Desde hace tiempo se percibe la contradicción entre la importancia del ambiente en el contexto global actual y la subvaloración que se le da en la agenda política nacional, provincial y hasta municipal. Tenemos cumbres en donde se discute la crisis actual de pérdida de la biodiversidad, de la acumulación de plásticos y residuos, el problema de la distribución de los llamados recursos naturales y su explotación y la crisis climática, pero esta discusión clave no se ve reflejada en las agendas políticas, especialmente a la hora de nombrar ministros y ministerios. Espacios de científicos, académicos, incluso la iglesia a través de la encíclica Laudato si del Papa Francisco alertan sobre la gravedad y la importancia del daño ambiental en nuestro planeta, pero los grandes decisores siguen, no solo sin escuchar, sino también menospreciando y subvalorando el problema.
Ambiente siempre es relegado a un lugar secundario, reflejado a través del frecuente nombramiento en secretarías y ministerios de personas que no son profesionales en el área. Esto es muy llamativo si consideramos el hecho de que Argentina fue y es pionera en el área ambiental, allá lejos a fines del siglo XIX, Francisco Pascasio Moreno, el Perito Moreno, marcaba un fuerte antecedente como científico, naturalista, conservacionista, político, botánico, explorador y geógrafo. Esta vocación temprana del país en las ciencias naturales se tradujo en que las más importantes universidades nacionales tengan a la carrera de biología en su oferta, y que sea una de las ciencias más fuertes en el sistema científico actual, pero (siempre hay un pero) esto no se ve representado en los ámbitos de toma de decisiones en las distintas escalas del gobierno.
Entonces ¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué ambiente siempre queda en manos de abogados, contadores y últimamente hasta un rabino?
Es necesario hacer un análisis en algunos puntos clave: primero, existe un desconocimiento general de la ciencia y de la biología en particular, un problema en la educación de base, la ciencia es tomada como “una creencia” una “forma de pensar” y no como el proceso mediante el cual una sociedad crece y adquiere conocimientos y herramientas. Se la concibe (y enseña) como algo abstracto ajeno a los problemas cotidianos y una pérdida de fondos si se invierte en ella. Pero invertir en ciencia es invertir en fines esenciales que dan sentido al ambiente, producción, medicina, tecnología, política, y en definitiva en el desarrollo del vivir humano en la búsqueda del progreso de la sociedad, en el bienestar colectivo.
Otro punto, tiene que ver con la autocrítica que debemos hacer los científicos y técnicos en ciencias naturales. Muchas veces preferimos dedicarnos a “nuestros asuntos” y no “meternos en política”, preferimos estar en el campo, el laboratorio o las aulas. Muchas veces nos quejamos y criticamos, especialmente en las redes sociales, o lloramos ante las malas decisiones, pero acá es donde debemos involucrarnos, si somos los que sabemos del tema hagamos algo, participemos de los espacios de discusión política reales y convenzamos a los actores políticos y sociales que somos necesarios. Difícilmente otras profesiones den una visión tan integrada y global de los procesos y funcionamiento del ambiente, ahí radica el principal valor de las profesiones como la biología o la ingeniería ambiental. Además, es menester involucrarse en política, ya que los lineamientos en investigación y la aplicación de políticas que puedan incluir estas investigaciones como insumos son determinados por quienes están en los cargos ejecutivos en el país, provincias o municipios.
Finalmente, los gobiernos no deben dejar las acciones y decisiones ambientales en manos de ONGs, deslindando responsabilidades en cuanto a lo ambiental sino que deben realizar un trabajo en paralelo y conjunto con dichas organizaciones. Incluso fomentando y facilitando el desarrollo de trabajos en líneas críticas con profesionales especializados en el uso, manejo, conservación, ordenamiento y funcionamiento de la biodiversidad.
El tan nombrado Apocalipsis ahora tiene identidad y es la crisis ambiental que sufrimos. Sobran ejemplos de catástrofes “naturales”, pero todas estas catástrofes son en muchos casos evitables, deberíamos hablar de negligencia ambiental. Un ejemplo local, en solo 13 años perdimos en Salta algo más del 40% del monte nativo, esto disminuyó gravemente los servicios y bienes que brinda la naturaleza, que van desde miel, forraje para ganado o suelo fértil hasta la regulación de los fenómenos meteorológicos, dando como consecuencia sequías e inundaciones cada vez más graves y extremas, especialmente en el Chaco salteño que es el ambiente que se está perdiendo con mayor velocidad ante el avance de un modelo agropecuario no sustentable. En un contexto productivo y de desarrollo también es importante entender que no es necesario destruir el ambiente para progresar, no son contrarios ambiente y producción, existe la percepción de la división del mundo en ambientes urbano, rural o silvestre, pero todo es un mismo sistema un solo ambiente. En lugares donde esta integración se reconoció y se aplicaron herramientas con equipos transdiciplinarios con ecólogos incluidos, se desarrollaron actividades productivas totalmente compatibles con la conservación de la naturaleza, un ejemplo es Costa Rica.
Queda claro que no podemos seguir por este camino sin degradar nuestra calidad de vida a límites insostenibles. Aquí las ciencias naturales deben asociarse a los gobiernos y estos incluir a profesionales en el tema, entonces un verdadero desarrollo económico y social sustentable será posible. Es lo que nos corresponde como la especie que “piensa” y que modela, usa y ordena nuestro planeta. No podemos reducir la vida a una mercancía o rédito económico. Todos debemos darnos cuenta.
*Doctor en Biología. Investigador y docente de la Universidad Nacional de Salta.
**Doctora en Ciencias biológicas. CONICET Salta y Jujuy. Instituto de Investigaciones de Energía No Convencional (INENCO) de la Universidad Nacional de Salta.