La travesía por la esperanza empezó el 1° de diciembre de 2018. Luisa Valenzuela era una mujer más -casi una “mexicana por adopción” que ama a México con un amor incondicional- atravesada por la emoción. Lloraba, Luisa, mientras veía cómo los 68 pueblos indígenas y el pueblo afromexicano, reunidos en el Zócalo, le entregaban el bastón de mando al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Un año después, el pasado 9 de diciembre, la escritora argentina recibió el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria 2019 “por su contribución al enriquecimiento del patrimonio literario de la humanidad”. Se lo entregó el presidente mexicano, que representa una nueva forma de hacer política: “mandar obedeciendo y escuchando al pueblo”. La vibración de esa experiencia y la conexión simbólica entre los contextos políticos impresiona. “Cuando AMLO me abraza, le digo: pensar que hace un año yo lo veía de afuera… Desde un hotel en el Zócalo vi la asunción de Alberto y lloré. De golpe sentí que respiraba, que volvía a otro país. Dejé un país y volví a otro. Lo digo y lloro”, cuenta Valenzuela desde su casa de la calle Artilleros, en el barrio de Belgrano.
Tuti, una pequeña perra rescatada que prodiga mimos a diestra y siniestra, corre por el living de esta casa que desde el sol de la puerta principal tiene un aire mexicano. Valenzuela, que regresó hace unos días de México, donde además de recibir el premio inauguró el Salón Literario de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, celebra que Natalia Porta López sea la coordinadora del Plan Nacional de Lectura, un programa que vuelve después de la tierra arrasada que dejó el “macrimato”, como prefiere llamarlo la escritora en la entrevista con Página/12. La autora de Hay que sonreír, El gato eficaz, Aquí pasan cosas raras y Realidad nacional desde la cama, que terminó su mandato como presidenta del PEN Argentina en octubre, está intentando escribir una novela en la que regresaría el personaje del Brujo José López Rega, el secretario de Juan Domingo Perón, ministro de Bienestar Social y creador de la Triple A, que apareció por primera vez en Cola de lagartija (1983) y volvió en La máscara sarda (2012).
--¿Qué expectativas tenés ante el gobierno de Alberto Fernández?
--Quisiera que vuelva la cosa cultural que teníamos antes. Ni siquiera pido nada nuevo. Hay que pensar en cómo será el Plan de Lectura; en el Instituto Nacional del Libro, propuesto por Daniel Filmus, que estamos apoyando mucho. Yo pensé que Filmus iba a tener un lugar en el gabinete, lo quiero mucho y creo que es muy capaz y transparente. Desde donde está, como diputado, él hace mucho por la cultura. Yo espero que se pueda revertir el hambre, que es lo principal. La cultura es muy importante y espero que puedan acrecentar el presupuesto y que lo administren bien. Siempre me acuerdo de las palabras de Fidel (Castro). Yo nunca fui personalista, pero una vez viajé a Cuba, invitada por la Casa de las Américas como jurado; para mí Fidel era un héroe, pero yo no caía en la veneración. Cuando volví a dar el discurso inaugural en Casa de las Américas en el 2000, ese año volvió el niño Elián a Cuba y como Fidel estaba muy contento decidió venir a saludar. Y me sentaron al lado de Fidel. Hablamos del período especial y yo les conté que había estado en Cuba por primera vez en el 92; no había nada y sin embargo al jurado del premio nos habían tratado muy bien. En ese momento acá estaba (Carlos) Menem, que lo primero que cortó fue el presupuesto de Cultura. Roberto Fernández Retamar me dijo: “si me decían que el presupuesto de Casa era para darle leche a 500 niños por mes, yo cerraba Casa de las Américas”. Fidel dijo: “Lo último que se corta es el presupuesto de Cultura en Cuba. A la leche de los niños hay que sacarla de otra parte”. Me pareció de una inteligencia supina porque la cultura es la ventana al mundo. No pretendo quitarle plata a cosas que son de mayor urgencia; pero son dos cosas distintas. La urgencia alimentaria es innegable y es importantísimo que respondan a eso, como también a las alzas de tarifas inhumanas. Pero a la cultura hay que mantenerla viva. Desde PEN hicimos mucho durante el macrimato porque defendimos a los trabajadores de la Biblioteca Nacional que habían sido echados; defendimos el Programa Sur de apoyo a las traducciones cuando lo iban a cerrar; defendimos la cuestión de las lenguas originarias cuando no repartían los libros que había hecho el gobierno de Cristina (Fernández) y que habían aparecido a fines de 2015, después de tres años de trabajo de 300 antropólogos que rescataron 24 lenguas originarias. Algunas cosas pudimos hacer.
--¿Siempre fuiste una escritora comprometida?
--Si, es mi carácter. Yo me crié con la idea de que literatura y compromiso eran dos términos antagónicos; que la literatura tenía que ser libre y no estar atada a ningún compromiso político. Borges, (Adolfo) Bioy Casares y toda esa gente… Cuando empezaron las persecuciones políticas más obvias, antes de la triple A, con Onganía, como periodista me involucraba todo lo que podía. A Rodolfo Walsh le había gustado mucho mi primer libro de cuentos, Los heréticos. Yo lo admiraba a Walsh, pero no lo conocía. Yo trabajaba en planta en La Nación, cosa que La Nación olvida gentilmente, y Enriqueta Muñiz me dijo que a Walsh le habían gustado mis cuentos. Cuando finalmente lo conocí a Walsh, le dije que mi ideología no aparecía en mis cuentos. “¡Claro que aparece, porque lo que sentís profundamente siempre aparece en la literatura, aunque no lo reconozcas!”, me dijo Walsh. Eso me abrió a seguir avanzando. Después de dos años de viajes por Europa, volví en medio de la triple A y eso me hizo escribir Aquí pasan cosas raras en un mes. Había vuelto a otro país para mal. Si no escribo un libro de cuentos en un mes, salga lo que salga, nunca voy a poder volver. Vuelvo físicamente, pero no vuelvo con el alma. Ahora también vuelvo a otro país, pero a la inversa. Pero no sé si me puedo sentar a escribir en un mes un libro de cuentos positivos. No es tan estimulante…
--¿Por qué no es estimulante escribir algo positivo?
--Se dice que no hay novelas de familias felices, aunque sí las hay, pero no son muy buenas. La urgencia, la desesperación, te hace volcar las cosas en palabras para buscar comprender. Yo escribo para comprender. Si no volcamos en palabras lo que es desazonante, no tenemos asidero en ese universo tan anormal. La mañana que leí en PáginaI12 tempranito que Cristina había dado un paso al costado y el candidato presidencial era Alberto me pareció que fue la idea más brillante que había tenido esta brillantísima mujer. Ahí me di cuenta de que este país es un Ave Fénix; hemos estado calcinados tantas veces… mirá que tengo una larga vida, así que lo he visto. Ahora salimos y dentro de todo, viendo lo que pasó a nuestro alrededor en todos estos años, hubo una calma social muy admirable. Yo tengo muchas esperanzas. Pero no creo que se pueda dar de un día para el otro. Ese es el defecto eterno de la Argentina: “lo quiero y lo quiero ya”. Ahí se nos desbarranca todo y creemos en promesas siniestras o falsas.
--¿Por qué en uno de tus discursos en México, durante la apertura del Salón Literario Carlos Fuentes en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, defendiste el uso del lenguaje inclusivo?
--Encontré el texto de Santiago Kalinowski –que es de la Academia y está a favor con muy buenos argumentos- y Beatriz Sarlo, que está en contra. La invisibilización de la mujer siempre se juega en el lenguaje. Las normas nos invisibilizan. Aunque nos molesta y no nos parece lindo ahora, estoy segura de que dentro de un tiempo nos va a aparecer perfecto el uso de la “e”. Me parece maravilloso que la fuerza brutal de las mujeres incluye a las diversidades. El trabajo con las diversidades mueve todo el tejido social y el tejido intelectual. Hay otro pensamiento, entra un pensamiento nuevo. El lenguaje inclusivo no nos gustará académicamente, pero se impone. La “x”, sobre todo en la escritura, se impuso hace rato. Pero no la podés pronunciar. La “e” la usé en Cola de lagartija en el año 83; en el momento en que el Brujo se quiere convertir en su hermana Estrella, habla con la “e”. Hay un cambio de paradigma; estamos entrando en otra época. Mi sensación es que recién ahora estamos en el siglo XXI.
--¿Cuál fue el detonante del ingreso al siglo XXI?
--Las mujeres. Julia Kristeva dijo que “el siglo XXI será femenino o no será”. Todo lo que venimos trabajando desde hace siglos de golpe hace eclosión total. Mirá “el violador eres tú”, que se desparramó por el mundo, como los pañuelos verdes. Las mujeres y el reconocimiento de las diversidades nos están mostrando que ya no estamos en un universo binario. Me acuerdo de una charla con Phillipe Sollers en la que él decía que en última instancia uno solo puede elegir entre dos platos del día. Ya no elegís más entre dos; ahora tenés un menú mucho más variado y más interesante. En la última marcha del orgullo no salieron con las siglas porque ya no hay letras que lo abarquen todo. Hay mucha fuerza y mucha creatividad. Me encantan las cosas que están haciendo Sudor MariKa; son muy creatives.
--En el discurso de aceptación del Premio Carlos Fuentes, comentaste que estás con la idea de una novela en la que reaparecería el personaje del Brujo José López Rega, pero que no podés avanzar en la escritura. ¿Por qué cuesta escribir tanto sobre el mal?
--Me tendí una trampa con ese discurso: si no lo meto acá, no lo hago más en mi vida. Fue un autodesafío. Lo puse para intentar escribir porque yo le tengo miedo a esa novela. Yo me enfermo cuando escribo sobre el Brujo físicamente, por eso creo que escribimos con el cuerpo. La primera vez con Cola de lagartija estuve pésima y cuando me di cuenta de que era por influencia de la novela pude un poco equilibrar eso. Cuando estaba escribiendo La máscara sarda me enfermé del estómago, yo que tengo un estómago de hierro. El verano pasado empecé a escribir la novela y me caí en el baño: levanté apenas la patita y me fui para atrás, me di un porrazo y me rompí una vértebra. Y ahí paré. Esa sería la parte esotérica. En Paso de los Libres sentí una atmósfera rara; estaba esta mujer que era una santa, Victoria Montero, que es sobre la que quiero escribir. ¿Por qué me tengo que volver a meter en esto? Ahora que cambiaron los aires puedo meterme y quizá estar más a salvo. A Fuentes le gustó Cola de lagartija y ahí empezó mi relación con él. Tengo que completar el ciclo que abrí con esa novela; me lo pide Fuentes. Tengo que encontrar la voz y quizá la encuentre en Victoria Montero, que fue la maestra espiritual de López –en esa época no era Rega- y lo echó de la casa que tenía en Paso de los Libres cuando volvió trajeado y engominado y Victoria le dijo: “usted se metió en política; a esta casa no entra más”. Victoria se sintió traicionada y anticipa el mal. Lo huele ahí. Eso es muy interesante. Me interesa trabajar en esa línea de la guerra entre el bien y el mal porque tengo la teoría de que el bien -mal aspectado y por interés- atrae al mal como un parrayos. Victoria Montero era el bien puro; el otro que se supone que iba a hacer el bien, pero empieza a ejercerlo en beneficio propio es López Rega, que ya no puede detener esa carrera hacia el mal absoluto.
Dos libros de no ficción
Luisa Valenzuela –que reeditará la novela El Mañana por Interzona en 2020- está trabajando dos libros de no ficción sobre el dinero y la sal. “Yo no puedo contar el dinero, me encuentro con un fajo de billetes y no los puedo contar. No puedo pagar y no puedo recibir. Tengo fobia al dinero. El sueldo del diario La Nación me lo olvidaba o me lo robaban. Un amigo psicoanalista me decía que me va a salir más caro el psicoanálisis que dejarte robar cada tanto”, cuenta la escritora que investigó cómo empezó el dinero y revela que encontró diversas teorías. “Aristóteles decía que el dinero era estéril porque no podía producir más dinero. Pobre Aristóteles, no lo conoció a Macri. El dinero es el Dios de estos tiempos y los bancos son los templos. Hay pensar seriamente en un dinero electrónico –plantea Valenzuela-. En muchas partes del mundo están circulando billetes alternativos”. La escritora recuerda que la reforma de Lutero comenzó porque la iglesia católica vendía las indulgencias. “¿Cómo puede vender el perdón de Dios? No se puede vender un cachito de cielo como hace la iglesia católica”, afirma la escritora.