Un paquete enorme cuelga de los cables en la esquina de Brasil y Esteban de Luca. Parece una encomienda caída de algún avión. Tal vez se abrió la puerta y se cayó, o quizás el avión mismo se estrelló. Pero si hubiera pasado algo así nos hubiéramos enterado. Estamos en Parque Patricios, y una noticia como ésa hubiera corrido a la velocidad de un romance entre vecinxs. No, no es eso lo que pasa. Lo que pasa es que estamos adentro de un ensayo con público de Los Pompapetriyasos, -Los Pompas-. No estamos viendo una obra o un ensayo, estamos adentro. Las actrices y los actores se van a preguntar qué hay adentro del paquete, pero nosotros también. Y es tan frágil la frontera entre quienes actúan y quienes miran que a veces alguien se asomará a alguna ventana, a algún balcón, abrirá alguna puerta o pasará con la bolsa de las compras y será parte, sin saberlo o sabiéndolo y poniendo, ya que está, un poco de sí con gestos, ademanes, palabras. Es que esto que está pasando es Teatro Comunitario. Teatro hecho por vecinxs del barrio, adentro del barrio, tratando de traducir en un hecho poético las preguntas del barrio.
Agustina Ruiz Barrea es la directora de Los Pompapetriyasos. Entre las cosas buenas que nos dejó el escalofriante 2001 nos dejó esa expansión de experiencias sociales, interesantes, autónomas. Esa necesidad de comunidad, de colectivo, de salir de la representación para tomar la palabra y decir en la primera del plural. Adhemar Bianchi y Ricardo Talento ya venían construyendo hacía rato sus teatros comunitarios en Barracas y en La Boca. Buscando replicar sus experiencias, se encontraron con Agustina y Agustina se encontró con el teatro comunitario. “Yo siempre había hecho teatro, desde muy chiquita, y había seguido los caminos más o menos habituales. Era muy jovencita y como había hecho un curso de teatro callejero y lo había puesto en mi currículum cuando entré al Programa Cultural en Barrios, me mandaron a Lugano a hacer un taller. Me marcó para siempre. Era hacer teatro con gente que nunca había ido al teatro. Hacer teatro vivo. Estaba harta de hacer teatro para gente de teatro. Veinte personas que nos vamos a ver mutuamente. Cuando vi lo que hacían Talento y Bianchi, entendí que lo que había hecho yo era teatro en lugares muertos y que la calle estaba viva. Y yo quería la vida.”
Las preguntas se multiplican alrededor del paquete que cuelga. Alguien dice que hay que llamar a la Brigada de Explosivos, otros se sacan fotos, y hay quien dice que “es un mensaje”, un mensaje como otros que durante los años que llevamos en el barrio han llegado. “Esto es por el parque acuático”, dice el memoriado. Y nos lleva para atrás en el tiempo para recordar cuántas y de qué manera nos quisieron convencer de que Parque Patricios necesitaba un parque acuático. Entre el absurdo y las promesas de futuro tan escuchadas, vamos a ir dando la vuelta manzana y viajando en el tiempo y en la memoria. Porque los mensajes fueron recibidos muchas veces y todas esas veces hubo resistencias. Una enamorada en un balcón escucha su serenata pero también dice su discurso, como una Evita con el pelo mojado y envuelta en un toallón, y una señora adentro de una casa, según parece parada arriba de la mesa, dice que se va a quedar flotando con sus muebles, porque ninguna inundación es tan definitiva, y también hay una pareja que se aferra a un malvón en el desalojo y una cuadra entera que con la oreja pegada a la radio vibra con el clásico Huracán – San Lorenzo y se subleva con las propaganda del Parque Acuático que pronto hará del barrio una Venecia en el sur de la ciudad. Como en la inolvidable Vuelta Manzana de Hugo Midón, vamos a recorrer los personajes del barrio, pero no sentadxs en una butaca, sino que vamos a caminar con esos personajes. Y vamos a preocuparnos y a emocionarnos y a gritar el gol y a llorar con la última canción. A llorar con ellxs, porque cuando cantan “me quedo acá, aunque me quieran arrancar, éste es mi lugar”, toda una memoria de exilios –de barrio, de país, de proyecto, de deseo- sube por esas gargantas y lloramos todxs.
Los Pompas alquilan un local en una de esas esquinas y ahora se van a mudar a uno más grande (Brasil 2640), pero no siempre fue así. Cuando empezaron ensayaban en Parque de los Patricios y en muchos clubes y espacios del barrio. Agustina se acuerda de la primera obra que construyeron juntxs, ensayando en el parque, tomando sugerencias de quienes pasaban con su perro, o vendían cosas o aportaban sin dejar de mirar a lxs chicxs que corrían hacia los juegos, y se emociona como cuando se recuerda la primera sonrisa de unx hijx. “La primera obra se llamó Familias como éstas. El disparador fue una foto que trajo una vecina en la que toda la familia se había reunido alrededor del abuelo muerto para sacarse la última foto. A partir de ahí nos preguntamos sobre la herencia, el pasado, y los vínculos. Después hicimos Visita guiada, pero el día del estreno nos encontramos con el parque cerrado porque empezaban las obras del subte. Nos mudamos al Parque Ameghino y descubrimos que ahí abajo estaban enterrados los muertos de la fiebre amarilla. De ese descubrimiento surgió Lo que la peste nos dejó.” Pero también se enoja cuando se habla del teatro comunitario ponderando lo comunitario y bajando las expectativas artísticas. “Nos interesa interpelar el sentido común pero convirtiendo las preguntas en un hecho poético, en una investigación artística. El hecho estético es un acto político y tiene que estar vivo. No se puede pensar en construir contrahegemonía cultural si no profundizamos la investigación artística todo lo que podamos. La derecha tiene un proyecto cultural muy claro y muy bien organizado, de este lado tenemos que ser inteligentes también. Y eso implica alojar todas las preguntas, crecer como colectivo y arriesgar en la poética.”
La vuelta a la manzana termina en un pasaje. El escenario fue la calle, pero también algunas de las casas con sus balcones y sus ventanas, y los pasillos fueron camarines y las terrazas se prestaron para cruzar sogas con ropa colgada. Cierto es que hubieron vecinxs que se quejaron de ruidos molestos en algunos de los ensayos y otrxs que se emperraron en pasar con el auto aunque en el medio hubiera escenografía. Pero eso a Agustina no la pone mal: “hay muchos espacios en los que se juntan los que están ganados, acá apostamos a ganar a quienes ven ruido en el arte y piensan en invasión del espacio en lugar de celebrar el que se comparta el espacio público. Porque es en acto que se cambia la forma de pensar, de vincularse. Es la emoción la que nos hace abrir lugar a otras ideas. Hoy un vecino de esos que se molestan porque le usamos la vereda nos dijo que el error había sido abandonar la calle, que si no nos hubiéramos metido para adentro en las casas no nos hubieran pasado tantas cosas mala. Eso es lo que buscamos. Conmover, mover ideas, no estar a merced de la lobotomía express de un poder invisible que nos hace creer que nos gustan las cosas porque son lindas, y nos hace olvidar que natural no hay nada, que normal es sinónimo de imposición y que podemos crear lo nuevo sin dinamitar el pasado.”