Malamadre 7 puntos
Argentina/Uruguay, 2019.
Dirección: Amparo Aguilar.
Guion: A. Auilar y Agostina Brik.
Fotografía: Iván Gierasinchuk.
Animaciones: Macarena Campos.
Duración: 71 minutos.
Estreno exclusivo en el Malba, hoy y todos los viernes de diciembre a las 19.
“La maternidad no es un tema prioritario en la agenda feminista”, acepta Martha Dillon, militante feminista y directora del suplemento Las/12, de Página/12. Siendo así, lo que la realizadora Amparo Aguilar explora en Malamadre es un punto ciego, un bache, un tema cuyo abordaje halla resistencias. El tema es la maternidad como dificultad, como forma de violencia, como negación, como duda o mandato. Coproducción argentina-uruguaya, la ópera prima en el largometraje de Aguilar es múltiple en formas. Hay entrevistas a cámara que no se parecen a las talking heads a las que el cine está habituado; hay escenas resueltas con siluetas mudas y hay una permanente intervención de ilustraciones, rayones, animaciones, sobre todo aquello que no son entrevistas. Éstas se presentan totalmente despojadas, en blanco y negro y sobre fondo negro, una técnica que permite una intensidad y concentración mayores que lo habitual. Una intensidad que abre el juego.
El mandato es el primer blanco sobre el que apunta el documental escrito y dirigido por Aguilar. El mandato de ser una buena madre. Esto es: una madre perfecta. Una que lo abandona todo por su hijo/a, que posterga todo, y que jamás se siente harta ni con ganas de mandar todo al demonio por la descomunal carga horaria (y física, y anímica) del primer par de años de crianza, por lo menos. Malamadre da lugar a que aparezcan y se desarrollen todos esos tabúes de la civilización. Dos decenas de madres cuentan sus historias de rechazo por la maternidad. Rechazos previos a veces, del puerperio en otras, algo más avanzados también. “Yo no quería ser madre, quería tener un hijo”. “Cuando estaba embarazada sabía que quería tener un hijo. Ahora también. En el medio me enrosqué”. “Yo nunca tuve deseo de tener hijos, nunca tuve onda con los chicos en general, rechazaba la idea. Hasta que la tuve. Ahí sí.”
Malamadre no milita en contra de la maternidad, ni como idea ni como hecho. De lo que está en contra es de la idea de que ser una buena madre, o una madre perfecta, es una obligación. “Esto es para toda la vida, escuché que alguien decía en un sueño. Para toda la vida. Para toda la vida.” “Cuando en el parto me pusieron a mi hija en brazos, sentí que entraba por un tubo a una dimensión del amor inmediata y total.” Una madre cuenta con lujo de detalles su experiencia de parturienta, una sucesión de violencias médicas que incluyeron la negación de su pedido de no tener al hijo por cesárea, la césarea aplicada por ocultamiento, la búsqueda urgente de un urólogo luego de que por un error de procedimiento le cortaron la vejjiga y la desaparición del personal, dejándola sola en el quirófano. Dillon habla a su vez de un tema censurado: el de la violencia de la madre hacia su hijo, por ejemplo cuando no puede calmar su llanto nocturno durante horas. “Tuve ganas de tirarlo por la ventana, y tirarme yo detrás”.
Ante tanta primera persona la realizadora se incluye en el relato, entrevistando a sus hijes (dos preciosuras) sobre los problemas de relación con ella, sobre los rayes y depresiones de ella, y en un momento ocupa también la silla de entrevistada. No queda muy claro el motivo por el cual, puesta en rol de entrevistadora, Aguilar deja algunas preguntas en off y otras no. En la ambición de universalizar el espectro materno lo más posible, Aguilar no limita las entrevistadas a mujeres de clase media de mediana edad. Incluye también a una mujer de 90 y a otra de origen humilde. Pero son sólo ellas dos. Con lo cual la universalización no se consuma, y la voz cantante la llevan las entrevistadas que se parecen a la realizadora: mediana edad, clase media. Los fragmentos que presentan a la propia Aguilar, algune de sus hijes y otras personas en silueta, intervenidos con dibujos y marcas blancas, como de marcador, aportan dinámica y otros planos de relato. Como queda dicho, es un acierto la puesta en escena de las entrevistas, en tanto aleja a la entrevistada del entorno inmediato, permitiendo así una mayor aislación y concentración en el discurso.