El fin de 2019 llega con flamante himno feminista bajo el brazo, que se replica a lo largo y ancho desde que las activistas Las Tesis desplegasen el performático Un violador en tu camino en su Chile natal. Desde entonces, este grito contra el patriarcado ha traspasado fronteras: de Bogotá a Nueva Delhi, de Toronto a Lisboa, de Creta a Bratislava… La semana pasada, unas 300 mujeres turcas se convocaron en la plaza de Kadiköy, en Estambul, para hacer lo propio, pero la policía las reprimió violentamente; siete fueron detenidas y procesadas, acusadas de cometer “una ofensa al Estado”. El asunto, como se ha difundido, no quedó allí: congresistas turcas interpretaron el himno desde sus bancas mientras levantaban fotos de víctimas de femicidio. Gesto que dio renovados bríos a más y más activistas, que volvieron a congregarse para llevar adelante la performance en las calles, a pesar de las consecuencias que pudiese conllevar esa acción. Una acción que es un acto de rebeldía y que podría imprimirse junto a otros que se han sucedido en Medio Oriente durante estos últimos meses. Una región donde, sobra decirlo, la mujer es ciudadana de quinta categoría, se violan sistemáticamente sus derechos, la violencia patriarcal tiene fuerte arraigo. Pero ellas resisten, batallan, aún a riesgo de perder la libertad o la vida misma…

Acto de rebeldía ha sido el de las libanesas, que no titubearon en ocupar la vanguardia de las barricadas en las multitudinarias manifestaciones que se desencadenaron poco después de que, el 17 de octubre, el gobierno anunciara nuevas medidas fiscales. Interponiéndose entre manifestantes y antidisturbios para mantener la paz, lideraron las movilizaciones en contra de un sistema sectario y corrupto, sumando propias reivindicaciones. Entre ellas: cuota femenina en el gobierno; que los padres no puedan casar a sus hijas de 9 años (como habilita la ley); un matrimonio civil con derechos de herencia, divorcio y custodia; justicia social y económica para todas las personas, incluidas las trabajadores migrantes y las comunidades LGBTI.

Acto de rebeldía el de las activistas de Arabia Saudita que motorizaron algunas de las recientes reformas de este país de la península arábiga: las mujeres pueden, por fin, manejar, aplicar para un pasaporte o viajar sin el consentimiento de un guardián. Pero al menos una docena de muchachas que hicieron campaña contra el sistema de tutela masculina siguen presas, sufriendo toda suerte de vejaciones (palizas, descargas de electroshock, violaciones). Entre ellas, Loujain al-Hathloul, que meses atrás rechazase su liberación a cambio de negar que fue torturada bajo custodia.

Acto de rebeldía el movimiento de protestas sin precedentes que se desató a partir de agosto en Palestina, cuando mujeres marcharon durante semanas bajo el grito “¡Todas somos Israa!”. Pidiendo justicia por Israa Ghrayeb, de 21, víctima de un “crimen de honor” tras postear una foto con nuevo novio en IG. De nada importó que la cita estuviese aprobada por sus padres, que fuese en un lugar público o que su hermana supervisase el encuentro: sus hermanos la golpearon atrozmente por haber mancillado el “buen nombre” del clan. Hartas, las palestinas marcharon y, en consecuencia, el gobierno respondió: con tibias reformas que no atendieron ni al casamiento forzoso ni a la violencia machista.

Acto de rebeldía fue el de Sahar Khodayari, que -disfrazada de varón- se coló el pasado año para ver un partido de fútbol, desafiando la prohibición que durante 4 décadas dejó a las mujeres fuera de los estadios en Irán. La policía la pilló, le abrió un expediente y, este septiembre, al enterarse que le caerían seis meses de cárcel, se inmoló frente al juzgado. Su muerte conmocionó a la opinión pública internacional, y ante las presiones, Irán levantó el veto para que pudieran ingresar mujeres al match clasificatorio contra Camboya, algo que Amnistía Internacional definió como “una cínica operación para lavar su imagen frente al mundo”.

Acto de rebeldía fue el de la joven Alaa Salah, de 22, cuya imagen parada sobre un coche arengando a manifestantes a resistir con cánticos y poemas devino símbolo de la revolución sudanesa que derrocó la dictadura de Omar al Bashir en abril. La llamaron la nueva kandaka (antiguas reinas de Nubia), y la pic corrió como pólvora: ataviada con una túnica blanca -el thawb usado en décadas pasadas en protestas antigubernamentales-, la estudiante hacía corte de manga a las leyes de orden público que han regido durante tres décadas, oprimiendo a mujeres con multas o castigos por su vestimenta (40 latigazos por llevar pantalones, un ejemplo), por fumar, incluso por cantar. “A pesar de que las mujeres lideraron los comités de resistencia, las sentadas, planificaron rutas de protesta, desobedecieron el toque de queda, fueron gaseadas, amenazadas y apresadas, hoy están siendo marginadas por el nuevo proceso político de transición”, denunciaba días atrás.

Acto de rebeldía fue el de Vida Movahed al quitarse el velo en plena calle de Teherán, colgarlo de un palo y agitarlo a los cuatro vientos, plantando cara a los vigilantes de la moral al protestar contra la imposición del hiyab en Irán. Un sitio donde se castiga incluso a quienes están cubiertas “de modo incorrecto” con meses de cárcel y latigazos. El gesto de VM fue emulado desde el pasado año por decenas de muchachas en distintas ciudades. Muchas acabaron en la cárcel; Movahed, entre ellas, acusada de “fomentar la corrupción y el libertinaje”.

Acto de rebeldía el de las chicas que -durante las recientes jornadas de protesta en Irak, donde fueron reprimidos y asesinados manifestantes por pedir la reforma del sistema político- sacaron los aerosoles en pleno epicentro de Bagdad para pintar preciosos murales que reivindican el resiliente espíritu y la incólume fortaleza de las mujeres iraquíes.