En un ámbito dinámico como el del espectáculo en Buenos Aires, la pretensión de trazar un balance anual puede ser, en el mejor de los casos, una secuencia de imágenes que la memoria y sus caprichos van ordenando según una personal idea de “lo importante”. Digamos que no más que un florilegio, para usar una palabra atractiva, de lo sucedido entre dos fechas. Más aún en el caso de la música clásica, concepto que por su constante expansión resulta cada vez menos preciso, capaz de cobijar expresiones hasta de naturaleza opuesta y por lo tanto públicos e intereses distintos. Asumido el límite, es posible afirmar que el año que pasó en materia de música clásica y alrededores resultó, aun con momentos altos, desabrido.
Entre la oferta de ópera, música sinfónica y de cámara, articulada en ciclos públicos y privados, hubo destellos e incluso sorpresas. Pero también contracciones y distracciones, que es posible interpretar como la prolongación de una la leve curva descendente que desde hace varias temporadas se viene manifestado, en particular en el ámbito oficial. Más allá de las limitaciones económicas y de las políticas de achique en varios sectores, se hicieron evidentes ciertas formas del cansancio, por lo que nada pareció estar muy mal, pero pocas cosas estuvieron muy bien.
El Festival Barenboim, que con la complicidad del pianista y director dejó al Teatro Colón para ir al Centro Cultural Kirchner, fue una notable muestra de estilo de la ex Secretaría de Medios. Diez conciertos mostraron, por un lado, un gran nivel artístico; por el otro un despropósito administrativo. Como era de esperar, Daniel Barenboim como pianista y como director de su West-Eastern Divan Orchestra, Martha Argerich –su interpretación del Concierto para piano nº1 de Piotr Illic Tchaikovsky fue como para enmarcar y colgar en el Museo Nacional de Bellas Artes–, el recital de tenor Rolando Villazón, y la actuación de la violinista Anne-Sophie Mutter –que en noviembre volvió para actuar en el Colón–, impulsaron momentos de alta intensidad musical. Pero el costo del Festival, por poner un ejemplo, fue igual a unos cien presupuestos –¡un siglo!– de la Orquesta Sinfónica Nacional, casualmente el cuerpo artístico oficial más castigado por la olvidable gestión de la devaluada ex Secretaría de Cultura. Después de semejante desaire, ¿podrán Barenboim y su propuesta volver al Colón?
Pasada la onerosa fiesta de Barenboim, el Centro Cultural Kirchner la puchereó con una actividad cuyo gran mérito fue no interrumpirse. Y estuvo bien. Planteó una programación que, con más criterio que fastos, incluyó variedad y alternativa dentro de una media artística interesante. Impulsó iniciativas propias como la Big Orchestra de Mariano Loiácono y la Camerata Argentina de Pablo Agri (que entre otras cosas dedicó uno de sus conciertos a la música de Gabriel Senanes, dirigida por él mismo). Invitó orquestas provinciales, como la Sinfónica de la Universidad de San Juan, además de la Sinfónica Nacional de Chile, la Sinfónica del Sodre (Uruguay) -con Norma Aleandro recitando Shakespeare-, produjo ciclos de música de cámara.
También albergó parte de la actividad del Coro Polifónico Nacional, el Coro Nacional de Jóvenes, la Orquesta Juvenil Nacional, la Banda Sinfónica de Ciegos –que tuvo entre sus invitados a Bruno Gelber- y la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, con una gran temporada. Por su composición y su naturaleza, la “Filiberto” es una orquesta versátil capaz de interpretar con personalidad el presente. Tocó tango y folklore, adaptó a su ecosistema un ciclo de rock, abordó el repertorio sinfónico. Y sobre todo estrenó obras, muchas de ellas de compositores que por primera vez prueban con este tipo de formación.
Castigada y todo, también la Sinfónica Nacional fue una de las protagonistas de la temporada. En el año en que los Premios Konex estuvieron dedicados a la música clásica, un jurado de músicos y especialistas consideró a la orquesta creada en 1948 la mejor de la última década y le otorgó el Konex de Platino. Un reconocimiento importante para la orquesta de bandera, que entre reducciones presupuestarias, salarios bajos y la diáspora de varios de sus mejores integrantes, apeló a su tradición y logró, a pesar de todo, configurar una temporada con repertorios interesantes, un nivel de directores más que aceptable y buenos solistas.
Stefan Lano, Ignacio García Vidal, Mariano Chiacchiarini, Massimo Quarta -que llegó con los auspicios del Instituto Italiano de Cultura-, y Bernhard Wulff fueron algunas de las batutas invitadas. También resultó un recurso interesante la participación de solistas de la orquesta. Como Amalia Pérez, que en mayo tocó el Concierto para flauta y orquesta de Carl Nielsen, y Marcelo Balat en piano, José Araujo en Violoncello y Xavier Inchausti en violín, que en agosto fueron solistas en el “Triple concierto” de Beethoven. El año que comenzó, y continuó, con la triste ceremonia de tener que explicar y sensibilizar al público respecto al destrato de las autoridades, terminó con un proyecto de ley para jerarquizar y proteger su tarea, con dictamen favorable en la Cámara de Diputados. Un gran avance hacia la normalidad.
Entre otros premiados por la Fundación Konex en su 40º aniversario estuvieron el musicólogo Leonardo Waisman, el guitarrista Eduardo Isaac, la laudista Dolores Costoyas, el director Alejo Pérez, el pianista Nelson Goerner, la violoncelista Sol Gabetta, el compositor Esteban Benzecry, los cantantes Verónica Cangemi y Marcelo Álvarez y la pedagoga María del Carmen Aguilar. También el Cuarteto Gianneo, que este año celebró además los 500 conciertos de vida. El premio Konex de brillante fue para Oscar Araiz, mientras que Bruno Gelber y Mario Benzecry fueron reconocidos por la trayectoria. El Konex de honor, justicia a la memoria del gran músico argentino, fue para Gerardo Gandini.
También el trabajo del Mozarteum Argentino en la última década fue reconocido con un Konex de Platino. Referencia indispensable, en la temporada que pasó el ciclo de la tradicional institución tuvo sus picos de calidad con la Sinfónica de Montreal dirigida por Kent Nagano, la soprano Joyce Di Donato, el violinista Giuliano Carmignola y el pianista Alessio Bax. Notable como siempre la serie “Concierto de mediodía”, con entrada gratuita en el CCK, por la que pasaron entre otros los pianistas Antonio Formaro y Julia Botchkovskaia y el Cuarteto Petrus, entre otros.
Nuova Harmonia, otro de los ciclos importantes a nivel internacional, en colaboración con Italia XXI, redondeó una temporada interesante. Stefano Bollani, Mario Brunello y Mischa Maisky fueron sus momentos salientes. El ciclo Grandes Intérpretes Internacionales del Teatro Colón ofreció lo que indudablemente queda entre lo mejor de la temporada: la Orquesta Sinfónica de Londres con Simon Rattle, la Orquesta Filarmónica de Israel con Zubin Mehta y Martha Argerich como solista, y el inmenso John Eliot Gardiner, al frente de los English Baroque Soloists y el Monteverdi Choir.
Fuera de esos momentos, el Colón, epicentro material y espiritual de la idea de música clásica en la ciudad, fue también la médula de esa sensación de desgaste que marcó el año musical. La temporada de ópera resultó por lo menos despareja. Orientada por cierta complacencia, puso énfasis en títulos tradicionales –Rigoletto, Turandot, Don Pasquale–, con soluciones escénicas convencionales y cantantes en general correctos. Entre lo más interesante estuvo la puesta en escena que Rita Cosentino hizo para el estreno sudamericano de Un tranvía llamado deseo, de André Previn -que murió en febrero pasado- y la producción de Ariadna en Naxos, en la que la dirección escénica de Marcelo Lombardero y dirección musical de Alejo Pérez sirvieron a un muy buen elenco de cantantes, encabezado por Carla Filipcic Holm y Gustavo López Manzitti.
El desequilibrio fue el límite de la puesta de Los cuentos de Hoffmann, de Jacques Offenbach, título final de la temporada y punto culminante del cansancio. La dirección musical de Enrique Arturo Diemecke, que como director artístico del Colón una vez más se programó –y se contrató- a sí mismo, resultó pesada y ajena a la escena. La regie de Eugenio Zanetti apeló al fasto acumulativo y el resultado fue más un barroco denso que un gótico detallado.
Si en el gran templo de la ópera las cosas están así, en las catacumbas del género se vislumbran tiempos mejores. Según el sitio web especializado Ópera en Argentina (www.operaenargentina.com), los datos que deja el año que está por terminar permiten ser optimistas: la cantidad de funciones de ópera creció un 35 por ciento respecto al año pasado y las producciones independientes representan el 61 por ciento del total.
Otro dato interesante es que de los 82 títulos que se pusieron en escena en el país, 24 fueron de ópera contemporánea. En este rubro hay ya obras de repertorio, como Amusia, de Jorge Sad Levi, basada en El Lenguaje Musical y sus Perturbaciones Histéricas de José Ingenieros, que esta temporada tuvo su reposición en la Sala Pugliese del Centro Cultural de la Cooperación. Otro momento para destacar fue el estreno de Viaje a la catedral de Santa María de los venados, que Oscar Edelstein compuso para la Sala cristal sónico, un nuevo concepto de sala para una nueva idea de música. Se trata de una investigación que el compositor condujo junto al físico Manuel Eguía en el marco del Programa Teatro Acústico de la Universidad Nacional de Quilmes.
Volviendo al Colón, la temporada de la Filarmónica tuvo momentos sobresalientes, el Centro de Experimentación volvió a ser más un museo de las vanguardias que una usina para impulsarlas y el ciclo Colón contemporáneo vio reducida su programación. En el mismo sentido, en el año de su cincuentenario, la Ópera de Cámara terminó su escueta temporada -una reposición, una coproducción y un estreno- con la renuncia de su director, Lombardero, y su virtual fusión con el Centro de Experimentación. Prácticamente el anuncio de una desaparición.