En el comienzo, el espacio sideral. Y Gal Costa. La letra y los arreglos musicales de “Não identificado”, mientras la Tierra entra en cuadro y un satélite orbita a alta velocidad, anticipan las ligazones posibles de Bacurau con la ciencia ficción. El acercamiento a la superficie del planeta permite avizorar el contorno del sur de nuestro continente, dominado por la mole brasileña. Segundos más tarde, la pantalla es ocupada por un plano aéreo de la entrada a un pueblito, literalmente perdido en el mapa. Perdido a tal punto que ya nadie de afuera recuerda que existe, con la excepción de Tony Jr., el gobernador de Serra Verde, aunque eso sea así exclusivamente cuando se acercan las elecciones. El tiempo es un “de aquí a unos años”. El lugar, Bacurau, un poblado imaginario al oeste de Pernambuco, cuyos habitantes viven aislados del resto del estado, del país y del mundo, sin agua potable ni ayuda gubernamental de tipo alguno, aunque la conexión a Internet funcione de manera más o menos regular. Una comunidad que ha aprendido a sobrevivir con sus propios medios, sin rendir cuentas ni deberle nada a nadie. Las primeras escenas del tercer largometraje de Kleber Mendonça Filho, luego de Sonidos vecinos y la muy popular Aquarius –esta vez codirigiendo junto a Juliano Dornelles, su habitual diseñador de producción–, ilustran sin demoras que el ex crítico y realizador nacido en Recife no es fácil de domesticar: un camión cisterna atraviesa a toda velocidad una ruta poceada, intentando sortear sin demasiado éxito los ataúdes que adornan el camino. El éxito de su largometraje anterior –en el cual Sonia Braga interpretaba a la habitante de un edificio de departamentos dispuesta a dar varias batallas antes de claudicar su lugar en el mundo– podía hacer pensar a más de un espectador que su cine continuaría por caminos amables con el público internacional. El estreno mundial de Bacurau en el Festival de Cannes el pasado mes de mayo –donde se llevó, compartido, el Premio del Jurado de la Competencia Oficial– demostró con creces que los caminos de Mendonça Filho son más misteriosos de lo que podía preverse. Con su cruza de géneros (western, sci-fi, película de supervivencia y varios casilleros más), personajes locales y extranjeros, violencia por momentos salvaje y un sabor a fábula política para los tiempos que corren, la película se transformó en una de las sorpresas genuinas de ese evento cinematográfico. Bacurau se estrenará en Argentina el primer jueves de enero, iniciando el calendario cinematográfico con una de las grandes películas del año.
Teresa regresa a su pueblo natal con una heladera portátil llena de medicamentos y vacunas, justo a tiempo para las ceremonias fúnebres que celebran la extensa vida de su abuela, casi una prócer de Bacurau. Las cosas no andan bien: alguien dispara contra el camión que trae regularmente agua potable y las dádivas del intendente llegan bajo la forma de alimentos vencidos. De pronto, la visita de un par de turistas motorizados y la visión de un dron con forma de objeto volador alienígena, bien años 50, se transforman en las primeras e inquietantes señales de que algo mucho peor está a punto de ocurrir. Algo que ni siquiera los bacuraenses, habituados a las penurias y sacrificios, aunque orgullosos de su carácter resistente, podían llegar a soñar en la peor pesadilla. Una invasión bajo la forma de un grupo de pistoleros llegados de tierras lejanas y sedientos de sangre humana, a quienes alguien muy cercano les dio vía libre para transformar el terreno –la calle principal, la iglesia, el bar, la escuela, la sala de primeros auxilios– en coto de caza. “Esta es una historia que conté muchas veces”. Así comienza a relatar Kleber Mendonça Filho, en comunicación exclusiva con Radar desde su hogar en Recife, el origen de Bacurau. “Hace diez años presentamos un cortometraje llamado Recife Frio en el Festival de Cine de Brasilia (N. de la R.: puede verse de manera gratuita en el link https://vimeo.com/9970440). Es un falso documental con un presentador de televisión argentino que está haciendo una película sobre Recife, en el norte de Brasil, cuando la ciudad sufre un cambio de clima abrupto, con mucho frío. Algo ligado a la caída de un meteorito. Ese corto tenía algo cercano a la ciencia ficción y fue un gran éxito en el festival. Con Juliano Dornelles, que ofició de productor y diseñador de producción, estábamos muy contentos y, de inmediato, comenzamos a pensar en una película más grande, un largometraje. En ese festival vimos varios films que transcurrían en pequeñas comunidades. Algunos nos gustaron y otros no. Aquellos que no nos gustaron tenían un problema esencial: esa cosa del equipo de cine urbano que se acerca a un pueblito y que, aunque las intenciones sean buenas, termina mostrando el lugar y a su gente de una manera poco apropiada, casi predatoria. Nunca dejamos de pensar en eso a lo largo de todos estos años, pero estuvimos ocupados haciendo otras cosas, desarrollando otras películas. De pronto, sentimos que era el momento apropiado para sentarse y ponerse a trabajar en serio. Ni bien terminamos de filmar Aquarius comenzamos a escribir Bacurau, que se rodó finalmente en 2018. Nunca estuvo en discusión que yo fuera el único director, siempre supimos que la haríamos juntos”.
LOS INVASORES
Cine de género. Cine de acción. Cine de horror. Cine político tercermundista, como la definió un crítico brasileño, término que le hubiera encantado a Glauber Rocha. Bacurau es todo eso. Luego de la muerte violenta de un par de pueblerinos, durante una sesión improvisada pero muy sentida de capoeira, la banda de sonido deja oír claramente los compases de “Night”, uno de los “temas perdidos” del álbum recopilatorio de John Carpenter. Podría tratarse de un simple homenaje –como lo es, sin dudas, el hecho de que la única escuela del lugar se llame João Carpinteiro–, pero es mucho más que eso: como ocurría en Sonidos vecinos, el espíritu rebelde del gran realizador estadounidense parece guiar algunos aspectos tonales de la película. La idea de invasión silenciosa, primero, salvaje después. El concepto de resistencia, de un grupo de ciudadanos dispuestos a enfrentarse al enemigo cueste lo que cueste, sin chances de rendición. Las películas del Lejano Oeste, desde luego, que Carpenter resignificó en más de una ocasión y que la industria de cine italiana usurpó y reinventó en los años 60 con sus espagueti westerns. Y la inevitable figura de Rocha, tal vez el gran cineasta latinoamericano de esa misma década. No hace falta aclarar nada, porque la película misma se impone como mucho más que un simple juego de referencias, pero Mendonça Filho se apura en afirmar que “no teníamos un pizarrón en el que íbamos marcando las citas: una pizca de Sergio Corbucci, un poquito de Carpenter, algo de Glauber Rocha. En primer lugar, somos brasileños, del norte de Brasil, que es también de donde viene Rocha. En su caso, Bahía; en el nuestro Pernambuco. Si uno planta una cámara en el sertão es imposible no recordar El dragón de la maldad contra el santo guerrero o Dios y el Diablo en la tierra del sol. Es imposible porque es parte de nuestra cultura, de nuestra sangre. La iconografía del sertão pasa por Rocha y, si bien no miramos sus películas para preparar Bacurau, sin duda estaban presentes en nuestra memoria. Y luego están Corbucci, Sam Peckinpah, Paul Verhoeven, George Romero. Tal vez Hitchcock. Y otros brasileños como Roberto Santos, quien dirigió A Hora e Vez de Augusto Matraga en 1965, que fue una referencia muy fuerte. Además, está la historia de la región, la cuestión del cangaço, los bandidos rurales del noreste brasileño en los años 30, la lógica de lo que ocurre en esas comunidades completamente abandonadas por el gobierno, que deben sobrevivir de la manera más creativa posible. Todo eso hizo que Bacurau existiera. Un sentido de la historia que se da en esas zonas de Brasil de una manera mucho más fuerte que en el resto del país”.
Para el director, el deseo de encarar una producción cinematográfica muchas veces está relacionado con el placer que se sentía al ver películas durante la infancia y la adolescencia. “Tal vez esa sensación no esté necesariamente presente cuando uno ve Sonidos vecinos o Aquarius, porque no se trata de películas de género en un sentido estricto, aunque algo de eso exista en ciertas escenas. Bacurau es mucho más extrovertida, es un film de género de manera abierta y desvergonzada”. A diferencia de Aquarius, que tenía en su centro la figura potente, indestructible de la crítica musical retirada interpretada por Sonia Braga, en Bacurau no hay un personaje protagónico. Se trata, de manera consciente y deliberada, de una película coral, colectiva, “cooperativista”. Ello no implica la inexistencia de personajes que adquieren una relevancia enorme, como el joven Pacote, que vive en el autoexilio disfrutando de su mal habida fama criminal. O la médica cascarrabias y algo alcohólica encarnada por Braga. O el líder del grupo invasor, que quedó bajo la responsabilidad de esa presencia magnética e irremplazable llamada Udo Kier. Para el cineasta, crear una historia sin héroes y/o heroínas centrales, “se puede poner un poco difícil durante la escritura del guion, ya que cada personaje debe tener una personalidad fuerte e interesante y, al mismo tiempo, formar parte del conjunto. Al escribir surgen preguntas. ¿Cómo hacer para que el público recuerde al maestro? ¿O a Pacote? ¿O a la doctora? Es un ejercicio que me resulta interesante y que ya había intentado en Sonidos vecinos. Una reacción del público que me encanta es el ‘me encantó el personaje principal’, pero para cada uno de ellos suele ser alguien diferente. Depende de la mirada. Creo que en Bacurau eso funciona bien, porque todo el mundo recuerda a los personaje, incluso a ese niño pequeño que tiene apenas tres líneas. Todo eso es el resultado de la mezcla de aquello que escribimos y el rostro de los actores”.
Era razonable, casi lógico, que volviera a colaborar con Sonia Braga. ¿Pero qué razón los llevó a contactarse con Udo Kier, el actor alemán que ha trabajado incansablemente a lo largo de más de cuatro décadas para directores tan distintos como R. W. Fassbinder, Dario Argento, Paul Morrisey, Gus Van Sant o Walerian Borowczyk, por nombrar apenas a un puñado?
-De alguna extraña manera, siempre fue parte de mi vida, desde que era pequeño. Algo parecido me pasó cuando trabajé por primera vez con Sonia Braga en Aquarius. Udo es una de las mejores personas que he conocido en mi vida, un tipo dulce, divertido, sardónico, de trato fácil. Un tipo que ama la vida y tiene mucha energía e historias para contar. Además de ser un archivo viviente del cine. Durante el rodaje hablamos mucho sobre cine, de su relación con Fassbinder, con Van Sant o Lars von Trier. Y todas las otras cosas que ha hecho, tan variadas. Por otro lado, es un actor que suele hacer sugerencias brillantes durante el rodaje. Incluida la frase “Este es sólo el comienzo” que se dice cerca del final.
MUY POCO ANTES DE BOLSONARO
El rodaje de Bacurau fue, a su manera, un acto político. Al menos si se lo entiende en un sentido abierto, expansivo. Mendonça Filho insiste en el hecho de que lo que más los preocupaba –a él, a Juliano Dornelles y al resto del equipo– era terminar llegando como una topadora, filmar rápidamente y abandonar el lugar sin que éste dejara una huella, en la película y en ellos mismos. La búsqueda de locaciones demandó cerca de tres meses y comenzó cerca de la ciudad natal del entrevistado, aunque la localidad final la terminarían hallando más al norte y más al oeste, a unos 500 kilómetros de la capital pernambucana. “Muchas veces, la búsqueda de locaciones nos confirmó cosas que ya estaban en el guion. Me encanta contar esta historia: al llegar a un pequeño pueblo que visitamos, una señora de unos ochenta años se acercó a recibirnos y nos preguntó si habíamos viajado para visitar el museo. Dijimos que no, que estábamos de paso, pero que nos gustaría verlo. Ella nos llevó a su casa, a la sala de estar, y el museo resultó ser una pared llena de objetos y fotografías con la historia del lugar. Nos miramos y nos dimos cuenta de que esa situación ya estaba escrita en el guion. Finalmente, no hallamos el lugar definitivo del rodaje en el lugar donde creíamos que íbamos a encontrarlo. No fue dentro del estado de Pernambuco sino más al norte, dos estados arriba, en Río Grande del Norte. Allí comenzamos a buscar gente de la región que quisiera participar y nos encontramos con grandes artistas, poetas, actores, escritores de la región, jóvenes y viejos, que naturalmente se acercaron a nosotros. Mezclar actores con no actores y que no fuera posible identificar a unos de otros fue algo notable. Componer el cuadro a partir del elemento humano. Fue una de las experiencias de rodaje más maravillosas que me han tocado vivir”.
Bacurau fue recibida en Cannes como un ejemplo notable de film de género que corroe desde adentro sus estructuras más esquemáticas. También como una fábula distópica, una elaboración alegórica sobre el estado contemporáneo de la política y la sociedad brasileñas. De alguna manera, las tres películas del realizador lo son, a pesar de sus evidentes diferencias de tono, tema y estilo. Kleber Mendonça Filho cree que “cada una de mis películas ha seguido, de alguna manera, el ritmo de Brasil. Sonidos vecinos tiene un aspecto un poco etéreo, en el cual no se puede dilucidar exactamente qué está ocurriendo. Es una observación sobre la vida en sociedad escrita durante los años de Lula y filmada en 2010. Supongo que fueron los mejores años que tuvo Brasil en mucho tiempo. Aun así, hay en la película un malestar, como ocurre en todas las sociedades, de Suiza a la Argentina y de México a los Estados Unidos. Un disgusto que viene de las inevitables diferencias. En Aquarius me di cuenta de que estaba escribiendo diálogos que no hubiera escrito en mi primera película. Estaban empezando a ocurrir cosas en lo político. Bacurau fue escrita cuando Donald Trump resultó electo y las cosas se pusieron muy absurdas. Sentimos que el tono de la película iba subiendo y luego la realidad se fue acercando a ese tono. Mucha gente cree que Aquarius es una película amable, pero creo que en ella hay una corriente no tal oculta que en Bacurau regresa de manera sangrienta, visceral. Las tres películas están comunicadas, al menos esa es mi impresión”. En cuanto al hecho de que su última película sea leída como un reflejo ficcional de las realidades del Brasil de Bolsonaro, es interesante resaltar que Bacurau fue escrita y rodada antes de las elecciones que llevaron al actual presidente del país vecino al poder. “Tuvimos una especie de antena que recogió ciertas vibraciones que terminaron en la película. Juliano siempre recuerda que mientras trabajábamos en el guion estábamos totalmente conectados al mundo, no aislados en algún lugar de las montañas o la playa. La escritura fue en casa, conectados, leyendo las redes sociales y la prensa, mirando videos en YouTube. Creo que esa energía, las cosas que estaban ocurriendo, terminaron influyendo en la película. Es claro que Bolsonaro no era ni siquiera una posibilidad en aquel momento, pero en el futuro supongo que será vista como una película sobre esta era, aunque esa no haya sido la intención”.
¿Cómo ve la situación del cine en su país? Se habla de recortes presupuestarios, de censura bajo el eufemismo de “filtros morales”, de boicots contra películas que el gobierno no considera apropiadas para representar al país en festivales internacionales. Usted mismo sufrió algo similar con Aquarius: el gobierno le pidió que devolviera el dinero invertido en la película por la Agencia Nacional de Cine.
-Es terrible. Es una situación horrible para los artistas. Es un momento que nunca imaginé que me tocaría vivir. Es vergonzoso. La semana pasada hubo un incidente ridículo en la Agencia Nacional de Cine de Brasil: quitaron todos los posters de las películas brasileñas de las paredes, que lógicamente decoraban el lugar. Durante dos décadas fue una institución muy democrática que ahora ha sido saboteada desde su interior. Es algo que no tiene una explicación lógica, por lo cual estamos en territorio desconocido, en medio de un sistema de destrucción. Lo cual no tiene ningún sentido porque la industria audiovisual de Brasil en más grande que la farmacéutica. Se trata de la destrucción kamikaze de un área importante de la economía a manos de gente de extrema derecha a la que no le gustan los artistas y la cultura.
>Tres referencias ineludibles para el cine de Mendonça Filho y Bacurau
El gran silencio (1968) de Sergio Corbucci
Es sabido (es evidente) que el del ítalo-western fue un territorio muchas veces recorrido para construir alegorías políticas, del pasado y del presente. Pero tal vez ninguna otra película posea el grado de salvajismo y desencanto de El gran silencio, la obra maestra en la filmografía de Sergio Corbucci. Como en Bacurau, aquí también hay un pequeño poblado que ha sido sitiado, aunque sus habitantes distan mucho de lo ejemplar: forajidos, fuera de la ley, pequeños y grandes criminales. Los villanos son, sin embargo, aquellos que representan la ley: un grupo de cazarrecompensas encabezado por el sádico Loco (Klaus Kinski en uno de los grandes papeles de su carrera pre herzoguiana). El héroe no es otro que un pistolero a sueldo llamado Silencio (Jean-Louis Trintignant), mudo desde su infancia como consecuencia de un hecho trágico. La masacre final es uno de los momentos cinematográficos más intensos y devastadores de la historia del western, ya sea italiano o estadounidense.
Dios y el Diablo en la tierra del sol (1964) de Glauber Rocha
La teórica “estética del hambre” de Glauber Rocha encontró su puesta a punto cinematográfica con este largometraje signado por el cinema novo, pero con una agenda formal y temática propia. A su particular manera, Dios y el Diablo en la tierra del sol recupera algunos de los elementos propios del western (el clásico y también el espagueti) para reinventar la mitología del sertão, el paisaje del norte brasileño, y las historias de los cangaceiros que asolaron el territorio a comienzos del siglo XX, bandoleros cuyas víctimas principales eran los ricos fazendeiros y que, por eso mismo, eran vistos con buenos ojos por una parte de la sociedad. En manos de Rocha, la vida del campesino Manuel y su acercamiento al bandido Corisco, ambos acechados por el pistolero Antonio das Mortes, terminó gestando un nuevo folclore y reinventando el cine latinoamericano y mundial. A la hora de defender su pueblo, la potencia de Rocha corre por las venas de los habitantes de Bacurau.
Sobreviven (1988) de John Carpenter
Kleber Mendonça Filho admite que la influencia mayor de John Carpenter en su cine ya estaba presente en Sonidos vecinos, su ópera prima. En Bacurau la idea de invasión vuelve a ser central, como ocurría en la fábula de ciencia ficción política del director estadounidense, aunque allí ocurría de manera más solapada. El héroe solitario de Sobreviven descubre primero, gracias a unos anteojos especiales, que la sociedad está siendo vigilada y manejada por un grupo de invasores llegados desde otro lugar del universo. Más tarde, cae en la cuenta de que no está solo: antes que él, un grupo de ciudadanos comenzó a construir la resistencia y a diseñar un plan para escapar del control y la imposición de esos seres que se ocultan detrás de una fachada de normalidad. La subversión carpenteriana ocurre en el corazón del género y de la industria, una lección que Bacurau retoma y hace propia.