El cura Eduardo Lorenzo tenía “rasgos psicopáticos, perversos, narcisistas y obsesivos”, había establecido un informe de la Oficina Pericial Forense bonaerense que la fiscal Ana Medina, titular de la UFI N° 1, recibió el miércoles de la semana pasada. El estudio, que había sido solicitado por la fiscalía, fue clave para la decisión de la jueza de Garantías Marcela Garmendia, quien el lunes ordenó la detención del imputado.
El informe “concluyó contundentemente en confirmar rasgos psicopáticos, perversos, narcisistas y obsesivos en el cura Eduardo Lorenzo, imputado por abusos sexuales reiterados, con acceso carnal”, explicó la semana pasada el abogado querellante Juan Pablo Gallego.
“El único modo en que Lorenzo se vincula es desde la asimetría, de modo obsesivo y de control”, aseguró el informe realizado por las peritos Ayelen Rodríguez, Verónica Acevedo y Paula Lambertini. El cura transmitía "una imagen grandilocuente de sí mismo que engrandezca su autoestima. No siente culpa, ni angustia. La hostilidad siempre está en el afuera”.
El documento también afirmó que Lorenzo tenía "una estructura de personalidad perversa, narcisista y manipuladora” y que “el lugar del otro es el de mero objeto para satisfacer propios deseos”.
El cura recurría a "un lenguaje cargado de descripciones detalladas y expansivas. De esta manera busca causar impacto en el interlocutor y atraer con su locuacidad. Impresiona como si estuviese en el púlpito, como un orador hacia su público". A la vez, cuando las peritos le referían las denuncias de abuso, Lorenzo elevaba el tono de voz, "intentando imponer su análisis". En esas ocasiones, se detectaba "gestualidad y actitud corporal asociada a ira" y se le tornaba "dificultoso escuchar, interrumpiendo las intervenciones (...) para continuar con el desarrollo de sus razonamientos".
Para las peritos, había "una fachada de mecanismos defensivos de tinte obsesivo" que se erigían "encubriendo a otros más defensivos". Así, intentaba "constantemente manejar la situación de evaluación, correr a las perito del rol, tratándolas a nivel comportamental como pares simétricos e incluso como un auditorio o público (en posición inferior), en lugar de colocarse adaptativamente como sujeto evaluado".
Tenía "una imagen grandilocuente de sí mismo, cimentada en su jerárquica función religiosa" y usaba "con frecuencia un tono despectivo e incluso denigratorio para referirse a los otros, en especial a las víctimas y/o denunciantes".