No parece haber alternativas para la tecnología tal como la conocemos. Las críticas suelen encontrarse con respuestas como: “Contra la tecnología no se puede”, o “¿Querés volver a la edad de piedra?”. Es cierto que la tecnología nunca es neutral pero en esa afirmación se ocultan diferencias importantes. El desarrollo tecnológico actual está fuertemente determinado por una lógica corporativa centrada en la ganancia y no en la gente. ¿Podría ser distinto? Algunas experiencias que florecen entre las grietas que deja el sistema dominante demuestran que otra tecnología es posible. Un buen ejemplo lo da Telecomunicaciones Indígenas Comunitaria (TIC A.C.) que sirve a dieciocho comunidades que viven en casi setenta localidades a lo largo y ancho del Estado de Oaxaca, México.

Daniela Parra Hinojosa, miembro de la ONG Redes A.C., estuvo en Argentina para participar en un encuentro de Redes Comunitarias organizado por la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA. Allí contó sobre la experiencia de TIC A.C., una red de telefonía básica organizada en zonas rurales que, gracias al hardware y software libres desarrollados por una comunidad internacional vinculada a las redes libres, conectó a miles de personas. La posibilidad de comunicarse rápidamente, sin necesidad de hacer largos viajes solo para transmitir un mensaje o de mantener el vínculo con los miembros de la familia que emigraron, ha tenido un impacto profundo en la vida cotidiana.

Una vez tomada la decisión de sumarse a la red, cada localidad debió instalar un nodo con un alcance de cerca de diez kilómetros y un costo de entre seis y diez mil dólares. Una vez que está funcionando, algunos miembros de la comunidad se encargan de la administración y otros se capacitan para hacer el mantenimiento. El objetivo es tanto reducir costos como abrir la tecnología para comprenderla y decidir sobre ella. “Los usuarios pagan aproximadamente dos dólares mensuales por un abono con llamadas ilimitadas y mensajes. Los costos de llamadas hacia el resto del país y hacia Estados Unidos son un 90 por ciento más baratas que los de una empresa”, explica Parra. Las comunidades indígenas de Oaxaca tienen una larga tradición de resolver los problemas en conjunto y esto fue determinante para la forma en que se apropiaron de la tecnología.

¿Hay riesgo de que esta apertura de nuevos mercados tiente a las empresas?: “Estas redes ofrecen algo que difícilmente les puedan dar otros, pues parte del reconocimiento de las necesidades locales”, continua la coordinadora de comunicación de la ONG Redes A.C. “No es parte de una red estándar para todos, sino una red que se construye participativamente con objetivos específicos para cada territorio. Si esa red cumple esa misión, es poco probable que otra la pueda desplazar”.

Las dificultades para insertarse en un mercado fuertemente concentrado no son solo tecnológicas; resulta necesaria una arquitectura jurídica que, en este caso, fue diseñada por uno de los fundadores, el abogado Erick Huerta. Para Parra, “El Estado tuvo que reconocer estas iniciativas que estaban existiendo y que cubrían una necesidad que ni el Estado ni el mercado lograban cubrir”, cuenta Parra. “Actualmente buscamos que el nuevo gobierno reconozca que las redes comunitarias existen, son exitosas y sostenibles y que deben ser parte de una política pública integral para la cobertura plena de telecomunicaciones en México”.

Hoy la comunidad utiliza una plataforma 2G que les permite hacer tanto llamadas como enviar SMS. En las comunidades están debatiendo los pros y contras de dar el salto al 4G, una decisión que conlleva abrir la puerta a corporaciones que extraen datos y a una catarata de información de todo tipo que puede resultar difícil de digerir para la comunidad. “Hay toda una discusión que dice que las comunidades no deberían tocarse, mantenerse intactas”, explica Parra, quien también es parte del Centro de Investigación en Tecnologías y Saberes Comunitarios. “Nosotros creemos que esas comunidades tienen que decidir qué hacer y cómo hacerlo. Nosotros en las ciudades no tenemos esa capacidad de decisión: la tecnología que usamos es la que nos llegó y nadie nos preguntó nada”.

El caso mexicano no es el único; en la Argentina, por ejemplo, Atalaya Sur y AlterMundi hacen trabajos similares en distintos lugares del país. Estas redes demuestran que la tecnología no es algo incuestionable que emana del “más allá”, sino que es otro producto de decisiones que dependen del acceso al conocimiento, la apertura de las tecnologías gracias al software y el hardware libres y de la decisión política de comunidades y Estados.