El anuncio que hicieron ayer los representantes de Ferrari en la Argentina respecto a que volverán a traer al país los principales modelos de la marca italiana, como en los 90, viene a confirmar el esplendor de un negocio que más que brote verde ya parece un matorral: la importación de autos de lujo. Las facilidades que otorga el Gobierno para el ingreso de esos vehículos están siendo aprovechadas con fruición por importadores del sector y terminales automotrices, al punto que no hay otra actividad en el país que crezca a tasas semejantes. Es una evolución que contrasta con los padecimientos de los trabajadores de la industria automotriz, quienes acumulan unos 3500 despidos y cerca de 6000 suspensiones el último año. El Grupo Socma, de la familia presidencial, es un jugador cada vez más activo en este rubro. En lo que va del año aumentó 54 por ciento la llegada de vehículos de la marca Chery, de gama media, y proyecta para los próximos meses el ingreso de utilitarios de la también china DFSK. Este comportamiento conlleva una vez más un conflicto de intereses entre las políticas que implementa Mauricio Macri desde el poder y los beneficios que obtiene el holding familiar.
Las compras crecientes de autos de alta gama fueron impulsadas por la Casa Rosada mediante la disminución del 50 al 20 por ciento de los impuestos internos –en este caso parece no importar la pérdida de recaudación impositiva ni se proyecta cuántos jardines de infantes podrían construirse con los fondos resignados– y con la eliminación del régimen de compensación de importaciones con exportaciones que regía hasta 2015, entre otros motivos para evitar el enorme déficit de divisas que genera la avalancha importadora de vehículos premium. Una porción del endeudamiento masivo del Estado en moneda dura que motoriza Cambiemos se va por la canaleta de los BMW, Audi, Volvo y Hyundai, entre otros, que están entrando de a miles al país.
Según datos de Acara, la cámara de concesionarios de autos, las ventas de Audi aumentaron 111 por ciento en el primer bimestre. De 296 unidades en 2016 a 617 en enero y febrero de este año. La importación de esos vehículos corre por cuenta de Volskwagen, dueña de la marca. En todo el año pasado, la llegada de esos autos de alta gama de origen alemán había escalado 41,1 por ciento, hasta 2437 unidades, por lo cual las perspectivas para 2017 son que se anotará un nuevo record de ventas. Pero Vokswagen no es la única terminal que sube las importaciones para el público ABC1 mientras mantiene suspendidos a 600 operarios en su planta de General Pacheco, provincia de Buenos Aires. Fiat sostiene un régimen de suspensiones de dos días por semana para sus dos mil trabajadores en Córdoba, mientras incrementa los márgenes de rentabilidad trayendo cada vez más unidades de Jeep, Dodge y RAM. El salto en la primera de esas marcas es exponencial: en el primer bimestre se importaron 1011 unidades, cuando en enero y febrero del año pasado habían sido apenas 79, un alza del 1180 por ciento. También en este caso el ritmo de importaciones viene en ascenso, ya que en todo 2016 la suba había sido del 886 por ciento, hasta 3093 vehículos, contra los 320 de todo 2015. Dodge, a su vez, lleva vendidos en el primer bimestre 117 unidades, contra 3 de igual período de 2016 y solo 110 durante todo el año pasado, lo cual revela el interés de Fiat en desarrollar esta marca importada. Finalmente, RAM avanzó en el primer bimestre hasta 278 unidades contra 171 de igual lapso de 2016, 63 por ciento más. El grupo PSA Peugeot-Citroën, en tanto, se prendió en la competencia por el segmento de alta gama con la marca DS, la cual hizo su entrada al país el año pasado con 234 unidades patentadas, mientras que este año ya consiguió colocar 208 solo en el primer bimestre.
El aumento vertiginoso en las ventas de importados de lujo muestra por dónde pasa el interés de automotrices e importadores, en tanto que la actividad productiva hace agua en terminales y autopartistas, donde los problemas laborales se multiplican por cuatro en relación a las ensambladoras. El blanqueo de capitales y la venia del Gobierno para la importación dinamizan este mercado. Por ahora los volúmenes son bajos en términos relativos, pero la tendencia de aumento es cada vez más empinada. BMW vendió 2263 unidades el año pasado, 419 por ciento más que en 2015 (436 vehículos). Y en el primer bimestre de este año subió a 625 por ciento, de 93 unidades a 674. Hyundai se mantuvo sin cambios entre 2016 y 2015, entre 1800 y 1900 unidades, pero en enero y febrero de 2017 las ventas se catapultaron 463 por ciento, de 111 a 625 unidades. Otras marcas con alzas de tres dígitos en sus ventas son Volvo (203 por ciento en el primer bimestre, luego de subir 98 por ciento durante todo 2016, hasta 1113 unidades), Mini Cooper (365 por ciento en el bimestre, de 23 a 107, y 259 por ciento el año pasado, hasta 323), Porche (550 por ciento entre enero y febrero, hasta 39 unidades) y Land Rover (180 por ciento, hasta 28 unidades). Smart, con 56 vehículos, y Lifan, con 182, también se hicieron notar desde casi cero el primer bimestre del año pasado.
Como se ve, en todos los casos las compras van en ascenso. Martín Simacourbe, director de la revista especializada Auto Test, recuerda que BMW estuvo a punto de abandonar el país sobre el final del kirchnerismo por las dificultades para entrar los autos. Una de las razones que motivaba esa restricción era evitar una sangría de divisas en objetos suntuarios cuando había escasez de dólares. En la situación actual, el problema del déficit externo quedó tapado por una montaña de deuda que genera cada vez más intereses y va acotando los márgenes de soberanía económica, pero mientras tanto la fiesta de los autos de lujo se desarrolla a toda orquesta. La cupe 488 GTB de Ferrari que traerá el Grupo Modena, a 12 millones de pesos, le dará todavía más glamour.
Del otro lado, la producción nacional no deja de caer. En febrero el descenso fue de 29,7 por ciento, que se monta sobre un retroceso de 25,1 en igual mes de 2016. En el acumulado del bimestre, la pérdida fue de 2,2 por ciento. Una de las razones que explican el deterioro es el estancamiento del mercado brasileño, principal destino de exportación. Simacourbe advierte que las perspectivas para el año en ese país son de continuidad de una demanda desinflada, algo por arriba de las dos millones de unidades, levemente superior a 2016, cuando el socio regional llegó a vender 3,6 millones de vehículos en 2012. Otra razón es que el Gobierno deja que el mercado se fije sus propias reglas, y en este momento la conveniencia de las terminales es ubicar en la plaza local los excedentes de la producción brasileña. La participación de autos nacionales en las ventas totales en Argentina bajó de 47,7 por ciento en 2015 a 39,0 en 2016, en tanto que en el primer bimestre de 2017 se redujo a un mínimo histórico de 25,7 por ciento. Por ese camino, los despidos, suspensiones y pérdida de derechos de los trabajadores seguirán siendo una constante este año. En el caso de Volkswagen, la misma empresa que importa cada vez más Audi, impuso a sus trabajadores un acortamiento en los tiempos de descanso. Recortó de 45 minutos a media hora el plazo para ir al comedor y de 25 a 15 minutos un espacio de recreación posterior, según explica Juan Carlos Amado, uno de los 600 suspendidos por la empresa que podría quedar en esa condición hasta un año y medio, según le dejó trascender la compañía. En Ford, en tanto, los trabajadores denuncian que la firma exige una revisión del estatuto de trabajo como condición para empezar a producir un nuevo modelo en la planta de General Pacheco.
Flexibilización laboral, pérdida de puestos de trabajo, achicamiento de la masa salarial, caída de la producción y aumento desbordante de las importaciones, con los autos de alta gama como estrellas del momento, son las líneas principales del sector automotor bajo el gobierno de Cambiemos. Al igual que en otros rubros industriales, éste especialmente sensible por los encadenamientos productivos asociados, más que apuntar al desarrollo nacional el Presidente lleva quince meses conduciendo la máquina marcha atrás. ¿Faltará mucho hasta que diga que fue un error?