El 30 de octubre pasado se cumplió un nuevo aniversario del triunfo electoral de Raúl Alfonsín. Ese día, Alberto Fernández encabezó un acto-homenaje organizado por dirigentes de origen radical que apoyaron la fórmula del Frente de Todos. Declaró que Alfonsín fue un “enorme dirigente y un gran presidente que le tocó un tiempo difícil”.
La Argentina (y el mundo) de 2019 es muy distinto a la de 1983. Por caso, la desaparición del Partido Militar es una diferencia muy relevante en el ámbito doméstico, aunque los recientes sucesos latinoamericanos obligarían a no bajar la guardia.
En otros sentidos, los mandatos de Alfonsín y Fernández comenzaron con dos obstáculos similares: 1) pesada carga de megaendeudamiento y 2) adverso contexto regional.
El golpe de Estado contra Evo Morales y el triunfo de Lacalle Pou en Uruguay implican una consolidación de la derecha sudamericana que ya gobierna en Brasil, Chile, Paraguay, Perú y Colombia.
El cuadro político regional también jugó en contra de Raúl Alfonsín. Las dictaduras militares todavía gobernaban los países vecinos (Chile, Paraguay, Brasil, Uruguay) en 1984. Ese escenario complicó la estrategia trazada por Bernardo Grinspun para la renegociación de la deuda.
El gobierno había declarado una moratoria unilateral por 180 días, mientras multiplicaba los contactos con sus pares latinoamericanos para coordinar un accionar conjunto. El 19 de mayo de 1984, los presidentes de Argentina (Raul Alfonsín), Brasil (Joao Figueiredo), Colombia (Belisario Betancourt) y México (Miguel de la Madrid) expresaron la imposibilidad de cumplir con los compromisos externos por el alza de la tasa de interés internacional y el cerrado proteccionismo de los países centrales.
El documento reclamaba, a los países integrantes del Grupo de los Siete, medidas urgentes para aliviar la situación de las naciones endeudadas. El siguiente paso, impulsado por los gobiernos argentino y peruano, era conformar un “club de deudores” para negociar en mejores condiciones con los bancos acreedores.
Esa iniciativa conocida como “Consenso de Cartagena” fue debatida en esa ciudad colombiana en junio de 1984.
La falta de acuerdos obligó a otra reunión, celebrada en septiembre, en Mar del Plata. El cerrado rechazo de los representantes brasileños y mexicanos sepultó la histórica oportunidad de juntar fuerzas para aprovechar la extrema fragilidad de la banca acreedora. En efecto, las diez principales entidades bancarias estadounidenses habían prestado (a los países en desarrollo) un monto equivalente a 2,8 veces su capital. Por lo tanto, la declaración de una moratoria de tan sólo el 40 por ciento de la deuda hubiera hecho quebrar a esas instituciones.
El alfonsinismo también buscó apoyo en los gobiernos socialdemócratas europeos. Sin embargo, el ministro francés de Relaciones Exteriores declaró que “antes que nada, ustedes deben negociar con el FMI”, mientras le daba palmadas en la espalda al Presidente argentino.
En septiembre de 1984, Grinspun declaró que “los gobiernos de la Argentina, en la mayoría de los casos, aceptaron sumisamente cualquier imposición del FMI. Ahora no. Ahora no es así. Pero eso no es ser un país díscolo: es ser un país que afirma su independencia”. Cinco meses más tarde, Grinspun dejaba de ser ministro.
@diegorubinzal