Este es el último libro escrito por Irene Gruss. Es un libro límite. Y, como tal, es un ars poetica. Es la odisea de una vida dedicada a la poesía, a la pasión que no puede sino dejar testimonio de sí misma. Irene se pregunta por la forma, y es una pregunta por el caos: lo que no tiene forma y espera. La pasión es el opus nigrum, el barro primitivo que habrá que esculpir.
Porque la pasión no tiene tiempo, es necesario educarla, darle tiempo. Una vida en la mirada que es una vida en la forma; ver y transformar. O, mejor: ver para transformar. Y vivir en la transformación consciente. El amor, el dolor, el dolor por amor, son anécdotas. Imágenes, sentimientos palabras que hay que modelar. La anécdota, forma primitiva, se convierte en el poema, forma transformante.
Forma y tiempo: las dos variables de la vida, de la obra. Los colores primarios del sentido. El tiempo deviene obra que, a su vez, es tiempo en los otros. Y la obra es el tiempo que continúa la vida. “Lo que se escribe no es lo que se vive” -dijo Irene-, y también es lo que se vive. ¿Quién sos cuando escribís? ¿Qué es la ficción? Es, en definitiva, la mitad de la verdad. Toda mi vida peleé por el contraste, por algo que fuese dialéctico, ambiguo, y eso me parece que es la mitad de la verdad. Esa aceptación de que no se tiene todo”
¿Quién es uno cuando escribe? ¿A quién le duele lo que duele al poema? Fernando Pessoa, que algo sabía de ser otro, escribe: “El poeta es un fingidor/ y finge tan realmente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente”. ¿Se puede contar lo que no se ha vivido? Se puede, a condición de que contarlo sea una forma de vivirlo. Sentir el dolor ajeno es el ser otro del poeta, o sentir el propio, en el momento de contarlo, como si fuera ajeno. Todos sufrimos en la vida. La presencia del otro es sufrimiento, porque es pasión, y la pasión no quiere dos: su utopía es la fusión de los cuerpos, para de ese modo fundir los espíritus. Pero el poeta hace dos de sí mismo: se separa de sí para contarlo, vive la pasión de su propio yo como otro.
Entonces, ¿qué es la ficción?, sino la verdad reinventada, la historia de un cuerpo puesto en otro: el cuerpo del otro, el cuerpo del poema. La verdad inscripta en un mundo apasionado de sí, de su otro cuerpo. ¿La verdad no existe? Sí, pero es transitoria, una ilusión. O una realidad que cambia y deja atrás las ilusiones pasadas. La verdad es una creación. La anécdota, entonces, pide ser torcida para ser verdadera. Irene recomendaba torcer la anécdota, crear un objeto estético animado por la vida real. Alejarse de la referencia para ver otra cosa. Podar la anécdota, liberarla de la superficie: escribir de menos para ver de más. No la pasión del que ha vivido algo y lo relata como fue, sino el personaje que actúa lo que ya ha vivido, el actor que inventa su escenario y vive en él su obra. Escribir es ser otro, y ser otro es vivir dos veces. Distinguir el yo lírico del ser literal o biográfico es el imperativo de la poesía de Irene. Entrar en ese estado de sorpresa que dice aquello que necesitaba ser dicho y no sabía que forma tomaría para hacerse visible. Como dijo Paul Valéry, la poesía es “una empresa de reforma propia”. Ante la pregunta de qué quiso decir en un poema, Valéry responde: “No he querido decir sino querido hacer; la intención de hacer fue la que ha querido lo que he dicho”.
“La mitad de la verdad”, decía Irene. La mitad de la verdad es la vida y la muerte. Y la obra es la otra mitad, que queda viva y tuerce la anécdota.
>Dos poemas de De piedad vine a sentir, de Irene Gruss
VEJEZ
¿Has empequeñecido porque fuiste poco
o ensanchado tu abdomen como Buda
a fuerza de creer saber más?
¿Desalmada o, sencillamente, renunciaste
a la forma?
¿POR QUÉ LA LLAMAN NATURALEZA MUERTA?
Día de tranquilidad. Antes de la lluvia las frutas se opacan,
hay una distorsión que prepara el brillo que vendrá
después, cuando llueve y el rojo es casi exagerado.
¿Por qué la llaman naturaleza muerta?
¿Por qué el jarrón
a un lado de la fruta? Y sin embargo, qué daría
porque me tomes de la mano…No,
El arte no es pobre
ni la vida imita al arte.