La derecha no acepta que estamos en emergencia, en una emergencia tal que si no se toma el toro por las astas de una vez seremos atracción para buitres. Que no acepten la emergencia no guarda relación con ningún dato objetivo, como casi nada de lo que dicen, o piensan, o dicen que piensan. El proceso general en el que se inscribió el debate por la primera y fundamental ley que presentó el nuevo gobierno argentino es el de los negacionismos. Y es global. Niegan lo que hicieron, lo que hacen y lo que harán. Niegan sus propósitos y sus consecuencias (“dos pizzas”). Niegan porque lo que deberían aceptar los pasaría a una posición defensiva, y porque ni siquiera sus periodistas comprados les aceptarían que hay sectores sociales enteros y a su vez generaciones que deben ser sacrificadas. Y hay algo que va quedando claro: no lo harán. Serán ofensivos como lo fueron siempre. Niegan el diálogo, la negociación, la lógica, y los problemas sociales, el sufrimiento de millones les importa nada, sólo les importan ellos mismos. Los ademanes civilizados con Alberto Fernández se fueron por la canaleta del cinismo.
Aunque un par de millones de argentinos más se murieran de hambre, la deuda es impagable si no se pone en marcha un plan que si tiene errores podrá rectificarlos, como tantas veces hemos visto. Fue precisamente el hambre, lo visible del hambre, el regreso y la multiplicación de los comedores comunitarios, lo que comenzó a fisurar del todo la imagen de Macri. Ellos niegan, dicen que el peronismo vive de los pobres, entonces los inventa. ¿Cómo se remonta el mismo debate que va durando ochenta años? Los chicos que en el 2015 comían en sus casas, hoy comen en comedores desabastecidos donde en muchos casos tienen que elegir a quiénes darles de comer y a quiénes no, porque lo que hay en las ollas no alcanza para todos los que están en la fila. Y eso fisuró a Macri porque unió al peronismo. Y la tarjeta alimentaria rige ya. El hambre está siendo atendido ya.
Macri niega la emergencia pero ha vivido en una reposera desde que nació. Y no podemos contar ni con él ni con los que todavía creen que los que cortan calles son “la vagancia”. Me lo dijo el otro día un taxista boliviano. “Son desocupados”, le dije. “No, quieren vivir del Estado”. Dijo que en Bolivia no hubo golpe. Desciende de guaraníes y odia a los coyas. Y así está Bolivia, con Evo en la Argentina y con una dictadura que baila el vals con Estados Unidos y con Israel.
“¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”, cita el primatólogo Frans De Waal remitiéndose al Génesis, a la pregunta que Dios le hizo a Caín. “Sí soy el guardián de mi hermano” y “No tengo por qué hacerme cargo de mi hermano”, sigue el científico, son dos respuestas opuestas que sin embargo ocultan su origen, aunque cada una retoma tradiciones filosóficas más antiguas. Y el origen de ambas es el capitalismo. “Siempre es bueno que haya competencia” o “Mejor que no la haya”. Surgieron masivamente, esas dos respuestas, durante la primera etapa de la Revolución Industrial británica.
Muy lejos de la voluntad mercantilizadora que poco a poco fue torciendo el rumbo de nuestro mundo, siempre y en todas partes hubo grandes nichos de resistencia de otro modo de entender la vida. Porque esto es liminar. Es al corte. Llega al hueso. Está en los humores profundos de todo lo que exhala. Son modelos de país, pero son éticas y son valores que la derecha nos niega que tengamos, y ellos no tienen seguro. No tenemos un aparato de medios equilibrado sino todo lo contrario. Estamos a merced de cómo se designen las cosas para que así sean nombradas.
Pero ni en la Argentina, que está ante uno de los desafíos más grandes de su historia, ni en ninguno de los países sufrientes que nos rodean, existen mayorías sádicas ni vengativas. Es tan evidente el anhelo de armonía y justicia social que lo que está pasando, sencillamente, es que a unos pocos les repugna porque significaría tener un poco menos de lo que tienen, y muchos otros se identifican con ellos aunque los hayan perjudicado. Les hicieron creer que les faltaba tiempo, y a uno se le estruja el corazón de sólo pensar que Macri podría haber tenido más tiempo.
Pero no lo tuvo. Perdió las elecciones como las perdimos nosotros en el 2015. Salimos a la calle y nos gasearon muchas veces. Revisaron nuestros perfiles de redes y nos echaron por filiación ideológica. Nos denigraron públicamente. Armaron causas y encarcelaron ex funcionarios sin pruebas. Persiguieron vergonzosamente a la actual vicepresidenta.
Nunca aceptarán sus verdaderas intenciones. Siempre seremos los ladrones, los aprovechadores, los corruptos. Que digan lo que quieran. El pueblo argentino tiene derecho a que el gobierno elegido ahora tome el rumbo que crea más correcto para alcanzar sus promesas de campaña. Venimos de otro gobierno que no cumplió ni una sola.