Alejandro Tarruella, periodista e historiador, decidió saldar cuentas con su propia historia --además de la del país, claro-- y reflotó una vieja temática. Una díada compleja, ríspida, basada en la relación entre política nacional y campo, con la que amplificó sustancialmente su trabajo debut. “Sucede que mi primer libro fue Los Terratenientes, publicado por el Centro Editor de América Latina en 1972. Esa serie vendió muchos libros hasta que, en 1976, Videla la prohibió frente a varios miembros de la Sociedad Rural. Eso me trajo algunos problemas, pero quedó una base para un trabajo más amplio y diverso. Aca está”, presenta ahora, en larga charla con Página/12. Se trata de “Historia Política de la Sociedad Rural”, lo publicó Octubre y en él, efectivamente, Tarruella llega a una especie de síntesis amplia, contundente y mejor documentada, sobre un tema candente hoy, ayer y siempre.
“El tema me interesó porque es estructural al país nuestro, en gran parte de su desarrollo. Se cruzan aspectos que tienen que ver con la colonia, las luchas por la emancipación, la deuda externa --hoy “delirante” como la calificó Alberto Fernández--, el 1880 roquista, Yrigoyen, Perón y la continuidad. La entidad es un actor central en la reacción a conformar un país soberano”, sostiene este periodista que lleva publicados varios libros de investigación, vinculados al campo nacional y popular. Entre ellos “Guardia de Hierro”, en dos versiones (“De Perón a Bergoglio” y “De Perón a Kirchner”), “Envar Cacho El Kadri” e “Historias secretas del peronismo”. “Entiendo que hoy tiene validez volver y proyectar sobre la Rural para poner las cosas en presente, y observar el fenómeno desde su historia. Es esta una etapa en la que vamos seguramente a rediseñar el país en la búsqueda de la justicia social, de una economía que replantee sus soportes y, desde ese contexto, modificar la estructura de la tierra con una idea de la producción coherente a ese espíritu”, enfatiza Tarruella.
Prologado por el economista Mario Rapoport como un abordaje “múltiple, cautivante y esclarecedor” de la SRA, el trabajo anuncia un intrépido recorte histórico desde el subtítulo (“De la colonización española a Macri: radiografía de la oligarquía terrateniente”) y los desgaja mixturando registros, anécdotas, familias, personajes, costumbres y estructuras bajo pluma clara y exquisita. Todo bajo un fin: salir del monocultivo “y pensar para hacer un horizonte productivo que realice diferentes escalas productivas con derechos del trabajo, renovación tecnológica y formación de trabajadores para realizar una transformación que privilegie intereses nacionales y regionales, y se aleje de las corporaciones financieras de la usura internacional”, señala el autor. “Sé que es posible pensar la producción que hace a ese mundo desde el país, desde la región, desde los trabajadores y desde el aporte que podemos realizar como productores a las necesidades de otros países y continentes”.
--¿Por qué marcó el recorte temporal hacia atrás, más allá de la fundación de la SRA, ocurrida en 1866? De hecho, el análisis arranca con las vaquerías rioplatenses del siglo XVI.
--En realidad, esa mirada hace su pie en la historia, en cómo fue el camino que llevó a la creación de la Sociedad Rural en 1866, en Buenos Aires. Hay que pensar que hay realidades y mitos. El puerto de Buenos Aires no nació con la actividad ganadera sino con el esclavismo. Llegó a tener un sesenta por ciento de su actividad puesta en ese comercio, que era la negación de la cultura afroargentina. Por ahí, yo cuento que hasta 1810, el presupuesto de Buenos Aires tenía un alto porcentaje de fondos que provenían del Potosí. Cuando llega la SRA, había necesidades de los grandes especuladores en tierras que no desconocían el proteccionismo estatal para “ayudar” a sus negocios. Y hay un contexto cultural en el que se produce la irrupción de la entidad, una creación que observaba los nuevos fenómenos del país, incluso la producción. Valorar la historia en esos términos, me parece, ayuda a pensar en presente ese aspecto de la producción vinculado a su historia.
--Hubo una campaña “al desierto” antes de la creación del SRA y otra después ¿qué diferencias hay, para su visión, entre ambas?
--Roca se basa en Rosas, pero recurre a los grandes terratenientes para sostener los costos. Ellos serán los beneficiados. Había una necesidad de fijar las fronteras de la Patagonia, de hacerse de nuevas tierras (los dueños de la tierra) y un contenido cultural negacionista y depredador respecto de los habitantes originarios de la región. “Eliminarlos, pero en orden”, escribió en aquellos días Estanislao Zeballos, hombre clave en la ideología de esa matanza que sería el prólogo a un rediseño de la ubicación de la Argentina en el capitalismo con base en Londres. Los hombres de la Rural se habían involucrado en la masacre de Paysandú, a fines de 1864 y principios de 1865, en la masacre del Paraguay, incluso como traficantes de armas. Es decir que estaban comprometidos con intereses de los imperios brasileño y británico.
--Este es “el” dato. En el libro es intensa la luz que se arroja sobre cómo la lógica de dominación imperial impregna la conquista de Roca.
--Es natural que todo tiempo tenga pautas propias, pero hay --en este caso histórico concreto--, el sometimiento permanente a los poderes imperiales, según sea su conformación en cada etapa. En ese momento, Roca produce una transformación incluso tecnológica como la aparición del frigorífico y sus cambios, en virtud de las demandas del mercado mundial y en particular de Gran Bretaña. Al mismo tiempo, estalla una vez más la especulación por las tierras, un campo en el que los terratenientes, adictos a la usura, se movían con sentimiento perverso. Y eso modifica la producción en el país.
--¿En qué aspectos, específicamente?
--En la incorporación de nuevas escalas productivas, como por ejemplo sucede con la industria lechera, y con lo relativo a la producción agropecuaria. En 1884, navegan hacia Londres los barcos Meath y Loch Ard, vapores frigoríficos que expresan un nuevo tiempo. Las exportaciones de granos y de carnes son entonces, el objetivo principal de los esfuerzos de los grandes terratenientes, lo que dará lugar a una estructura de producción y comercialización que se sostendrá hasta 1930, luego del crack de Wall Street. Se genera una oligarquía de enorme poder, con una cultura de mirada eurocéntrica que define hasta las pautas arquitectónicas urbanas y rurales. Hay hasta una literatura que hace a ese tiempo y su modo de sentir la época. Un ir y venir de familias que hasta usan apellidos de ficción para sentirse cercanas a un sentimiento monárquico. Repetir los dos apellidos, como Martínez de Hoz, implica ser una marca y a su vez, negar a la mujer en su conformación.
--¿Qué rupturas y continuidades centrales ubicó dentro del devenir a la Institución?
--Bueno, cuando nace la Sociedad Rural, hay en escenario con la Guerra de Secesión y la masacre del Paraguay. En ambos casos, el algodón, su producción y sus costos, tenían un protagonismo singular en esas contiendas. A su vez, en el país comenzaba a terminar el ciclo lanar mientras, hacia 1870, se avecinaba una crisis financiera mundial y la guerra franco-prusiana que iba a producir cambios en los escenarios del capitalismo. Una ruptura la constituye Lisandro de la Torre al poner en cuestión el sistema de exportaciones y el rol de los frigoríficos, que beneficiaba por fuera de la ley a los británicos. Del mismo modo, en 1944, el Estatuto del Peón de Campo es una revolución en el campo de lo social y el trabajo. No así, por ejemplo, las retenciones, porque el Estado desde Mitre en adelante las realizó pese a los cacareos ruralistas. Onganía con Krieger Vasena, incluso, volvieron a hacer retenciones pese a la SRA. Hoy, quiero decir, la ruptura consiste en redefinir la propiedad de la tierra y la ley de entidades financieras de la dictadura. Es muy importante abordarla según los intereses del país. No hay que dejar de ver que sus personeros se alistan hoy en su histórica tentación golpista.
--Hay en el trabajo un marcado interés por revelar, “sacarle la careta”, a conspicuos integrantes de la institución, en tanto actores políticos, económicos y sociales. ¿Es una respuesta al estructuralismo?, ¿a ciertas tendencias “duras” de la sociología?
--En lo que vengo trabajando procuro ofrecer una mirada de episodios históricos desde la investigación periodística. Justamente, un sociólogo de la UBA, me preguntó en su momento, a raíz de “Guardia de Hierro. De Perón a Bergoglio”, si yo era sociólogo por la estructura del libro. Le dije que no, que soy periodista. En cambio, destacaron ese aspecto, al traducir el libro para la Universidad de Milán. Y sucedió ahí algo muy interesante. Felipe Solá, gran lector que lo leyó varias veces, me dijo luego de releerlo: “Alejandro, vos en Guardia, hiciste ‘Rayuela’ porque leo cada capítulo como si fuera posible hacerlo como una unidad y así, yo podría cambiar los capítulos, ponerlos en otro orden, y hacer otro libro”. Puede leer desde cualquier punto. Le confesé que eso era así porque pensé una estructura diferente para una investigación periodística. Y que no se lo había dicho ni a mi editor, Daniel Guebel, ni a mi esposa, Mercedes, que es escritora de literatura infantil y juvenil. Esperaba que un lector, solo un lector como él, me lo reconociera y solo así, valdría mi intento. Además de todo eso, es interesante sacarle la careta a la historia de los Martínez de Hoz o a Luis Miguel Etchevehere, que no es un cantor de boleros, sino uno de los representantes de la regresión histórica de la Sociedad Rural.
--¿Le hizo algún bien, alguna vez, la SRA al país?
--Se puede ver que, entre los fundadores de la Sociedad Rural, Eduardo Olivera fue un empresario que tenía una visión industrial interesante para su época. Conocía Inglaterra y Francia en lo rural, y sin ser un revolucionario, era honesto en buscar una renovación que luego conduciría a la SRA corporativa. La exposición de Artes y Productos Nacionales de Córdoba en 1870, es una diferencia. Es idea y realización de los cordobeses con apoyo de Sarmiento presidente, con Olivera a la cabeza. Se movilizaron productores agropecuarios europeos, norteamericanos y chilenos, hubo más de dos mil variedades de hortalizas y flores expuestos, trigo, cebada, 52 variedades de viñas. Algo impensable para la época sustentado en un empresariado nacional pujante. Llegaron 30 empresas, maquinaria agrícola, recordemos que Argentina es innovadora y creadora en este rubro, y más de 2700 expositores. Parecía una exposición mundial y las bases fueron los productores con mirada nacional, fuera de toda consideración usuraria. Ese es un hecho histórico que estudié para dejar sentado que hay una mirada que, desde el tiempo, nos permite observar que hay un camino posible y en este caso, hay una marca histórica que nace en una provincia.
--Pregunta difícil ¿por qué y para qué sirve leer este libro?
--Ya lo creo que es la pregunta más difícil (risas). Tal vez para compartir el saber que nos dice cómo un churrasco o una papa llegan a la mesa, o no llegan, debido a la complejidad de un camino que va del hombre que cuida un campo con un salario de despojo, o hace la riqueza delictiva de un grupo de usureros de las finanzas, que se creen poco menos que dioses. En la mesa, lo sencillo se hace conocimiento y en las palabras se comparte una visión del mundo y el camino que hacemos al andar. Es justo reconocer que además el lector decide para qué sirve, y me gustaría conocer ese punto de vista.
--¿A quién o a quiénes les contesta?, ¿con quién debate?
--Uno debate con épocas, visiones del mundo, la región y el país, y procura tal vez, contestar aportando ciertos datos o análisis que no están tan claros en procura de que un lector imaginario pueda leer con relativa sencillez, una trama que puede acercarlo a sus propios intereses y al placer de la lectura. Lo leyó un vecino, José Luis, que es herrero. Vino un día a casa y me preguntó: “¿Es una novela?”.