A veces, el tamaño es importante. Algo pequeño y seductor puede tener un efecto momentáneo y pasajero. Pero algo enorme y seductor, es una presencia que se instala como un tótem del deseo. Es el poder de las imágenes que nos permiten una expedición por sus formas construidas a través del color. La artista Cynthia Cohen trabajó en esta dirección.
Gracias a las ideas claras en su cabeza pudo transformarlas en imágenes certeras. Sin embargo no son pinturas conceptuales, no es la operación mental lo que gana al pararse frente a los enormes óleos de casi dos metros por tres, sino una sensación en el cuerpo que da hambre. Cohen logra dar ese pasito inmenso entre la supervivencia y la vitalidad, entre la sexualidad como acto de reproducción hacia la lujuria plena. La ventana que nos lleva a la Niza de Matisse, los jardines que nacen de pequeños floreros, los pescados con incisiones haciendo de escamas, las papas que son óvalos.
Toda la operación de Cohen es provocarnos para querer más. Para generarnos hambre. Festín romano donde hasta los huevos fritos sacrifican la perspectiva clásica por un gracioso planismo para que sus yemas se transforman en ojos. Hay humor en las obras de Pan Dulce. También hay historia, y esa historia no es un dato más. Está latente en la obra. Uno sospecha mientras camina entre las pinturas, que hay un guiño a otra situación. Esas naturalezas muertas tan afrancesadas y tan comienzos del siglo XX, la paleta a lo Matisse, a lo Gauguin, pisando lo fauve. Naturalezas muertas tan clásicas y tan vistas como preciosas. Es el tamaño. En el tamaño fuera de escala está el guiño a esos óleos codiciados que fueron revolucionarios en su tiempo y hoy forman parte de un rincón de la historia del arte europeo.
La historia que camina entre los lienzos y nos respira en la nuca, es una anécdota de la propia artista, que hace una intersección con la historia argentina: allí se unen una niña que mira, un abuelo pintor, Eva Perón y Jorge Luis Borges. Cuenta la artista: “Hace dos años que empecé esta serie, las pinturas originales pertenecen a mi abuelo, Juan Carlos Faggioli y todas las obras que pintó, los originales, están en la casa de mi vieja. Los veo ahí desde que soy chica y convivíamos desde siempre con sus obras, las únicas que había en casa. Un día miré la pintura de la sandía con las uvas, que es una obrita menor de él, es una tablita de 20 x 25 aproximadamente y me imaginé cambiándole la escala, sentí que esa operación iba a traer esa obra a contemporaneidad. Eso hice y fue tal cual, la pinté igual a la original, respetando todo y también incluyendo su firma --siempre firmaba los cuadros, era muy de la época, la firma era importante como gesto-- y noté que la pintura seguía funcionando y así fue que seguí con ese grupo de obras.Sentí y siento que estoy hablando de la pintura a través de la pintura, es una de las capas de esta muestra. También la modificación de la escala fue un reto en lo pictórico, porque los originales son muy chicos y las pinceladas muy gestuales, traducir un gesto mínimo a escala hace que la obras vibren de otra manera, el gesto se hace racional y enorme.”
Pintores varones, pintoras mujeres. Para llamar la atención, lo que ellos pueden hacer de forma medida ganando premios y reconocimientos, nosotras tenemos que hacerlo con gestos enormes y grandilocuentes. No importa, el que ríe último ríe mejor. Los óleos de Cynthia Cohen opacan los primeros. La sombra es más intensa y potente que el original. Sobre este tema dice la artista: “Volviendo a la escala, la curadora Flor Qualina escribió algo que hizo eco en mí, que es que a las mujeres medio que no se las dejaba pintar grande, ese era un espacio que era solo para los hombres y en esta operación pictórica/conceptual que hago, mi escala tiene algo de eso: soy mujer y pinto en grande las obras chicas de un artista hombre. En ese sentido, otro tema dentro de la pintura fue moverme de mi paleta y mi pincelada, la mayoría de las obras él las hacía con espátula y mucha materia. Fue un ejercicio hermoso y potente. En la última obra que pinté --la ventana que da a una playa-- que casi toda está hecha con espátula, me imaginé que para mi abuelo pintar así era más de ‘macho’ y que el pincel era más de minita o de ‘blandos’. Estoy pensando en los pintores de esa época, muy machirulos en serio. El gesto de la espátula tiene algo, pero esto tal vez es sólo un flash mío.”
Pan Dulce remite al nombre de la obra --un bodegón de época-- con el que Juan Carlos Faggioli ganó el Primer Premio Nacional de Pintura en 1950. La mismísima Eva Perón le entregó el premio. También Jorge Luis Borges entra en escena. Escribió un texto para el artista en su exposición llamada De la pintura. Borges le escribió: “Todos los seres luchan con el tiempo, que finalmente los destroza y olvida; los más lo ignoran, porque les falta la conciencia del tiempo. Ya Séneca observó que los animales viven en un presente puro, sin antes ni después; ya Yeats, partiendo de la filosofía de Berkeley, acuñó su espléndida línea: El hombre ha creado la muerte. A semejanza de las otras artes, la pintura es un medio, quizá el más eficaz y tangible de rescatar algo de lo que se llevan los siglos”.
Pan Dulce familiar, tentador, claramente más cerca del vicio que del alimento, remite a esos días especiales, ritos en los que la familia se une bajo el calor y el agotamiento de diciembre, para tomar un espumante que emborracha lindo y rápido, acompañado con esa harina suave y dulce. El tamaño de los óleos pone a la historia fuera de escala. Permite releer, y generar una nueva versión de las mismas imágenes. No hay juego de espejos. Ya no vemos naturalezas muertas sino naturalezas vivas, seductoras y carnosas. Pan dulce repleto de frutas abrillantadas para los ojos.
Pan Dulce de Cynthia Cohen se puede ver en enero en Pasto Contemporary Art Gallery, Paseo Colón y Av. Brasil.