La película que elijo no es Nuestra Señora de los Turcos dirigida y actuada por Carmelo Bene, aunque, en el periodo del que les voy a hablar yo me sentía abrumada, perdida y con un tinte espiritual para sostener algo de lo que se caía alrededor mío.

Es La guerra de los Roses, los que la vieron saben cómo muestra un proceso de divorcio salvaje y apasionado. Cuando mis viejos se separaron hicieron tanto quilombo que al ver la peli dejé de sentirme sola, ellos no habían sido los únicos desbordados, ruidosos y exagerados. Cómo es posible que todo, lo que antes funcionaba, se vuelva problemático? ¿Es posible que se deteste al punto de querer eliminar al otro? Y, creo que sí, sin dudas, sí es posible querer reinventarse y que esa persona desaparezca del nuevo universo.

"Casa, auto, chicos, perro y gato" dice Danny De Vito describiendo el matrimonio de Bárbara (Kathleen Turner) y Oliver (Michael Douglas) Roses y así́ podría sintetizar el recuerdo de mi infancia, como una especie de "mundo de hadas", perfecto, alegre, libre, con montañas y amigos en invierno, mar en el verano, fines de semana de quinta que se convertían en club con gente, mate, cartas, asados.... Y así fue hasta que mi casa se transformó en La guerra de los Roses y todo tomó, como dice De Vitto "direcciones que nunca esperabas". A mis 13 años, el anuncio "nos vamos a separar" fue la última vez que mis papás hablaron como adultos en los largos años que les llevó esa batalla, a partir de ahí́ todo fue épico, frondoso y desmesurado.

Por eso, al ver esta peli fue casi un alivio descubrir que la creatividad y determinación de mis papás para recorrer su proceso de divorcio no era una exclusividad, ¡existía una película sobre eso! Donde se muestra cómo se desata la guerra poco a poco, la decisión de no dejar la casa, quedarse juntos y solos viviendo ahí, sectorizando lugares para cada uno, usando mascotas como estrategias de combate, destruyendo autos, objetos y transformando todo lo que hasta el momento era el escenario de vida familiar en un campo minado. En mi casa también fue exagerado y, de alguna manera, teatral con juicios por alimentos y otros más o menos penales, las declaraciones en Tribunales, la imposibilidad de verse y hablarse y la gran empresa común de criar a cuatro hijos, ¿es posible que algo funcione en estas condiciones? No, no mucho, y en esos años ver una peli tan estallada, con malicias pensadas, producidas y escenificadas para eliminar al enemigo o forzarlo a ser quien ya no es más fue de gran alivio.

Los Roses se negaban a vender la mitad de su casa al otro y ninguno quería perderla. Con plano de por medio, dividieron la casa en zonas compartidas-comunes y privadas para cada uno, lo que les permitía tener que verse en algunos ambientes. Mis papás con el tema propiedades tuvieron una solución más drástica, vendieron todo y se reinstalaron. Así con mis tres hermanos nos encontramos que en algún lado teníamos un cuarto, en otros nuevas hermanastras y sillón que se hacía cama en el comedor, interdicción de nombrar al ex cónyuge o acumulación de reclamos a transmitirle. Nada en sí era sencillo o equilibrado, todo desbordaba y continuaba a encenderse, como una ceniza mal apagada en un bosque seco y ventoso.

La escena adonde Bárbara invita a comer a Oliver y le da galletitas untadas con el paté hecho con su perro es de una crueldad premeditada y contundente. Me acuerdo que mis papás no podían ni verse, una vez volviendo de casa de uno y llegando a la del otro se encontraron y tuvimos que separarlos porque se enredaron como perro y gato.

"Un divorcio civilizado es en sí una contradicción..." dice en un momento De Vito que es el abogado de la pareja y, por mi experiencia, tiene sentido. Ponerte de acuerdo con alguien que ya no querés que sea parte de tu vida y repartir lo que hay en común hasta toparse con un ente ineluctable, el jamón del sándwich, es decir, los hijos. Fuimos una especie de testigos de una pareja parental que parecía más adolescente que nosotros en ese momento. La fuerza arrolladora de la peli para describir, con humor y ridiculización, cosas que en mi familia fueron posibles me parece genial, por supuesto que me da un poco de vergüenza admitirlo públicamente y conlleva el riesgo de soplar sobre alguna ceniza aún no apagada completamente pero porta la liviana y delicada distancia que permite mirar algo que pasó hace 30 años. Algo que la memoria archivó como relato propio e imágenes prestadas de una peli.

Agustina Sario es coreógrafa, docente e intérprete, asistente coreográfica en la Compañía Nacional de Danza Contemporánea- Secretaría de Cultura de la Nación. Licenciada en Psicología, actualmente realiza Doctorado en Artes, UNA. Ha trabajado en diversas compañías nacionales e internacionales: Mouvoir (Alemania), Krapp (Argentina), Cia Alexandra Bachzetsis (Suiza), Cía Maguy Marin (Francia). Crea Hueco-Planteo Coreográfico, 2004, como siempre, 2007, 3 ideas idiotas, 2015, Vestida de Novia, 2017 Solo nº3, 2018 y 4 Movimientos para una Sinfonía. Participa en festivales y teatros de Latinoamérica, Estados Unidos, Asia y Europa incluyendo el Festival de Cannes, el de Avignon o ImPulsTanz entre otros. Próximamente coordinará el Taller de Montaje de CIUDANZA/FIBA Entre Obelisco y Tribunales en enero 2020 y presentará 4 Movimientos para una Sinfonía los viernes de marzo en