Atlantique comienza con la imagen de un edificio en construcción en Dakar, donde un grupo de obreros hace su trabajo. Atrás hay una torre espejada y curva, estilo Dubai, que oficia de telón utópico mientras por delante pasa una caravana de vacas flacas. No son buenos tiempos para los obreros, hace tres meses que no cobran el salario y el dueño del edificio manda emisarios a decir que salió de viaje de negocios. Nos enteramos de estos eventos por Suleiman, joven líder de los trabajadores que reclaman sin éxito por lo suyo. Y luego se marchan con las manos vacías, apretados en un camión, cantando canciones que él no tiene ánimo de cantar. Con una textura rústica de impronta realista se inicia este filme, el primer largometraje de ficción de la directora franco-senegalesa Mati Diop, que viene cosechando premios y elogios en festivales, entre ellos el Gran Premio del Jurado de Cannes este año. El film es una de las últimas adquisiciones de Netflix, una excepción a la regla, una película que es casi un milagro que esté en esa plataforma.

Diop tiene una carrera como actriz, protagonizó films de la elegante directora francesa Claire Denis –que la amadrinó en este largometraje— y viene desplegando un singular trabajo como directora de cortos y mediometrajes documentales, en los que muchas veces retrata la compleja relación que los hombres y mujeres senegaleses tienen con su país de origen. Atlantique retoma la problemática que la directora abordó en un corto de mismo nombre en 2010, pero con una pequeña variación. En lugar de centrarse en la historia de un hombre que intenta escapar de los problemas económicos a través de un peligroso viaje por el océano hacia España, ella se centra en lo que les ocurre a las mujeres que quedan en el país.

Pero la angustia de Suleiman se disipa cuando se encuentra en la calle con Ada, la protagonista del filme. Ella llega hasta la cámara, luminosa y bella, vista a través de los ojos de él. Con planos muy cercanos, que llegan hasta la piel de los personajes, el filme construye una intimidad tierna y sensual, donde ese amor jovencísimo se revela crucial, uno de esos amores trascendentales. Por algo muchas de las notas sobre la película titularon “Un Romeo y Julieta de Senegal” y cosas por el estilo. Es que lo suyo es imposible: él no tiene dinero –lo sabemos desde el principio—, ella se va a casar en una semana con un hombre rico, en un matrimonio arreglado por sus padres. Y hay algo más. Por la noche, cuando se escape de su casa para verlo en la disco donde se encuentran las muchachas y los muchachos del lugar, él ya no estará ahí: habrá partido hacia España con sus amigos, en un bote endeble, por las inciertas aguas del Atlántico. Y será devorado por él.

Y es ahí a donde la película nos invita a mirar. Diop filma el océano a distintas horas, con distintas luces, activado por distintas tramas sonoras. Incandescente, calmo, misterioso, perturbador. El Atlántico es el otro gran protagonista de esta película. El contraplano permanente. Es adonde mira fijamente Ada, hacia donde caminan las chicas que perdieron a sus novios, hermanos y amigos en la excursión, es donde se arrojan las preguntas, y que de tanto filmarlo, parece querer dar algún tipo de respuesta. Vibra, como un oráculo mudo, un lienzo fijo pero mutante. A Ada no le queda otra que casarse. Pero en medio de una fiesta tradicional musulmana, ocurre lo imprevisto. Un incendio aparentemente autogenerado quema la cama matrimonial y hay quien dice haber visto al amante náufrago en las inmediaciones. No se sabe si vivo o muerto. Un joven detective se pone a investigar. A partir de este momento la película da un vuelco de 180º y se convierte un policial febril, enamorado y famélico.

Algo que cautiva de Atlantique es cómo permanentemente lo que parece ser una cosa, no lo es. Se pasa de un género a otro -- sin abandonar la historia de amor-- de un modo inesperado, caprichoso. Por momentos es un friso social acerca de las penurias de una joven sin recursos, que debe afrontar las tradiciones y lo que sus padres creen que es mejor para ella. En otros, una investigación detectivesca acerca de un delito de amor. En otros, un filme onírico sobre lo que hace el mar en las personas. Y este es el que gana, el que se impone a lo demás. Porque el policial naufraga, el detective no tiene método, o su método no sirve para lo que hay que investigar. Una fiebre inexplicable ataca a diferentes personajes. La noche y el golpeteo de las olas en la orilla, llevan la trama hacia un nuevo rumbo, que sintetiza lo anterior y a la vez lo lleva más lejos: todo se convierte en una historia de fantasmas.

 

Como en muchas de las películas de su madrina Claire Denis, de la sugestión se pasa a a una zona más osada, extraña y menos anticipable. Un universo de creencias y tradiciones locales se hace lugar en la historia en un golpe de timón. Atlantique está más cerca de Yo caminé con un zombie Jacques Tourner que de Ghost, la sombra del amor. Pero no conviene revelar demasiado. En cualquier caso no es solo el amor después del amor lo que salva a los protagonistas. Es eso, sí, pero también el encuentro entre Ada y sus amigas, las otras chicas que perdieron a sus hombres en el mar. Ellas toman el bar y la playa, buscando su propio horizonte sobre la costa de ese Atlántico, creando nuevos acuerdos, se aventuran a lugares inesperados y quizás también, deseados nuevos peligros.