Me parece muy bien que uno de los primeros y fundamentales objetivos de la política económica del nuevo gobierno gire en torno a la cuestión alimentaria. No cabe duda de que el acceso a una alimentación adecuada para toda la sociedad constituye un objetivo deseable e ineludible. En este sentido se plantea la necesidad de revertir drásticamente las tendencias operadas durante la gestión macrista, cuando ese acceso a la alimentación se fue deteriorando notablemente.
Como consecuencia, no es de extrañar que nos encontremos con una situación en la que haya crecido enormemente el hambre y la miseria en el país, así como también la gran cantidad de comedores formales e informales para hacerles frente.
Se trata de una situación escandalos, dado que, como se señala con frecuencia, nuestro país tiene un enorme potencial para producir alimentos capaz de alimentar millones de personas, y sin embargo existe hambre. No cabe duda que tal situación es en gran medida producto de políticas de ajuste aplicadas en años recientes.
La cuestión alimentaria ha sido ampliamente estudiada, con referencia fundamentalmente a los casos de Asia y Africa, en donde el hambre y la pobreza fueron históricamente problemáticas consideradas endémicas. Uno de los autores que ha hecho aportes importantes a ésta problemática es Amartya Sen.
Según Sen, el hambre tiene que ver con los capacidad que tienen las personas para acceder a los alimentos. El hambre no es producto de la falta de producción de alimentos con relación a la población global, sino con la capacidad que tienen las personas para acceder a esa alimentación.
En una economía de mercado esta incapacidad para acceder a una alimentación digna no es difícil de caracterizar: depende de los salarios, de la capacidad que tienen las personas de vender su fuerza laboral otros objetos vendibles que posee o puede producir. Y tales situaciones dependen del empleo que proveen las empresas o el Estado. Los límites o el acceso a los bienes y servicios a la que la persona puede acceder comprar o tener acceso depende de su capacidad adquisitiva sobre los bienes, en este caso de los alimentos. Se trata en lo esencial de una capacidad adquisitiva para acceder a una alimentación digna.
De acuerdo con Sen, el problema del hambre y las hambrunas es una problemática que va más alla de la simple consideración de la producción global de los alimentos con relación a la población. A nivel microeconómico, nos podemos preguntar, según Sen, que factores influyen sobre ese acceso a una alimentación digna.
Pero sin entrar en consideraciones más amplias podemos discernir que el hambre tiene que ver con el salario (la falta de un salario digno), el empleo, el aumento de los precios de productos alimenticios esenciales, de la desarticulación de los sistemas de salud y educación, de los mecanismos tendientes a reducir las jubilaciones. Todos estos factores inciden sobre el acceso a la alimentación que constituye la necesidad básica por excelencia en toda sociedad.
Se nos presenta entonces una disyuntiva importante. No cabe duda de que si se reducen los costos de producción de los alimentos o se mejoran su calidad, habrá una mejoría en el acceso a una alimentación digna. Esto por cierto debería constituir parte de una política global alimentaria que debería ser contínua porque se trata de mejorar la calidad y la capacidad nutritiva de la producción alimenticia en general y en todo momento. Esto es algo que no siempre ocurre, especialmente cuando gran parte de la producción alimentaria lo realizan grandes empresas, algunas transnacionales, empeñadas más en maximizar sus ganancias que ocuparse de la calidad de los alimentos que producen.
Se trata de factores permanentes no sólo para aquellas sociedades en las que la desnutrición se ha vuelto casi endémica. En efecto, constituyen factores esenciales para mejorar el acceso a la alimentación de vastos sectores sociales. Pero, por otra parte, están las tendencias más globales que en años recientes han incidido sobre el acceso a la alimentación y que tienen que ver con los cuatro años de ajustes permanentes que han caracterizado al gobierno de Macri.
Por ello abordar el problema del hambre en la Argentina también tiene que ver con impulsar una política global que revierta las tendencias negativas que fueron instauradas durante la gestión macrista. Y ello solo sería revertida en la medida en que se apliquen políticas macroeconómicas que impulsen el crecimientos económico, con disminución de la pobreza y mejoras en la distribución de los ingresos en la sociedad.
Se trata de revertir la enorme crisis que instauró el macrismo.
* Profesor de la UBA e investigador superior jubilado del Conicet.