PáginaI12 En Francia
Desde París
Bruno Bernard, un ex consejero político de la embajada de Francia en Gran Bretaña, se pregunta, en las páginas del diario conservador Le Figaro, ¿ por qué Francia no produce series televisivas de temática política como The West Wing y House of cards en los Estados Unidos, la dinamarquesa Borgen o la británica The thick of it? Bernard responde: “la razón es simple. La realidad sobrepasa la ficción. Un guión que relatara los acontecimientos políticos desde 2012 sería rechazado por todos los productores con el motivo de que no es verosímil”. Francia está en el centro de esa irrealidad cuando vive el momento más esencial de una democracia, las elecciones presidenciales. Uno tras otro, los hechos son aberrantes. El 2 de marzo, la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, perdió su inmunidad parlamentaria. El Parlamento Europeo votó por unanimidad esa medida en una de la media docena de causas judiciales que el partido Frente Nacional tiene en los tribunales. Se trata del proceso abierto en Francia por la difusión, a través de la cuenta Twitter de Marine Le Pen, de imágenes de los abusos cometidos por el Estado Islámico. Y aún le quedan otras cuentas pendientes más, entre ellas los cargos de corrupción y malversación de fondos por los cuales aún la protege su inmunidad. Sin embargo, el tres de marzo, la justicia la convocó en esa causa con el objetivo de inculparla. Los jueces avanzan sin importar ni el calendario electoral, ni las figuras. La policía ya registró esta semana el departamento que el candidato conservador, François Fillon, tiene en París. Y luego de que fuera citado por la justicia para el próximo 15 de marzo para ser oficialmente imputado por los falsos puestos de trabajo en la Asamblea Nacional de su esposa e hijos, decenas de parlamentarios y miembros del equipo de campaña, incluido el jefe de la misma, abandonan las filas de su candidatura. La derecha siente que va en línea recta al paredón de la derrota y promueve, ahora, la candidatura del ex Primer Ministro Alain Juppé, derrotado por el mismo Fillon en las primarias organizadas por Los Republicanos. Contra viento y marea, Fillon se empeña en mantener su candidatura, alega que es víctima de un “asesinato político” y, como Marine Le Pen, descarga su ira contra la institución judicial.
La anomalía constituye un pozo sin fin. En una conversación telefónica con Sarkozy, el ex mandatario le dijo a Fillon: “esto no puede continuar así”. Pero sigue. El despropósito roza proporciones de opereta peligrosa. François Fillon y la revista ultra conservadora Valeurs Actuelles convocaron para este fin de semana una manifestación en el Trocadero en apoyo a Fillon y “contra el golpe de Estado de los jueces”. A ella se sumó un sólido grupo homófobo y católico radical que sacó millones de personas a la calle en contra de la ley sobre el matrimonio igualitario, La Manif Pour tous. Fillon recurre así a la calle y a su expresión más violenta para validar su permanencia y la batalla que mantiene con la justicia. El populismo tercermundista se mudó de continente y de sociedad. El moderado Fillon, católico, oriundo de la burguesía provincial, liberal y pudoroso, ajeno a los tejes y manejes de la corrupción política construyó su legitimidad con la bandera de la honestidad, la cordura y la transparencia. Pero cayó en la peor versión de las infracciones: contrariamente al ex Presidente Nicolas Sarkozy y muchos otros candidatos, la justicia lo arrincona no por las irregularidades constatadas en la financiación de una campaña electoral, sino por enriquecimiento personal. Su defensa a ultranza ha consistido en bombardear a los jueces, en poner en tela de juicio la competencia e independencia de la justicia y pisotear a la prensa. Como estrategia suicida, Fillon antepuso el arbitraje de las urnas a cualquier instancia independiente. El voto popular haría de él un inocente. El hombre encargado de velar por las instituciones utiliza la aritmética popular como antídoto contra la ley. Marine Le Pen ha recurrido a la misma estrategia, y ha incluso amenazado a los jueces con “castigarlos”. En las páginas del vespertino Le Monde, el magistrado Jean de Maillard escribe: “asistimos a los efectos destructores de una justicia tratada como un paria de la República”.
Estas no son las únicas excentricidades de esta no campaña trastornada a lo largo de la cual parece reconfigurarse, en lo peor, la esencia de la democracia francesa. De los cinco candidatos más fuertes, los dos primeros en las intenciones de voto, Marine Le Pen y, aunque en caída libre, François Fillon, tienen su futuro en los tribunales. De esos cinco, tres carecen de partido político: Marine Le Pen (el Frente Nacional no es un partido de gobierno cabalmente constituido, es más bien un movimiento): Emmanuel Macron, el ex banquero y ex Ministro de Economía de François Hollande cuyo movimiento en Marcha fue recién creado en marzo de 2016: Jean-Luc Mélenchon, la voz de la izquierda radical al frente de una galaxia de corrientes agrupadas bajo las banderas de la Francia Insumisa. Más aún, de los cinco, tres candidatos no participaron en las elecciones primarias de donde surgió, para la derecha, François Fillon y, para los socialistas, Benoît Hamon: Marine Le Pen, Emmanuel Macron y Jean-Luc Mélenchon. Si la crisis de la candidatura de Fillon llega a su fin, habrá otra exquisitez inédita: la derecha activará el plan B que consiste en designar como candidato a Alain Juppé. Este liberal perdió sin embargo las primarias pero la hecatombe le devolvería una legitimidad que no consiguió en las urnas .Antes, los electores franceses se habían encargado de sacar del mapa a sus políticos tradicionales: el presidente François Hollande, ahorcado por una impopularidad mortal, renunció a postularse para su reelección. Luego, en las primarias de la derecha, Francia sacó del juego al ex presidente Nicolas Sarkozy y a Alain Juppé, dos líderes marcados por memorias brumosas. Eligieron a Fillon porque aparecía como un unificador no identificado con los escándalos. Más tarde, en las primarias socialistas, ganó el ala izquierda del PS en contra de la opción de moda, la social liberal, la del ahora ex jefe de Gobierno Manuel Valls. A estas extravagancias se le agrega el contaminante central: el renacimiento de un populismo vetusto pero lleno del vigor que le insufló Donald Trump en los Estados Unidos. En este contexto, en una imperdible entrevista publicada por Le Monde con el sociólogo e historiador de la democracia Pierre Rosanvallon, el autor de “El Buen gobierno” (publicado en la Argentina por la editorial Manantial), dice: “Tanto en Francia como a nivel mundial estamos viviendo un trastorno democrático que se manifiesta mediante la progresión de la cultura populista y por el hundimiento de la democracia de los partidos”.
El edificio se cae cada día bajo la tunda de golpes que le dan quienes aspiran a gobernarlo. La paradoja es grosera y violenta. La izquierda francesa murmura sus ideas en los oídos de los mismos electores; Benoît Hamon y Jean-Luc Mélenchon van con candidaturas separadas hacia una derrota con candado. Históricamente, se sabe que en Francia la izquierda sólo gana si va unida. Marine Le Pen y sus 27,5% de intenciones de voto va primera en las encuestas, le siguen los pasos o Emmanuel Macron, el candidato de ningún lado y de todas las partes, y François Fillon. Pero el ex moralista de la derecha ve cómo se derrumba su castillo. Además de la policía que allanó su domicilio, unos 100 parlamentarios de derecha y de centro le han pedido que renuncie. El viernes, y ya de forma oficial, los centristas de la UDI (Unión de demócratas independientes) solicitaron “solemnemente a Los Republicanos que cambien de candidato”. El propio jefe de campaña de Fillon, Patrick Stefanini, le sugirió que abandonara ante de hacerse a un lado, su tesorero, Gilles Boyer, su portavoz, Thierry Solère, y varias eminencias políticas que formaban parte de su equipo abandonan un barco que se hunde. Fillon persiste, incluso si, en este momento, el golpe más duro se lo están dando sus aliados de la derecha. El antaño jefe de gobierno de Nicolas Sarkozy asegura que no abandonará porque, según él, “mis bases siguen ahí”. El terreno está minado por todas partes. La posibilidad de que Alain Juppé sea candidato depende de un acuerdo previo con el otro perdedor de las primarias, Nicolas Sarkozy. No parece, sin embargo, existir otra posibilidad que no sea la del pacto ante un Fillon cuyos adversarios no son sus rivales políticos sino las instituciones de la democracia y su propio partido. En el tormentoso horizonte se está esbozando un dibujo inédito: ni la derecha ni la izquierda de gobierno estarán en la segunda vuelta. Las encuestas sitúan a Emmanuel Macron y Marine Le Pen como los rivales finales del mes de mayo. “El populismo nace de un desperfecto de la democracia”, dice Pierre Rosanvallon. La realidad electoral francesa es la prueba más extravagante. Cuando le convino, François Fillon hizo del populismo anti sistema su cruzada. Con ello hizo estallar la campaña, empañó el debate, condujo a la implosión de la derecha y cavó su propia tumba.