Con motivo del 20 aniversario de su muerte, la Fundación Louis Vuitton, en París, presenta hasta febrero una gran, gran exposición que honra la vanguardista obra de Charlotte Perriand (1903-1999), diseñadora gala que devino figura fundamental del siglo 20 contribuyendo a redefinir el art de vivre. Lo ha hecho con todas las pompas, dedicando cuatro pisos -con sus correspondientes 11 galerías- a exhibir con mimo el trabajo de la también arquitecta, mostrando sus modelos a escala, objetos personales, fotografías y dibujos, además del memorable mobiliario que creó en varias décadas; incluida la famosa Chaise-Longue LC4 que diseñó laburando como mueblista de Le Corbusier. También han reconstruido espacios completos, hoy perdidos, pergeñados por la artista, hija de un sastre y una costurera, cuya expresa intención era -según comentó cierta vez- “crear un estilo de vida alejado a las fórmulas estereotipadas, genuinamente libre”.
Desde 1927 y durante la década que colaboró con Le Corbusier, Perriand equipó sus interiores: “los interiores de una forma de vida emergente, que pretendía estandarizar la decoración y huir de cualquier extravagancia. Pero su papel fue más allá de la simple racionalización del mobiliario. La pericia con la que abordó la funcionalidad introdujo el confort y el bienestar a sus creaciones”, subrayan voces en tema. Eternamente inquieta, más tarde viviría algunos años en Asia, empapándose de minimalismo oriental, abordando las bondades del bambú, privilegiando su perenne fetiche: la noble madera, que la flechaba por su aspecto sereno, flexible, sencillo.
“Perriand quiso transformar la vida cotidiana a través de las artes, ofrecer una nueva relación de la persona con el mundo, menos compartimentada y más estimulante para los sentidos”, anota el team curador de Fundación Vuitton, y destaca cómo “abolió los límites entre disciplinas como pintura, escultura, tapicería, mobiliario y arquitectura” con sus rompedoras propuestas. “Nada es separable: ni el cuerpo del espíritu, ni el hombre del mundo que lo rodea, ni la tierra del cielo”, solía decir esta mujer avant-garde, enemiga de lo superfluo, que solía encargar -ideando sus espacios- pinturas a amigos como Léger o Picasso. También enalteció la fotografía como pieza artística. Y separó los objetos de las paredes creando constelaciones libres, configuraciones que rompían con la vieja tradición anclada en la chimenea como pieza central y en la simetría burguesas. Diseñó mobiliario multifuncional, atenta al almacenaje doméstico. Y fue vital en su trabajo la idea de movimiento, con piezas cero estáticas, que aparecen, desparecen, giran, se deslizan…