. Sin dudas, una vuelta de tuerca hollywoodense, digna de la historia del edificio que lo cobija.
Edificio que, por otro lado, hace más de una década tiene su propia pelea con los monstruos que le han acotado la visión de 360 grados que supo disfrutar en soledad. En el nuevo Hollywood, este edificio cilíndrico ha quedado sepultado por gigantes que, desafiando la permanente amenaza de los terremotos, han ganado terreno contra viento y marea (ya no hay protección al distrito histórico, cinematográfico): todo se tira abajo y se convierte en un gran edificio que quién sabe si alguien pueda habitar alguna vez, dada la preselección natural diaria que se da a fuerza de billete en este barrio, donde también hay homeless por todos lados.
Por dentro, el edificio Capitol es una suerte de museo contemporáneo en excelente estado. En esta era digital en la que los fans de Beck ven esto mismo en vivo siguiéndolo en Facebook, el único argumento es que difícilmente puedan sentir emoción en un paneo televisivo versus caminar estos hermosos estudios o acercarse a una sala de control. En el estudio B hay una pequeña multitud de la industria y sus allegados. Cualquiera puede acercarse al micrófono, instalado al ras del piso. Al rato, cuando llega Beck, dice que deberían haber traído un escenario o algo que lo eleve, aunque más no sea un cajón de manzanas.
“Estamos grabando en vivo, directo a vinilo, al menos eso nos han dicho… puede que sí, puede que no”, bromea el cantante. Pregunta si es él quien debe dar un inicio formal, apunta en todas las direcciones del estudio, a los músicos y a quienes se encuentran atrás de la pecera, la base de operaciones donde, literalmente, están cortando las canciones en vinilo. Y le informan que todo está en sus manos.
En las primeras cinco canciones de la noche, Beck se muestra tal cual ha sido siempre, un artista capaz de pasearse por distintos géneros con idoneidad y respeto. Su autenticidad queda generalmente reducida a que todas sus canciones, con mas o menos arreglos, con mas o menos instrumentos o músicos en escena, pueden ser tocadas con una guitarra.
En una de las nuevas, "Uneventuful Days", el estribillo “I know, I know / I know it’s gone” ("Lo sé, lo sé / sé que se ha ido") recuerda al Anthony Kiedis suave que le daba hits a Red Hot Chili Peppers en los ‘90. Aquí todos cantan coros, Beck no lleva ni guitarra ni armónica. Es un arranque melódico, lindo.
Un detalle de lo que es una grabación en vivo. El cantante no necesita gritar. Su voz se impone apenas por sobre los instrumentos, pero llega clara. Es una sensación extraña y resulta inevitable compararla con el esfuerzo que a veces deben hacer algunos cantantes para dominar la escena en grandes estadios.
El tono suave se mantiene con "Wow", del disco anterior. Aún sin instrumentos, rapea y declama en plan casi religioso, por sobre una melodía inevitablemente bailable y que podría ser de Pharrell… Antes de decir “wowww”, hace el gesto de hombros de Pitbull. Y, oh, casualidad, viste camisa roja, saco gris y pantalón al tono, subido hasta allá, como los hombres de antes. O como Pitbull, en la fiesta de apertura del mundial 2014. Viéndolo bailar, parece claro que algún que otro video de la estrella de Miami ha visto.
Con guitarra acústica, Beck lidera la versión de "Lost Cause", que representa a Sea Change, un disco introspectivo, muy bien recibido en el nuevo milenio, cuando comenzaba a hablarse de su madurez. La canción es una introducción natural para otra de las nuevas, "Dark Places", que es lógicamente down. Parece de Soda Stéreo. O del Cerati solista.
"Saw Lightning", la otra nueva, levanta a todos. Es upbeat, en vivo es puro redoblante, rapeo, un Beck tipo 1995. Cuando canta la frase del título parece que dijera “saudade”, pero esta vez no se le atreve a la música brasileña como hace mas de veinte años en Mutations. "Saw lightning" es como un góspel en que termina con el dedo apuntando al cielo. Es bailable y, por ende, se le nota el esfuerzo.
Al rato pide coros para "Debra", canción que es eje de Midnite Vultures, disco de 1999 donde mostró su cara funk y sus mejores falsettos. Antes de arrancar le había preguntado a la gente qué canción le gustaría que hicieran; al fin y al cabo, ya habían tocado las mas calmaditas. “Debra”, pidieron varios. “Qué casualidad, acabamos de celebrar el vigésimo aniversario de ese disco”, respondió Beck. “No es casualidad, estamos viejos”, le devuelven desde la tribuna.
En su letra, Beck improvisa y se ríe. Como en un famoso sketch del programa Saturday Night Live, donde Mick Jagger supo ser uno de los “Californians” (siempre hablando del tráfico de Los Angeles y de cómo llegar a tal o cual lugar, en plan telenovela de misterio), Beck agrega en la letra de "Debra" múltiples conexiones por autopistas de la ciudad, para terminar llegando a los estudios Capitol, con el Hyundai de la letra, “tres horas después”. Un estruendoso solo de batería de Chris Coleman cierra el relato.
"Es lunes a la noche y no sé qué hacer", dice Beck. "¿Qué quieren que toque? No sé qué tocar, no sé quién soy… Si tuviera una lista…”. Quedará la duda sobre si la lista se le perdió o si nunca la hizo. Le recuerdan "The New Pollution", otro de sus hits con mas de veinte años. En el momento de unos saxos que en la canción vienen sampleados y nadie toca en vivo, pide una pandereta, necesita estar ocupado. "Dreams", del disco Colors, es un hit… de la radio de los ‘80. Es una canción que va in crescendo y que cuando llega al coro se expande, invita a cantar. Es la última escena de su actualidad musical. El cierre es para una larga versión de "Where Is At?", que a su vez contiene otros temas que van y vienen en el tiempo, bien llevados por una banda versátil con dos guitarristas, dos tecladistas, bajo y batería.
Beck arranca con el tema pero nunca lo termina. Canta el primer minuto, gira sobre su eje y se saca el saco. Vuelve con una banana y palabras más, palabras menos, comienzan a tocar reggae. Interpretaciones aparte, es un cover del tema que coescribió este año con la banda Cage The Elephant, que está entre el dub y el reggae y se llama "Night Running". Igual que la gira que compartió hace unos meses en Estados Unidos con esta banda alternativa de Kentucky, cuya particularidad es que debió radicarse en Inglaterra para que le prestaran atención en casa.
Dentro de "Where Is At?" también cabe otro de los temas mas viejos, "One Foot in the Grave", con una furiosa sesión de armónica y la suela de su zapato marcando el ritmo, tipo bluesman de los ’50. Con un aullido apasionado, pero bajo control, demuestra que aprendió de los mismos que aprendieron todos los buenos.
Tras esa larga introducción, una versión rockera de "Where Is At?" unifica todos los criterios y cierra todos los caminos. Queda tiempo para ensayar una coreo con los dos guitarristas, Marc Walloch y Jason Falkner, ofrecer un último bailecito y dejar a la gente pidiendo más. Es todo tan casero que, para poder irse del estudio, tiene que hacerse el simpático con algunos de los que están amontonados, acordonando el “no-escenario”. En cuanto lo logra, Beck desaparece sin mirar atrás.