Diferencias familiares que se convierten en litigios escolares, sumarios por adhesión a paros, policías en las escuelas por hablar o protocolos contra la toma en la secundaria. Las escuelas están acechadas por una mirada judicial y punitivista en la que los docentes funcionan más como profesionales del derecho que de la educación. En esta “neoeducación”, además, la promoción de lo “auto” (autoemprendedores, autoevaluación” se impone sobre lo colectivo. “Advertimos un desplazamiento de lo pedagógico hacia lo punitivo y eso nos preocupa. Necesitamos construir escuelas más democráticas con comunidades con mucha presencia, diversas, heterogéneas, plurales”, dicen los autores del libro Judicialización de las relaciones escolares.
Judicialización de las relaciones escolares. Conversaciones con Philippe Meirieu es un libro coordinado por Gabriel Brener, Gustavo Galli y Marcela Martínez y fue editado por Noveduc. Hace años que los autores se desenvuelven en el ámbito educativo en distintos roles. Brener es especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo, Galli es magister en Pedagogías Críticas y Problemáticas, y Martínez, es socióloga y docente.
El libro presenta los resultados preliminares de una investigación que comenzaron en 2017 desde la Universidad Nacional de Hurlingham, preocupados por los vínculos, la convivencia, la construcción de la comunidad y de la autoridad pedagógica. “Notamos que las escuelas se encuentran atravesadas por discursos y prácticas relacionadas con lo jurídico que limitan y obstaculizan las prácticas de enseñanza a la vez que son vividas como una fuerte presión sobre el trabajo docente. Limitan, empobrecen y también disciplinan”, dicen los autores. Por eso el objetivo que se propusieron fue entender cómo se fue construyendo este problema: cómo lo jurídico permeó tanto en las escuelas y cómo influye todo esto en la construcción de las subjetividades docentes, de los y las estudiantes y de las familias.
--¿Podrían dar algunos ejemplos de lo que ustedes llaman “judicialización” de las escuelas?
Brener: --Por un lado vemos con frecuencia que las diferencias que surgen entre las familias entre sí o de las familias con la escuela pasan rápidamente a dirimirse en forma de litigio y no a través del diálogo en el propio escenario escolar. También asistimos en los últimos años a una punitivización de los conflictos por parte del propio Estado, que buscó disciplinar a directivos, profesores, estudiantes y estudiantes: sumarios por adhesión a paros, policía en las escuelas por hablar sobre la desaparición de Santiago Maldonado o protocolos contra la toma de escuelas secundaria son algunos ejemplos. A todo esto se suma lo cotidiano, que se expresa en el peso de la "responsabilidad civil". La responsabilidad adquirió un lugar preponderante en la escuela. Entendemos y compartimos la necesidad de regular normativamente los intercambios en las instituciones. Pero sospechamos que la centralidad la responsabilidad civil habla de otra cosa, es más la expresión del miedo ambiente que va ganando lugar en la sociedad y la inseguridad ante los eventos que pudieran tener lugar en la institución. Ante la sensación de miedo e incertidumbre que experimentan los agentes escolares, la pasión por la responsabilidad civil (es sorprendente cómo se menciona esta figura del derecho administrativo en las escuelas contemporáneas) representa la necesidad de sentirse a resguardo.
--¿La judicialización pone en duda la capacidad de los y las estudiantes de ser educados?
Galli: --No, pero sí construye cierto tipo de subjetividades que priorizan lo individual, despolitizan los vínculos y operan como limitante sobre algunas prácticas de cuidado y afectivas como por ejemplo, el temor a cambiar pañales a niños y niñas, la posibilidad de demostrar afecto con un abrazo o una caricia. Asimismo también supone el desplazamiento del diálogo y la palabra como forma de construcción de consensos y de resolución de las diferencias. Podemos advertir también un repliegue en ciertas prácticas pedagógicas que suponen la ampliación del capital con experiencias por fuera del espacio escolar, como salidas didácticas, campamentos, viajes de estudio, etc. La judicialización produce un repliegue de la comunidad sobre sí misma y esto empobrece las prácticas pedagógicas. Además, prioriza el lazo con los otros en términos de peligrosidad, enemistad. El otro es rápidamente desplazado al lugar de enemigo potencial en vez de aliado potencial. Los vínculos horizontales van perdiendo fuerza en pos de una fragmentación individualista. Esto repercute en el modo de relación entre las personas que habitan las instituciones. Y en tiempos de “miedoambiente” la judicialización incluso hasta llega a naturalizar cualquier caricia como un acto de corrupción, sembrando desconfianza y deshumanización.
--Al mismo tiempo, plantean en el libro, se promueve una “neoeducación mercantilizante” ¿en qué consiste?
Martínez: --Llamamos “neoeducación mercantilizante” a un ingreso en la educación de prácticas que responden a la racionalidad neoliberal en la que se busca colonizar el pensamiento y aplicar lógicas de mercado a los vínculos que se construyen en la escuelas, entonces se profundizan propuestas meritocráticas, individualizantes, que entronizan la competencia entre estudiantes o que apelan la construcción de un sujeto que se procure por sí y para sí lo que necesita. Proliferan de esta manera "innovaciones" que suponen un despliegue de lo "auto": autoemprendedores, autoestima, autogestión, autoevaluación, y podemos seguir nombrando, todo lo auto se impone justamente sobre lo colectivo. Este tipo de educación es un caldo de cultivo para la judicialización de las relaciones en la escuela. La desconfianza como combustible cotidiano justifica procedimientos administrativos y de control por sobre estrategias de participación y deliberación. La competencia parece cotizar más alto que la cooperación y todo esto es tierra fértil para naturalizar un clima de darwinismo educativo en el que cada cual juega su juego, se enaltece el esfuerzo individual como única fuente de crecimiento. Y el mérito se presenta como un asunto absolutamente despojado de las condiciones que lo hacen factible. Un desprecio por lo colectivo que se reemplaza con la retórica del "trabajo en equipo" en tanto exigencia exclusiva del mercado, simulando respeto a lo diverso donde se impone una única versión y promoviendo contactos efímeros, de escasa implicación.
--¿Cómo se vincula con la presencia del mercado en la escuela?
Martínez: Sin la creencia de que cualquier evento indeseado puede "resolverse" mediante una indemnización económica, difícilmente prosperará esta tendencia a la judicialización
-También hablan de una pedagogía de la punición ¿cómo se expresa en las aulas?
Brener: La judicialización de las relaciones escolares descansa en concepciones de falsas opciones binarias, como cuando se explican problemas de convivencia o situaciones de agresiones solo bajo la lógica de víctima y culpable. Por ejemplo, en Mendoza han propuesto y desarrollado un programa que denominaron escolaridad protegida, como propuesta para el abordaje de situaciones excepcionales, para separar de la escuela al estudiante que manifieste problemas de conducta, quien solo podría vincularse con la escuela en forma virtual o a través de un "profesor enlace", con la intención de mejorar la convivencia. En la argumentación de dicha iniciativa, una alta funcionaria educativa sostenía que "nos hemos ocupado mucho de estos chicos y ahora hay que ocuparse del resto". ¿Cómo alguien cambia su comportamiento aislado de los factores y condiciones que lo generan y requieren ese cambio?
-- ¿Cómo cambia el rol del docente según esta pedagogía?
Galli: En este contexto pareciera eficaz otro desplazamiento, el de un adulto escolar más en sintonía con un abogado o fiscal y menos como un docente. Lo que impera es buscar culpables y resolver solo con el castigo, y aquello es volver sobre la encerrona de la omnipotencia de la pedagogía moderna que tan lúcidamente cuestiona Philippe Meirieu en "Frankestein Educador" y que retomamos como un asunto clave en nuestro libro e investigación para desafiar nuevas maneras de ejercer la docencia y de construir autoridad pedagógica, menos como imposición o demagogia y más como un proceso de autorización en la enseñanza y el cuidado de las nuevas generaciones y el diálogo autentico entre generaciones.