¿Qué preguntas e imaginarios nos abre una huelga de hambre en la cárcel? ¿Es posible pensarla como repliegue y resistencia frente a un sistema cruel e inhumano? ¿Puede surgir una lucha emancipativa en su interior?
Desde comienzos de diciembre se está realizando una huelga de hambre en más de 40 cárceles del país, se inició en los penales de la provincia de Buenos Aires y se replicó en unidades provinciales con adhesión de algunas federales. Hoy, el número de personas en huelga asciende a 23.000. La huelga explotó porque ya no era posible seguir soportando la indignidad y la deshumanización en la que se vive adentro; el hacinamiento, la escasa y pésima alimentación, la falta de atención a la salud, sumado a las cuestiones de fondo referidas al proceso judicial, el uso indiscriminado de la prisión preventiva, el pedido de derogación de leyes que endurecen las penas, así como la implementación de penas alternativas a la prisión para embarazadas y/o mujeres con niñes.
Aunque los muros intenten hacernos creer que detrás de ellos solo hay cuerpos descartables, en las cárceles hay una enorme vitalidad gestada en medio de la violencia y la crueldad, que va encontrando formas de resistir a la aniquilación del sistema. La huelga es una de ellas.
La cárcel produce y reproduce una pedagogía de la crueldad que tiene como principio la falta de empatía entre las personas, se trata de dejar de ver al otro como un semejante, cuando el dolor del otro no vibra en mí, nos dice Rita Segato. Esta pedagogía hace de la violencia un lenguaje corriente y disponible que actualiza constantemente los métodos de tortura. Así lo describe Eva Reinoso (YoNoFui): “No puedo contar cuántas veces entré a los buzones, las palizas eran cada vez más perversas, me amarrocaban, me pisaban la cara, los tobillos, me sacaban la ropa para tirarme desnuda, me metían los dedos en los ojos, me hicieron tragar gas pimienta. Siempre había algo más; así como los artistas desarrollan su creatividad el Servicio recrea continuamente la tortura, nunca dejaban de sorprenderme.”
Las trayectorias vitales de nuestras compañeras privadas de libertad nos hablan de la pobreza: el trabajo registrado y la posibilidad de pensarse más allá de la subsistencia del día a día nunca existió. La mayoría tiene hijes a cargo, incluso adultos que dependen de ellas. Sus ingresos suelen provenir de trabajos precarios y/o de montos mínimos que se generan por algún plan social. En sus relatos aparecen otras huellas de la exclusión más brutal que hacen de su pasaje por la cárcel una experiencia violenta más en sus vidas.
Sabemos que el neoliberalismo más que un tipo de capitalismo o una ideología es una máquina de producir formas de vida. Durante el macrismo las cárceles se superpoblaron, empeoraron las condiciones de vida, se fortalecieron políticas de abandono y muerte. La promesa de felicidad macrista se apoyó fuertemente en el sistema securitista y punitivo, siendo la cárcel el depósito de todo lo que amenazaba ese ideal. Nadie conoce realmente cómo es una nación hasta haber estado en una de sus cárceles. Esta no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada, supo decir Nelson Mandela. En la actualidad de sus dichos y a la luz de este nuevo momento político, nos preguntamos: ¿Habrá decisión de modificar esos dispositivos securitistas y punitivos que nos deja el macrismo y sus máximas neoliberales? ¿Es posible pensar una transformación radical del sistema de castigo?
*Activista, feminista, educadora, integrante del Colectivo YoNoFui