Por su precisa descripción de los márgenes de la ciudad, por el asumido medio tono con que fusiona realidad y ficción, por su construcción de un personaje que lucha por salir del aislamiento en que se halla, por la perfecta correspondencia entre su estética y el ambiente que describe, por su llamado de atención al espectador porteño sobre realidades próximas a las que les da la espalda, por la empática reserva con que se relaciona con su protagonista y por la sorprendente actuación de actores no profesionales, La botera --que se estrena el jueves y sábado próximos en el Cosmos y Malba-- es sin duda una de las películas argentinas del año. Tras haber ganado los Work in Progress de los Festivales de Málaga y La Habana, la ópera prima de Sabrina Blanco se llevó dos premios y una mención de la reciente edición del Festival de Mar del Plata. El premio al Mejor Guión, el de Mejor Actriz para la debutante Nicole Rivadero y la mención especial a la mejor película realizada por un director menor de 35 años. “El rubro Mejor Actriz incluye un premio en metálico”, señala Sabrina. “Para la familia de la protagonista, en la que la única persona que trabaja es la mamá, esa recompensa equivale a varios meses de ingresos. Es el premio que más contenta me puso.”
La botera tiene por protagonista a Tati, una chica de trece años que vive en la Isla Maciel, cruzando la frontera sur de la ciudad. A Tati no le va muy bien en el colegio, su relación con la maestra consiste en robarle la tijera, para defenderse del “buleo” al que la somete un grupito de compañeras. En casa las cosas no están mucho mejor: deprimido, el padre se pasa el día en cama y ha dejado de manejar el bote con el que cruza pasajeros a través del Riachuelo, de la Boca a la Isla y de la Isla a la Boca. Tati, que por las tardes da una mano en un merendero, decide entonces manejar ella el bote: necesita algo propio. Pero para ello deberá convencer a Maxi, un chico algo mayor que ella, que actualmente maneja la embarcación. Y en la preadolescencia no es fácil tramitar las relaciones con los varones.
Rubia, el cabello sujeto y el maquillaje generoso, Sabrina Blanco nació hace 33 años en el límite entre Villa Crespo y La Paternal. Estudió cine en el CIEVYC, de donde recuerda las clases y el asesoramiento del realizador y guionista Gustavo Fontán, a quien considera un maestro. Tal vez sus enseñanzas hayan influido en el premio que ganó en 2013, al Mejor Guion, organizado por la productora Patagonik. Desde hace una década que la realizadora trabaja como guionista, para televisión, series web y otros formatos. Blanco tiene un nuevo proyecto en desarrollo, cuyo nombre lo pone absolutamente en línea con su ópera prima. Sola es el título.
--¿Cómo surgió el proyecto de La botera?
--Yo quería filmar esa etapa de la preadolescencia, el despertar sexual, que en las chicas es muy complicado. Y en las chicas pobres, mucho más. No tienen armas para enfrentarlo, están confundidas y con miedo, se tienen que arreglar solas. Es un período del que se habla poco. Los relatos de iniciación, que son todo un género, son masculinos. Prácticamente no hay relatos de ese tipo protagonizados por chicas. Y cuando hay, están muy romantizados, muy edulcorados. Cuando la chica tiene su primera regla se estila regalarle flores. Pero lo que le pasa no tiene nada que ver con las flores: sangre, pérdidas, hemorragia, dolores. Quería mostrar eso más crudo, más físico. Lo que suele quedar fuera de cuadro.
--Crudo es también el ambiente que rodea a Tati.
--Con la Isla Maciel pasa algo parecido a lo que sucede con la pubertad femenina: no se la muestra en cine. Por eso lo hice.
--La película transcurre más que nada en interiores, lo cual da una sensación de encierro, de sin salida. La casa, la escuela, el merendero. Esto refleja lo que le pasa a Tati. Recién sobre el final aparecen un par de planos generales, con cielos grises. ¿Fue a propósito la elección de ese tono?
--Sí. Con la directora de fotografía, Constanza Sandoval, nos propusimos dejar fuera de cuadro todas las cosas con las que se suele estigmatizar un lugar como ése. Los robos, la policía, el alcoholismo, las drogas. Las trabajamos en el fuera de campo. Entonces por momentos se oyen sirenas policiales o estallidos que parece disparos. El cielo lo encontramos así y nos venía perfecto.
--En un momento hay una escena muy violenta, en la que tres o cuatro chicas persiguen a Tati para pegarle. Una referencia a la violencia femenina, en plena ebullición actualmente. ¿Es una escena que presenciaste, te la contaron?
--Es una clase de escena que conozco, que vi en los barrios. Incluso en mi escuela sucedía. Son ámbitos donde primero siempre se pone el cuerpo, siempre. En todos los aspectos de la vida. Defenderse es uno más de esos ámbitos. Irse a las manos no es solo cosas de varones. La indicación era que lo hicieran sin tapujos, como lo harían en la realidad. Y así fue. La escena no fue fácil porque hubo que repetirla varias veces y Nicole empezó a enojarse en serio, eso fue logrando que cada toma sea más verdadera.
--Da la impresión de que los actores son una combinación de profesionales con no profesionales.
--Profesionales los adultos (el padre, la maestra, la mujer que atiende el merendero) y no profesionales los chicos.
--Cómo diste con los chicos? ¿Hiciste un casting, los encontraste?
Primero hicimos un casting cerca de la Villa 21, para que viniera gente de allí, de Barracas, de la Boca. Me ayudó en una primera etapa la actriz Vanesa Weinberg, y el realizador Ezequiel Radusky hizo coaching actoral más adelante, poco antes de comenzar el rodaje. A ese primer casting vino un montón de gente, estuvimos varios días viendo candidatos. Pero no conseguimos nada. Salvo el chico que grababa el casting en video, y que trabaja en un centro cultural de la zona. Yo lo miraba entre prueba y prueba, y me daba que podía ser el botero. Al final de todo, después de no haber dicho nunca nada, me preguntó muy tímidamente si podía actuar. Se llama Alan Gómez y ahí decidí tomarlo. Fue una gran incorporación, no sólo por su actuación sino por la “mano” que nos dio con Nicole.
--¿Y Tati?
--Tati salió de un segundo casting que hice ya en la misma Isla Maciel, cuando comprendí que los actores iban a tener que ser de ahí. Nicole tiene muy poca instrucción, no tiene idea de cómo se hace una película. Estaba bastante confundida, pero le vi algo. Lo que me llamó la atención fue su mirada, sus gestos, su forma de hablar, algo que me remitía en su experiencia de vida a lo que yo buscaba en el personaje. Hasta que un día se acercó y me dijo: “Yo quiero ser la actriz de la película”. Le dije que sí, porque me di cuenta de la identificación que había entre ella y Tati, a la que también mueve un fuerte deseo, el de manejar el bote del padre. Si algo ocurre con los chicos de esta clase de zonas es que quieren cosas, porque no tienen nada.