• Lo declaró un constitucionalista reconocido. "Estamos ante un ejército de imbéciles y de crueles. La mezcla entre estupidez y maldad es letal". Sus declaraciones fueron a raíz de las apreciaciones sobre cierto gabinete de cierto gobierno de un incierto país por todos conocido.
     
  • En el 2001 se oyó aquello de "Que se vayan todos", una dosis de frescura en medio de tanto olor a pantano. En aquella licuadora de sangre perdí mis módicos ahorros. Se mezclaron los políticos sabuesos del mal, los tiburones que huelen sangre y atacan con los más medidos y manteniendo cierto aire de dignidad; tanta, que los llevó a renunciar a sus bancas. Pocos pero reales. Las mezclas se hallaban en los galpones comunitarios donde uno arrimaba un par de zapatillas y se llevaba pan casero. Un pullover por medio kilo de pollo. Tres libracos por mermelada casera. Esa fue la escena letal que hundió a la democracia de los cinco presidentes en unos días. Alimentos entreverados con ropa, yuyos medicamentosos con cortaplumas, peines con dientes de oro. Un cambalache. La Biblia con el calefón. Discépolo escribiendo en un rincón y Calamaro en otro.
     
  • Ocurría ‑y debe seguir ocurriendo‑ en las bailantas de Córdoba. El trago se llamaba "mezcladito" y era frecuente que se despachara ya entrada la madrugada, cuando los bolsillos están secos, las gargantas también y los corazones agitados: era barato y se servía en un vaso de plástico grande, con mucho hielo. El color variaba de un recipiente a otro pero a quién le importaba. Consistía en rejuntar todo lo caído sobre la barra, y con disimulo estrujarlo en un balde gigante escondido bajo el mostrador. Lo que sobraba, lo volcado iba a parar a ese sitio y esa era la potente fórmula del "mezcladito". Tenía el barman la delicadeza de usar para tal fin un trapo rejilla especial, limpio y exclusivo.
     
  • El gobierno dicta un decreto donde anuncia su preocupación sobre las adicciones. Pero no establece un presupuesto. O sea, la nada. Todo para la foto, maquillajes de niños bien. Argentina es el tercer lugar en Latinoamérica en consumo de cocaína, el segundo en alcohol y el primero en ansiolíticos. Esta locura creció significativamente en el 2016. Cuando una parte de la población, harta de vivir en condiciones de asfixia se empieza a suicidar, recurre, preferentemente a las mezclas de estas sustancias. Y el gobierno lo sabe, lo permite, lo observa desde su atalaya de indolencia y el buen pasar de ser adictos pero con clase.
     
  • Frangollo, despelote, pastiche, pisto, son sinónimos de mezcla, desorden, combinación exótica. A una de ella, seguramente en el argot de época, acudió el Conde Vlas Tepes, Príncipe Dracul, héroe máximo de la resistencia ante el ataque otomano a su país, Rumania, de quien se dice, desde su caballo pidió enérgicamente que acomoden y ordenen las cabezas de sus enemigos para ser luego colgadas de un poste a la entrada de la ciudad, pero por orden jerárquico: al frente irían las de los generales enemigos y detrás las de la soldadesca rasa. Era, según dicen, un tipo que odiaba las mezclas desafortunadas y sin estirpe.
     
  • Mi papá no tenía miedo de morirse, más bien le daba pena terminar tan "enseguida" este viaje. Cuando en una de sus internaciones cayera en un letargo profundo, en ese interín lo cambiaron de habitación ‑una nueva, sin estrenar, aún con las camas envueltas en nylon‑ y lo dejaron solo concluyendo que tardaría en despertarse. Pero lo hizo en la medianoche. Se estaba armando una tormenta y el viento abatía los postigos. Se veían rayos y los truenos lo despertaron. Abrió los ojos y se imaginó al ver casi nada de su pieza habitual, solo penumbras y soledad, que era finado y que estaba en viaje o había llegado a algún lado astral.Una luz que la enfermera encendió lo devolvió a la realidad y cual actor declaró a su interlocutora: ‑¡Se me mezclaron las vidas: no sabía si estaba en esta o ya en la otra!
    Y acto seguido, como era todo un galán, le tomó la mano a la chica y se la besó. ‑Gracias por traerme a esta vida -le susurró, y acto seguido la invitó a salir.
     
  • Había vivido en la Inglaterra punk de la desocupación y el ajuste. Era un extranjero en cualquier lugar y vivía como homeless. Con dos desharrapados más decidieron un buen día intentar cambiar la suerte y se propusieron robar un banco. Sin experiencia, sin sangre fría, sin plan B, solo con hambre y resentimiento. Uno en cada esquina y un tercero que cruzaría para dar la señal de ataque. Cuando lo hizo tuvo la mala fortuna de encontrarse en el cantero central con su ex novia, una morena de Ghana que lo amaba y a quien había abandonado. Le dio excusas y retomó el cruce: su cabecita amorosa lo distrajo y un taxi se lo llevó por delante. Mezcló el trabajo con el amor y se desconcentró. Con el dinero del seguro pudieron los cuatro, incluída la dama, vivir unos meses más que los ayudó para convencerse que el atraco no era lo de ellos.
     
  • En los inquilinatos la mezcla de vidas, de costumbres era babélico pero real. Siempre imaginó a las damitas que las películas argentinas propalaban y que vivían en una casillita con padre finado y mamá enferma, dependientes de tienda, honradas y preciosas. Y he aquí el detalle que lo martirizaba: ¿Como soportarían los hedores del baño compartido, ellas, reinas absolutas del recato, el encanto virginal y el sueño con praderas y una vida mejor? La palabra "excusado" tenía para él, sonoridades de horror. Eso lo desvelaba aún siendo niño. Cuando creció y tuvo una casa gigante construyó para su reina un baño exclusivo y apartado. Que ella, su amor, nunca se mezclara con lo opresivo de las fragancias de la pobreza, el desaliento, la humedad, la melancolía argenta. Y con él mismo, inclusive. Edificó un castillo invisible protegido por rosedales y jazmines.
     
  • Son las paradojas del que avanza, derrota y coloniza. Tarde o temprano los brotes arrancados vuelven a crecer y se entremezclan con la cultura del invasor. Se produce la síncresis, la mezcla, el rejunte que mal que nos pese, no obstante toda la sangre derramada, ha producido músicas, bailes, pintura, gente. Nada de esto sabía o comprendía Tito, el músico de calle Ituzaingó quien en su afán de no mezclarse, de no dejarse influenciar por nadie, no oía música alguna para que su obra fuese pura. Estuvo años sin salir ni hablar con nadie, sostenido por la pensión de sus padres muertos y una vocación de anacoreta. Cuando terminó su partitura final durmió un siglo. Cuando la mostró, incrédulo, no podía entender que los jurados la hallaran vulgar, común, igual a tantas y que lejos estaba de la originalidad buscada por el autor. Es indudable que la mezcla atraviesa, invisible, paredes, puentes, cerrazones y corazones.
     
  • Si no fuese patético y doloroso ver al Presidente enredado en cuentas y negocios y negociados propios con los de nuestro país, sería como asistir a una película estrambótica tirando a la comicidad agridulce de los italianos. Se le mezclan los contadores, los testaferros, los comisarios, los jugadores de fútbol, los parientes, los operadores, los aviones, el dinero de variados países y hasta el perro Balcarce consigo mismo, un pobre gato sin alma. Toda una postal en carne lacerada sobre la carne muerta que representa. Cadáveres, solo cadáveres mezclados entre nosotros, hediendo mal y entremezclados con el mundo de los vivos.
     

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