Si la primera impresión es lo que cuenta, la llegada al aeropuerto de Abu Dhabi no es anodina. Todo es ultramoderno –el vanguardismo en la arquitectura, ya que no en las costumbres, es uno de los sellos distintivos del emirato– pero los trámites de migraciones no son mixtos sino separados para hombres y mujeres, a cargo de funcionarios/as que visten el traje tradicional, una túnica rigurosamente blanca para los hombres y rigurosamente negra para las mujeres. Una espera mínima gracias al fast-track que Etihad, la aerolinea nacional, brinda a sus pasajeros de clase ejecutiva, y un rápido sello en el pasaporte sin ninguna pregunta: son las ocho de la noche y afuera el taxi ya espera para ir hacia Yas Island, la isla que concentra el entrentimiento en el emirato. El trayecto es corto y avanza sin obstáculos, sobre todo a lo largo de la autopista que desde aquí lleva a Dubai, la otra meca del turismo internacional en el Golfo Pérsico. Lo cierto es que Abu Dhabi parece haber brotado del desierto para que los autos circulen con la suavidad de una alfombra mágica. La noche aumenta el brillo de los rascacielos, que se ven y se oyen, porque la construcción parece no parar nunca: a la luz de reflectores poderosos, obreros reclutados sobre todo en en Bangladesh, Pakistán, la India o Irak trabajan en turnos continuados que no conocen pausa. Así se levanta en pocos años una ciudad sobre el desierto, una Nueva York sobre arena que de la noche a la mañana suma pisos y torres como si fuera un deseo instantáneamente concedido por el genio de la lámpara.
LO TRADICIONAL Y LO NUEVO Modernidad, futuro y vanguardia son los lemas abudabíes. Los que transformaron una ciudad de pocos miles de habitantes, en los años 60, en una urbe de casi un millón, donde hay un abismo entre los emiratíes y los extranjeros. Solo un 20 por ciento de la población es nativa emiratí, un pasaporte que les garantiza salud, educación y vivienda sin costo, entre muchos otros beneficios; el resto son extranjeros que consiguen excelentes contratos cuando son profesionales calificados, o penan por mantener a sus familias en sus países de origen cuando llegan como mano de obra barata. La desproporción explica también por qué el viajero de paso tendrá contacto sobre todo con extranjeros, desde el chofer del taxi al recepcionista del hotel, los vendedores de los centros comerciales o los encargados de las visitadas guiadas.
En este contexto, Faisal es una excepción. Guía en la gran mezquita Sheikh Zayed, uno de los edificios más imponentes y bellos del mundo musulmán, viste la túnica blanca de los emiratíes –siempre primorosamente planchada– y lleva a su grupo a recorrer durante una hora este edificio religioso que quiere representar la diversidad cultural del mundo islámico y al mismo tiempo revela la fastuosa riqueza que trajo el hallazgo de petróleo. La mezquita está en la zona céntrica de Abu Dhabi, donde no hay ningún rasgo del pasado o casco histórico: aquí todo es nuevo, como este edificio de mármol reluciente que hace pensar en el Taj Mahal y despliega cuatro minaretes y más de mil columnas blancas decoradas con incrustaciones de flores talladas en piedras semipreciosas. Faisal responde todas las preguntas: no solo los miles de metros cuadrados de la alfombra tejida a mano que tapiza el gran hall de oración o el número de cristales Swarovski que componen las arañas, sino las relativas a la cultura y costumbres. Por qué las mujeres visten de negro y los hombres de blanco –“porque ellas permanecían en la casa y los hombres trabajaban bajo el sol del desierto”– está entre las más escuchadas. Pero la mayoría de los interrogantes sobre las costumbres y un modo de vida que –al menos a los ojos occidentales– parece penalizar sobre todo a las mujeres, no suelen encontrar respuestas tan claras, sobre todo porque para un recién llegado no hay oportunidades de entablar contacto activo con la población local. Y mucho menos con esas mismas mujeres que es posible ver entre amigas, sobre todo en los negocios más lujosos de los de por sí lujosos centros comerciales, mensajeando o hablando con el último celular en la mano, pero mirándolo siempre por una fina rendija para los ojos o directamente bajo la sombra de un opaco velo negro.
VELOCIDAD “ROSSA” Abu Dhabi es un archipiélago sobre el Golfo Pérsico, conformado por una isla principal y otras como Al Saaadiyat (el polo cultural que alojará el Louvre, un Guggenheim diseñado por Frank Gehry, el Sheikh Zayed National Museum proyectado por Norman Foster, y el Abu Dhabi Perfoming Arts Center de la arquitecta Zaha Hadid) o Yas, la meca del entretenimiento. El emirato tiene aquí una carta especialmente fuerte: el Ferrari World, único parque del mundo (hasta el mes que viene, cuando abre Ferrari Land en el sur de España) dedicado a la marca del “cavallino rampante”. Sin duda para el turista es el vínculo más visible entre Italia y Abu Dhabi; otros menos conocidos son la participación accionaria de Etihad en Alitalia (que probablemente relevará en el futuro sus conexiones en América Latina) y la obra de la gran mezquita, realizada por Impregilo.
Frente a la “plaza de hoteles” de Yas Island hay una parada del Yas Express que recorre toda la isla, todo el día, pasando por sus principales atractivos: el Ferrari World es uno de ellos. Temprano por la mañana un grupo de argentinos, alojados a pocos metros en el Crowne Plaza y ataviados con la camiseta de la selección que nos distingue en el mundo, están listos para el paseo fierrero que, según cuentan durante el trayecto, forma parte del top five de su viaje al emirato. En realidad están de paso volviendo del sudeste asiático, pero como muchos otros viajeros que pasan de ida o de vuelta hacia sus países en Occidente decidieron quedarse tres días en Abu Dhabi para conocer de primera mano este destino que les relataron como un cuento de Las Mil y Una Noches. Y que hasta ahora –después de haber estado también en la gran mezquita, el Emirates Palace y el mirador del Jumeirah Hotel– no los ha decepcionado.
Después de entrar en el parque, un enorme recinto climatizado cubierto por el famoso techo rojo que ocupa ¡200.000 metros cuadrados! los perdemos de vista. Es que un día entero parece no alcanzar para ver todo lo que brinda este parque que hace dos años fue elegido por los World Travel Awards como la mejor atracción turística de Medio Oriente. Por debajo del techo y su gigantesco logo de Ferrari, que con sus 65 x 48,5 metros se jacta de ser el más grande del mundo, hay 86.000 metros cuadrados de simuladores, juegos, montañas rusas y, por supuesto, estilizados autos que revelan lo mejor del diseño automotor italiano. Es el lugar ideal para dos tipos de público: por un lado el amante de las Ferraris estará bien servido, con juegos que invitan a creerse un auténtico piloto de pruebas, y galerías de exhibición de algunos de los modelos más renombrados de la casa de Maranello; por otro, los aficionados a las montañas rusas podrán experimentar algunas de las sensaciones más fuertes jamás creadas en este tipo de juegos. A saber: Formula Rossa –donde da la bienvenida a los valientes una serie de gigantografías con los grandes pilotos de Ferrari, incluyendo a Juan Manuel Fangio– es la montaña rusa más rápida del mundo, con una velocidad máxima de 240 kilómetros por hora… y una no menos impresionante aceleración de 0 a 100 kilómetros por hora ¡en menos de dos segundos! La sensación es tan fuerte que obliga a calzar antiparras para protegerse del viento que genera la fuerza G de la montaña rusa. Si el estómago aguanta, hay que seguir en Flying Aces, que alcanza los 52 metros de altura en el rulo no invertido más alto del mundo y desafía la gravedad imitando el vuelo de los biplanos del 1900. El paseo sigue en el Fiorano GT Challenge, una montaña rusa doble que se lanza por dos carriles paralelos tan rápido que apenas si permite ver la cara de vértigo de los ocupantes del otro carrusel, y pronto habrá un nuevo juego hiperrápido: el Turbo Track, una montaña rusa que abrirá a fines de marzo, imitando en sus distintas fases las sensaciones de un piloto de pruebas, hasta alcanzar en su punto más alto 64 metros. El desafío consiste en lograr mantener los ojos abiertos para abarcar desde ahí arriba y a toda velocidad una vista de los alrededores que va desde el circuito de Fórmula 1 hasta los centros comerciales y los lujosos yates amarrados en las orillas de Yas Marina. De todos modos, en Ferrari World hay atracciones más tranquilas, con simuladores y juegos para chicos, pantallas con películas en 3D y la recreación al detalle de una calle típicamente italiana, además de una escuela de conducción para minipilotos que hará las delicias de todo aquel que sueñe con calzarse un día el buzo y el casco de un campeón de Fórmula 1.
MÁS YAS ISLAND La continuación natural de Ferrari World es la visita al Yas Marina Circuit, donde se corre el Formula 1 Etihad Airways Abu Dhabi Grand Prix. Pero más allá de esa fecha, cuando la familia real se instala en la llamativa torre rodeada de paneles solares para disfrutar la mejor vista sobre la competencia, a lo largo de todo el año se organizan aquí programas de deporte motor para aficionados y profesionales. Son muchos los emiratíes que disfrutan del entretenimiento y las emociones fuertes al volante, un detalle que se puede ver también fuera del circuito en el manejo cotidiano en las calles de la ciudad (y muy especialmente cuando se hace la excursión a las dunas del desierto, que suele incluir una primera ronda vertiginosa de auténtico subibaja por la arena para terminar con una cena en un oasis a la luz de la luna).
Yas Marina Circuit es el autódromo mejor equipado tecnológicamente de la región y permite tanto formarse como piloto como experimentar la velocidad de un Aston Martin G4 lanzado a más de 200 kilómetros por hora en la misma pista de los monopostos de Fórmula 1. Fue diseñado por el ingeniero alemán Hermann Tilke con un trazado de 5,554 kilometros, que durante el Gran Premio se recorren en 55 vueltas frente a unos 60.000 espectadores. El récord por vuelta lo fijó en 2009 –año de apertura del Yas Marina Circuit– Sebastian Vettel, con 1:40.279. Todos los detalles se cuentan durante la visita guiada que se realiza todos los días, en un ómnibus con aire acondicionado, recorriendo varias paradas: el North Grandstand, el Yas Marina, la Shams Tower, el Yas Drag Racing strip, el Race Control, los Support Pit Garages, la sala de medios y los paddocks. Una verdadera inmersión en el mundo interno de la más alta categoría del deporte motor, que cierra naturalmente la experiencia fierrera después de Ferrari World.
No es, sin embargo, el último lugar de interés en Yas Island. La isla tiene también un parque de agua, Yas Waterworld, con todo lo necesario para refrescarse en los días más calurosos (cuando las altas temperaturas, que pueden alcanzar los 50 grados, obligan incluso a enfriar las aguas). Toboganes, río lento, pileta con olas y juegos acuáticos para todas las edades: cada detalle fue pensado en torno a la tradición de los buscadores de perlas de Abu Dhabi, que fue uno de los medios de sustento más tradicionales de los habitantes hasta que la industria de perlas cultivadas primero, y el petróleo después, dieron un brusco giro a su modo de vida. De todos modos, aún es popular la excursión que sale de la Corniche –la gran playa pública que se extiende a lo largo de 8,5 kilómetros entre la zona del Emirates Palace y el área portuaria– en embarcaciones perleras, para recordar cómo era esta particular modalidad solo reservada a buceadores expertos. El otro lugar donde conocer la vida tradicional antes del petróleo y la esforzada búsqueda de perlas es el Heritage Village, réplica de un antiguo pueblo del desierto situado frente a la playa y cerca del hotel Emirates Palace, que funciona a la vez como zoco, espacio de exhibición y venta de artesanías y museo: este último sector, aunque pequeño, permite apreciar el espectacular contraste que sufrió la vida en los Emiratos Arabes en el término de pocas décadas y merece dedicarle la mayor parte de la visita.
Volviendo a Yas Waterworld, más allá de los personajes infantiles en torno a las leyendas creadas para el parque, dominado por una perla gigantesca sobre su pileta con olas, es inevitable que al visitante le llamen la atención las mujeres vestidas en burkini, el traje que las cubre de pies a cabeza y solo deja libre rostro, pies y manos. No son muchas, sin embargo, porque para las observantes más estrictas de las reglas islámicas la burkini no es suficiente: solo visitan el parque en los días expresamente reservado a las mujeres, cuando no hay ningún hombre a la vista. Un recordatorio de que aunque en Abu Dhabi todo lo que reluce no solo parece, sino que suele ser oro, la entrada de lleno en la opulencia y la mudanza del desierto a los rascacielos no alteró creencias, tradiciones ni estilos de vida que los abudabíes protegen con firmeza desde su bastión petrolero al borde del Golfo.