El triunfo del Liverpool sobre Flamengo amplía la notable brecha entre los equipos europeos y sudamericanos en el Mundial de Clubes (2005-2019) y su antecesora, la Copa Intercontinental o Copa Europea-Sudamericana (1960-2004). En las últimas 10 ediciones, desde el 2010 hasta la actualidad, ganaron nueve europeos y un solo sudamericano, el Corinthians en el 2012. Si se pone el foco más atrás, desde 1995 hasta ahora, esa relación es de 20-5 a favor de los equipos del llamado Viejo Continente.
Antes era todo lo contrario: entre el 77 y el 88, por ejemplo, los sudamericanos ganaron en una relación de 9-2. En ese período salieron campeones Boca, Olimpia, Flamengo, Peñarol, Gremio, Independiente, River y dos veces Nacional de Montevideo.
El crecimiento económico de los clubes de fútbol europeos, que además se llevan a las principales figuras de los sudamericanos, es la razón obvia de esa transformación. El plantel de Liverpool está valuado en 1.180 millones de euros, casi diez veces más de la cotización del Flamengo que es de 125 millones de euros. En el Liverpool ataja el brasileño Alisson y metió el gol en la final el brasileño Firmino. La Copa del Mundial de clubes que adorna las vitrinas del club inglés Liverpool fue lograda por un equipo integrado por cuatro ingleses, dos brasileños, un escocés, un holandés, un senegalés, un egipcio y un guineano. El técnico es alemán y sus ayudante de campo son otro alemán y dos holandeses. El conjunto de Flamengo que disputó el partido decisivo, estuvo conformado por nueve brasileños, un uruguayo y un español.
En la final no fue evidente la diferencia de jerarquía entre los dos equipos. Tuvieron casi las mismas posibilidades para convertir y, sobre la hora, Flamengo desperdició una ocasión muy clara que pudo haberle dado el empate, un resultado que no habría sorprendido a nadie. La realidad es que a los europeos el único torneo internacional que los desvela es la Champions League. Por supuesto quieren ganar el Mundial de Clubes, pero no lo consideran fundamental como ocurre por estos lares.
El equipo inglés jugó sin ninguna tensión, sabiendo que su potencial físico podía ser determinante en caso de alargue y sabiendo, por sobre todas las cosas, que no pasaba nada si perdía. Los de Flamengo, en cambio, tenían plena conciencia de la tristeza que despertaría la eventual derrota. El día de la semifinal, el martes pasado, Río de Janeiro vivió una fiesta increíble. Cada gol era saludado por miles de petardos en una ciudad coloreada con el rojo y el negro de las miles de camisetas en todas sus variantes, que se veían en todos los bares de la costa.
Si se pone en los buscadores "festejos del Liverpool" todas las imágenes remitirán a lo que ocurrió después de la victoria por 2 a 0 sobre el Tottenham cuando una marea roja salió a la calle loca de alegría por la obtención de la "orejona", a mediados de año. Y casi nada del Mundial de Clubes. En Qatar, en el campo de juego, las imágenes de la televisión mostraron la frialdad de los jugadores, saludándose apenas entre sí. No es difícil imaginar escenas de desborde si el resultado hubiera sido al revés. Una consecuencia natural de la distancia que media entre el que se siente superior y el que se siente inferior.
Con las economía de los países sudamericanas en rojo (aquí estamos, sin ir muy lejos) nada hace suponer que este panorama pueda cambiar en los próximos años.