1.

“Acá estamos. Volvimos”, dijeron. Y entonces por fin comprendí: el peronismo, entre tantas otras cosas, es una épica del retorno. Es una épica del retorno cuya eficacia política y estética se basa en una mística de la espera del retorno. Cuatro años pueden haber pasado, o los diecisiete que pasaron entre 1955 y 1973: años en el llano, en el exilio, en la humillación, en el agravio.

El verdadero traspaso, el significativo, se produjo en los discursos de la noche. Fue un traspaso de plaza, de masa popular. El discurso de ella empezó con el recuerdo de otra noche, la del 9 de diciembre de 2015. Esta del 10 parece la noche siguiente, sin más. El volver del peronismo no es el volver del tango. No hay marcas del paso del tiempo, no hay rencores, apenas un recuerdo que deja una lección a practicar. No es tampoco el “y no volví más” de la canción de Joaquín Sabina que eligió Adriana Varela para emocionar hasta las lágrimas.

El volver peronista o mejor dicho, el volver kirchnerista, es íntegro, sin quebranto. Se sostiene en una pura lealtad como sin tiempo. Va al encuentro de un mismo lugar y de un momento presente que es vivido como inmediatamente posterior al del adiós. Va al reencuentro en la plaza de la despedida como si fuera posible cortar y empalmar una escena con la otra.

Por eso nos parece imposible. Por eso es siniestro para los opositores. Tanto rito del retorno de lo intacto se les vuelve siniestro, se nos hace mágico a nosotros. Cuesta tanto creerlo que había que estar ahí para creerlo, y verlo por televisión es emotivo pero no nos alcanza. Nos alegra tanto, nos devuelve a la historia, nos restaura en lo simbólico, pero aún es extraño. El volver del tango admite las fisuras, reconoce los estragos. Sabe lo que cuatro o diecisiete años de soledad le hacen a un cuerpo. Sabe lo extraños que se vuelven dos amantes en un tiempo de ausencia que no fue de espera. Esa extrañeza no tiene lugar en el abrazo peronista o kirchnerista. La lealtad no la admite y el abrazo es pleno. Es el abrazo del “vos estás igual”. La alegría profunda dura lo que el abrazo. Alejarse un poquito ya es vernos, y ver es ver tiempo.

2.

El tango sabe lo que cuatro años de miseria o lo que diecisiete años de golpes le hacen a un cuerpo, tanto individual como social. El peronismo (reflexionamos luego con mis cumpas, Sonia y Lorena) también lo sabe, pero no lo dice. O por lo menos nunca lo dice en primera persona. Y agrega Sonia: ese silencio es político.

Y Richard cita el “Volveré y seré millones” de Eva: “La derecha no vuelve porque se pretende única y nueva cada vez”, enuncia en la sección de comentarios. Sigo zapando: la derecha no vuelve porque cree que no se va nunca, no reconoce las idas, cree que siempre está. La derecha es eleática (por Elea, la escuela de Parménides, la del ser inmutable). Sigo agregando letra: la popular se siente más a gusto con el devenir del negro Heráclito, que nunca mojaba sus patas dos veces en la misma fuente. Y sin embargo... el 10D se vivió y vibró un “como si” de que la fuente es la misma, la canción es la misma, el río es el mismo. Y agregaré aún: ese “como si” es político.

Nicolás se remite a la literatura de la Antigüedad clásica y de la modernidad barroca para comentar: “La épica del regreso, esa que nace en lo profundo de Occidente, desde Ulises, pasando por el Quijote, que siempre volvía también”. Pero Carlos no ve viable un uso del pasado para proyectar un futuro. “Las historias nunca se repiten”, me advierte; a lo sumo, se parecen. Me deja pensando. Le respondo. Por supuesto que no se repiten nunca, pero que no hay que desdeñar el dato estético de ese parecido, que sirve para que el “como si” de la repetición nos sitúe en la tradición, que es un buen lugar desde donde pensarnos a futuro. Y este dato estético es político.

Y este texto está siendo una construcción colectiva de pensamiento, en el diálogo respetuosamente fraterno con quienes piensan parecido y también con quienes piensan distinto. Y este diálogo es político. Y esta construcción es política. Y este pensamiento es político.

3.

Volver es un gesto en dos tiempos: irse, venir. “Alfonsina no vuelve”, escribió Félix Luna. “Macri se va”, empezó Iván Noble una vieja canción, aggiornada para la ocasión quizás en un impulso del momento. “No saluda a nadie y se va. Escribe en el espejo: ‘Los odio. Chau’”. Ese día, el “Siento que ella vendrá” de Palo Pandolfo se cargó de resonancias nuevas. “Estábamos todes cansades, acalorades, deshidratades pero estábamos firmes esperando escuchar esas palabras que nos llenan el alma y nos dan fuerza pa seguir la lucha”, testimonia Paz. La mejor epifanía, todavía a pleno sol, fue la del power trío cordobés Eruca Sativa: “Seremos primavera”, cantaron Lula, Brenda y Gabriel en una versión poderosa y nos brotaron flores y ya éramos primavera al flamear de una camisa verde. “Ya es mañana y aquí estás”, cantaron. Y este mañana es político. Y este aquí es político.

Fue un momento histórico, dijo Pato, que estuvo ahí en la multitud, del Congreso a la Plaza. “Hacía la V y manejaba”, me contaba Pato emocionada. Hoy leo que una remera decía “Capitán Beto” y lo sueño a Luis Alberto cantando en la plaza: “Ahí va el Capitán Beto por el espacio”. Yo seguí el acontecimiento en tiempo real desde casa por You Tube en mi teléfono, cantándole “Avanti morocha” a mi fiel gata gris. Y en la pantalla chica no dejé de advertir detalles, gestos con que los músicos y las músicas anclaban en el aquí y el ahora del momento irrepetible sus repertorios, con letras cuidadosamente elegidas por la resonancia con un tiempo histórico del que volvía a ser sujeto el pueblo. “Quiero despertar en un mundo agradable”, arrancó David Lebón con su guitarra, señalando con la mano libre alrededor, indicando el aquí y el ahora. Y este ahora es político.

Y cuando la gata Varela, siguiendo a Sabina, canta en Plaza de Mayo que se para en la Plaza de Mayo y pregunta “¿Dónde estás?”, a eso lo tengo que contar en presente porque sigue sucediendo: es litúrgico, es chamánico. Hubo, y hay, en ese gesto con que la Varela señala la plaza en la que está parada, y en ese alarido melodioso pero desgarrado con el que lanza a la multitud y al espacio la pregunta (“¿Dónde estás?”), una superposición tan intensa de mito y rito, de tiempos en el espacio, de historia en el presente, de décadas y siglos en el instante, que no sé cómo terminar esta oración: la voz se me quiebra, incluso escribiendo. Y esta liturgia es política.

 

Porque el hambre no es sólo de comida. Pasamos, en estos cuatro años, hambre de orden simbólico, hambre de sentido. Y desde la primera tarde del futuro nos nutre la poesía de la canción popular. Porque ese hambre es político. Y toda esta palabra, presente, es política.