Hace 20 años murió Enrique Cadícamo, uno de los poetas fundamentales de la historia del tango. El número redondo pasó inadvertido, tal vez debido al cambio de paradigma de la poesía popular en relación a las temáticas de género. Cadícamo nació el 15 de julio de 1900 y murió al borde del nuevo milenio, el 3 de diciembre de 1999: fue un perfecto exponente de su tiempo. Su mirada incisiva mezcló prosa, poesía y letras sociales, románticas y descriptivas de ciertos márgenes.
De muy joven fue señalado por el dedo de oro de Carlos Gardel, que le grabó más de veinte tangos. El primero fue “Pompas de jabón”, con música de Roberto Emilio Goyeneche, tío del Polaco. Desde entonces no paró. Cadícamo se hizo a sí mismo en las esquinas de Floresta, el barrio de su infancia, nutriendo vivencias callejeras con la lectura de Virgilio, Horacio, Baudelaire, D’Annunzio y Rubén Darío. Como Alfredo Le Pera, adscribió pasionalmente al modernismo y su poesía alcanzó niveles insuperables en muchos de los más de mil tangos que escribió. Al azar, podemos elegir “Nieblas del Riachuelo” (¿hay manera de empezar más profunda y densamente un texto?: “Turbio fondeadero donde van a recalar /Barcos que en el muelle para siempre han de quedar / Sombras que se alargan en la noche del dolor.../ Náufragos del mundo que han perdido el corazón...”), o el romanticismo metafísico de “Por la vuelta” o “Nostalgias”, por detenernos en algunos pocos temas. Pero Cadícamo fue, también, un gran narrador y un pensador que expuso una ensayística poco conocida.
En el libro Los inquilinos de la noche. Prosa póstuma (Losada), se puede leer: “(…) Un día me cansaré de apretar la estilográfica engañadora, y a los que vengan, después de mucho de nosotros, les interesará saber de qué locuras estaban impregnados los días de ayer, de qué modo interpretábamos la vieja enfermedad de los hombres: el amor. Por eso insisto: los tangos tienen que describir una época, como lo hiciera el Negro ‘Cele’. No hay que hablar más del arrabal, de la mina que se escapó de la casa; ese era otro Buenos Aires. El autor de ahora tiene temas a montones. El viento de los tiempos modernos sopla bajo la ceniza. No olvidemos que a nosotros –los autores de ayer y de hoy- nos toca el triste oficio de los precursores: el de desaparecer. Hemos trabajado para preparar la llegada de otros autores que, sin cansancio, elegirán las semillas más fértiles. Lo más difícil para un autor, es aceptar con serenidad la sentencia de la propia destrucción por los nuevos valores”.
La idea prefigura de alguna manera la revolución ocurrida en la sociedad, que reconstituye obligadamente en perspectiva la letrística de la música popular del siglo XX. Hace algunas semanas la banda Café Tacuba se presentó en el Foro Sol de México y mostró una nueva versión de un tema que, hace tres años, había decidido dejar de cantar: “La ingrata”. La canción es una exaltación mexicanísima de un femicidio y quedó a contramano de la toma de conciencia de la violencia machista. Para el cover modificado de “La ingrata” convocaron a Andrea Echeverri, de Aterciopelados, y lo que originalmente fue el paroxismo de un melodrama mutó en alegato político. El gesto de Café Tacuba se funde de alguna manera con el pensamiento de Cadícamo (“el viento de los tiempos modernos sopla bajo la ceniza “) y abre preguntas: ¿qué hacer con el repertorio de la música popular del planeta formateado en el siglo XX? El blues, el tango, el bolero, el rock and roll, el hip hop espejaron como pocos –y muchas veces bellamente- el machismo y la misoginia de su época.
En el ámbito del tango es un tema de discusión entre intérpretes y compositores actuales. Hay una camada que toma nota de las mutaciones. La interesantísima agrupación 34 puñaladas (título elegido de la milonga lunfarda “Amablemente”, que narra un femicidio) puede funcionar como un emblema de esa adecuación. Su líder, Alejandro Guyot, decidió hace algunos meses mutar el nombre de la banda por el de Bombay Buenos Aires. “Los cambios sociales y culturales impulsados por la lucha del movimiento feminista nos interpelan, nos proponen una revisión sobre ciertos íconos, temáticas y modos de uso del lenguaje que se extiende no sólo al tango, si no a todas las prácticas artísticas, discursivas y desde luego, también a la vida cotidiana”, explicaron en un comunicado.
Raimundo Rosales, docente y uno de los más inspirados poetas y letristas de la actualidad, opina que no solo las músicas del siglo XX están impregnadas de machismo, sino también “la literatura, el cine y toda manifestación popular”. “Pero –dice- a mi juicio hay temas que ya no se pueden cantar, porque son decididamente violentos. Dentro del tango pienso en ‘Contramarca’ o ‘Cuando me entrés a fallar’, y tantos más. Por lo demás, que cada uno cante lo que quiera. Sí creo que a veces es importante hacer referencia al contexto de la época”.
Hace 20 años murió un poeta del siglo XX. Revisar su formidable obra sirve para preguntar, otra vez, qué se hace con ese magma que, al menos en parte, el tiempo como juez inapelable volvió incorrecto. ¿Dejarlo encapsulado como si fuera una forma de un Museo del Horror? Tal vez lo más interesante sea escuchar lo que viene. Con la templanza de quien espera nuevas canciones para un nuevo tiempo como quería, de alguna manera, el inigualable Enrique Cadícamo.