Si el mundo se va a pique, el Prado al rescate

“Más claro, echale agua”, reza el dicho popular, y el Museo del Prado pareciera haberlo aplicado en forma cristalinamente literal con su recientísima campaña verde, esfuerzo colaborativo con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), ong que se ocupa de conservar el planeta y sus especies amenazadas. Y es que, amén de generar conciencia sobre los muy perniciosos efectos del calentamiento global, la institución madrileña bicentenaria (que en estos días, dicho sea de paso, acaba de cerrar sus festejos por los 200 años por todo lo alto) ha decidido retocar digitalmente algunos de sus cuadros más emblemáticos, parte de su colección permanente, para mostrar en imágenes qué sucedería si la temperatura aumentase ese grado y medio que, acorde a especialistas en tema, implicaría un sonado punto de inflexión, con repercusiones devastadoras. Así, el Felipe IV a caballo de Velázquez termina tapado por agua, en tanto “con más de 1.5 °C el nivel del mar subiría más de un metro y desaparecerían estados y poblaciones enteras”. La señorita de alta alcurnia y el majo de El quitasol, de Goya, se convierten en refugiados climáticos. Y Los niños en la playa, de Joaquín Sorolla, deviene Los niños en el mar muerto, rodeados los peques por peces RIP a causa del consabido aumento de la acidez. El paso de la laguna Estigia, de Patinir, acaba -por cierto- siendo víctima de la sequía extrema; ni vegetación ni cultivos ni animales en la antaño idílica escena. “Si cambia el clima, cambia todo”, remacha el eslogan de una propuesta que busca aprovechar el lenguaje universal del arte para sacudir conciencias y llevar el debate a las calles. Así lo aclara el secretario general de WWF España, Juan Carlos del Olmo, convencido de que “puede ser una herramienta muy importante para movilizar a la sociedad”.

Una noche en el museo

Hay quienes la llaman “la exposición interactiva definitiva”, y nos les falta razón; después de todo, dormir dentro de un cuadro no es cosa de todos los días. A ello invita el Museo de Bellas Artes de Virginia, en Richmond, Estados Unidos, que ha creado una detallada réplica en tamaño real de un cuadro de Edward Hopper, para que visitantes puedan pasar una noche en Western Motel, la pintura en cuestión. Pintura de 1957 de un cuarto de hotel escasamente decorado, traída a la vida con el haz de luz que atraviesa diagonalmente la ventana, el Buick verde detrás, y dentro: la cama de madera con su acolchado bordó, maletas antiguas a los pies, el sofá de un cuerpo. Lo único que falta en esta inquietamente detallista reconstrucción es la misteriosa mujer sentada, cuyo vestido hace juego con la colcha: aquí entra en juego el visitante, que habrá de desembolsar entre 150 y 500 dólares para usar las instalaciones arty y reposar en la mentada habitación. Desde las 9 de la noche hasta las 8 de la mañana siguiente, los miércoles, viernes y sábados, dicho sea de paso, cuando habilita el museo tan curiosa estancia, que incluye pantuflas, una bata, snacks de la época y una revista Time de, por supuesto, 1957. El paquete más caro suma una cena para dos en un restaurante cercano, entradas para jugar minigolf y un tour privado por la exposición. Porque, claro, la propuesta es la pretendida cereza del postre: la muestra Edward Hopper and the American Hotel, que exhibe -por estos días y hasta febrero- más de 60 pinturas del artista. “Representaciones silenciosamente dramáticas de espacios comunes -hoteles, moteles, casas de huéspedes, calles, faroles, restaurantes- y las personas solitarias que los habitan, y que llegaron a definir la estética de la vida estadounidense de los 50s”, según anota la curaduría.

Peter Pan, ese bribón

“Es el niño que nunca crece, un pícaro adorable que ha convencido a generaciones de chicuelos de que los sueños se hacen realidad si lo deseamos lo suficiente. Pero ahora se ha revelado un costado más oscuro de Peter Pan con la reciente publicación del manuscrito original de la novela de J.M. Barrie, Peter Pan y Wendy, informa el medio brit The Guardian a cuento del lanzamiento de este borrador de 1911, inédito para el gran público, que muestra al inoxidable héroe un pelín más… repelente. Según Jessica Nelson, que supervisó la edición, la descripción de Peter en el manuscrito le recordó a la versión original de Frankenstein, de Mary Shelley. “Inicialmente la criatura era más oscura, con menos cualidades humanas”, advierte la especialista, que observa que el escritor escocés eliminó ciertas menciones en pos de atenuar el costado negativo de su protagonista y adaptarse al petit público de principios del siglo 20. Elimina, por caso, la de “niño elfo”, que habla “en forma desafiante” y es “más despectivo que nadie”. También es más egoísta que en la versión que acaba viendo la luz tras las revisiones de su creador. Sencillamente, subraya Nelson, “este Peter Pan es un cachito más malvado, más antipático”.

“Barrie no tenía miedo de ir a lugares oscuros. También estaba tratando de demostrar que los chicos pueden ser feroces”, asegura la mujer. Y suma otro detalle que hará las delicias de los aficionados a este clásico infantil -que primeramente, en 1904, fuera una obra de teatro y luego, en 1911, deviniera novela-: en el borrador, Neverland se presenta como “una bahía de desolación”, y el nombre tarda en aparecer en las páginas. Ni siquiera es Neverland: es Never Never Land. “Acaso el autor quisiese enfatizar la distancia entre el mundo de los adultos y el de Peter Pan, esa tierra que los grandes nunca jamás podrán alcanzar”, arriesga la editora del sello SP Book, fundado en Francia en 2004, que en ocasiones pasadas publicase los manuscritos de Jane Eyre, El gran Gatbsy, Alicia en el país de las maravillas, entre otros. Para la lustrosa ocasión, limitada a las mil copias numeradas, el tomo reproduce el texto en puño y letra del escritor brit, incluidos sus tachones y anotaciones, y las bonitillas ilustraciones a todo color, 21 en total, que hiciese Gwynedd Hudson para una rara edición de 1930. Por lo demás, parte de los ingresos por las ventas irán al hospital infantil Great Ormond Street, al que Barrie donó los derechos de autor de la historia antes de morir.