De chica decía que tendría cocinera, pese a que su mamá le explicaba que una chica bien tiene que saber cocinar. Fines del siglo XIX en Santiago del Estero, la casi menor de siete hermanos (era la sexta) se compraba bombones cubiertos en azúcar impalpable pero ni soñaba con convertirse en la cocinera (ecónoma, como le gustaba que la nombraran) más famosa del país. De adolescente se fugó con un gran amor a punto de casarse con otro y varios años después se enamoró del capataz del campo en el que vivía, fugándose con él a la Capital. Petrona desafió varias reglas de la época, porque además de manejar armas y seguir a su propio corazón en cuestiones románticas, jamás hizo lo que se esperaba de ella. Es más: trabajó y desarrolló un oficio que se volvería célebre, con recetas que reunían el acervo cultural de una nación en construcción porque tanto el puchero, los pastelitos como la fondue o el chicken pie tenían su versión en su libro, El libro de Doña Petrona, con 103 ediciones en su haber.
Todo este viaje a través de su vida se encara con la lectura de La sartén por el mango. La vida de Doña Petrona de editorial Diente de León. “La idea es hacer una colección que cuente la historia de mujeres icónicas de nuestro país, aquellas que todo el mundo conoce, a ellas y a su obra más pública pero no tanto lo que fue su vida privada. Queremos dar a conocer esos lugares por los que pasaron para llegar a ser quienes fueron y marcar la vida de generaciones. En este caso, nos pareció relevante porque aprendieron a cocinar con Petrona nuestras abuelas, madres, muchísimas personas… Y el de ella fue un saber que fue pasando de generación en generación. Casi no se conoce todo lo que Petrona tuvo que atravesar para llegar a ser quien fue. De María Elena lo mismo: se conoce más su personaje que su trayectoria, el hecho de que se haya exiliado o que fuera feminista no es tan conocido. Por eso nos parece clave contar estas vidas, la colección apunta a eso y tenemos otra gran mujer, personaja de nuestra cultura, en vista para el próximo título” dice Adriana Riva, co-editora de Diente de León junto a Mercedes Monti, ambas autoras de La sartén por el mango, que tiene ilustraciones de Josefina Schargorodsky y prólogo de Fernando Trocca. El también cocinero relata una escena con la que tanta gente se identifica: sentarse frente a la tele con la abuela para tomar nota de las recetas, los consejos y las sugerencias de Doña Petrona. También le reconoce el legado y el humor con el que encaraba esa tarea tan pionera de cocinar en vivo y en tele abierta.
Doña Petrona se hizo famosa a gran escala gracias a Buenas Tardes Mucho Gusto, donde daba el teléfono de su propia casa para atender preguntas. En 1969, la receta del pan dulce trajo tantos llamados que tuvo que contratar una secretaria durante cinco días para responderlos todos. “A diario, tomaba dos dedos de whisky y comía ají “de la mala palabra”, fumaba cigarrillos finitos para parecer moderna (aunque luego se los olvidaba prendidos en el cenicero) y se pintaba los labios y las uñas de rojo” dice el libro que está pensado para niñes y grandes, pero que tiene a les chiques en el centro de su interés, completando la colección de sus productos con rompecabezas de la Argentina que recogen nuestra fauna autóctona. Al final, una serie de recetas emblemáticas coronan la historia de una pasión, esa mujer por la que miles de personas se sentaban frente al televisor a seguir paso a paso, aún en esos silencios eternos que se hacían en la televisión de los comienzos, y con la presencia infaltable de Juanita, la ayudanta de Petrona que vivía con ella y que le entregó su vida con humildad y amor. Esta cronista la conoció en persona, conoció su casa de la calle Malaver, en Olivos, y comió sus famosas empanadas santiagueñas cuya receta se consigna en el libro. Puedo agregar que tenía un loro y que era generosa y mucho más cariñosa en persona que en la tele, donde a veces pasaba por mandona. La admiración por ella trasciende la época aunque sus preparaciones con miles de huevos, leche y azúcar no estén a tono con el espíritu vegano. Petrona siempre flotará sobre nuestras cabezas como la autora fabulosa, self made woman, que sabía disfrutar la vida y quería que lxs demás disfrutaran la suya. Mucho antes del empoderamiento feminista arengaba a manejar la economía del hogar asumiendo que el rol del cuidado era clave en la vida de una familia.
Doña Petrona, su habano y su whisky
Por Adriana Carrasco*
A Petrona la conocí en la tele. No sabía leer el libro, que compartía espacio en la biblioteca con los retratos ocultos de Perón y de Evita (estaba prohibido nombrarlxs). Esperaba los viernes a la salida del jardín, y pegaba mis ojos miopes –aún no detectados por Sanidad Escolar- a la pantalla de la tevé blanco y negro a válvulas, para ver a Doña Petrona y a Juanita. Para mí, “Buenas tardes mucho gusto” era un programa infantil. Era como ver cocinar a Piluso (Alberto Olmedo) y a Coquito (Humberto Ortiz), pero en serio. Mis favoritxs eran Petrona y Juanita, y también don Pedro Stramessi porque era muy raro ver cocinar a un señor –mi papá también lo hacía, porque era actor; mi mamá sostenía económicamente la casa y mi papá hacía teatro y cocinaba al mediodía-. Stramessi preparaba platos como “en el futuro”, con verduras deshidratadas. En cambio, Petrona era todo lo contrario. Cocinaba a la antigua, a la santiagueña (había nacido en La Banda) y tenía asistenta. Agarraba todos los ingredientes con la mano (el horror de mi madre, que usaba papel para no ensuciarse las manos cuando pelaba papas). A mí me encantaba eso. Las pocas veces que cocino, agarro la harina, el azúcar, la manteca con las manos y enchastro todo alrededor, como hacía Su Majestad de las cocinas a gas argentinas (su primer auspicio fue la empresa que distribuía Gas Natural).
Un día Petrona se puso moderna. Hizo un plato con salchichas envueltas en masa (¿auspiciaría una empresa de chacinados?). Esa tarde, mi mamá salió temprano del lactario de Quinquela Martín –donde trabajaba- y anotó la receta. Fue la única receta que le tomó a Petrona. Siempre que tenía un “asalto” en la primaria, mi mamá preparaba esas salchichas con masa para que llevara. Los asaltos eran reuniones en nuestras casas, donde lxs chicxs aprendíamos a bailar; eran como cumpleaños preadolescentes, pero nadie cumplía años ese día. Y eran reuniones bastante sexistas: las madres de las chicas cocinaban y los varones llevaban una gaseosa. Hace unos días, en un restorán tex mex de San Telmo me sirvieron las mismas salchichas con masa. Resulta que son burritos con salchicha.
Nunca olvidé a Petrona, pero con el tiempo se volvió un recuerdo difuso. Eso sí, su receta de dulce de leche casero la memoricé y practiqué bastante: 3 litros de leche, 800 gramos de azúcar, 3 horas a fuego lentísimo. Procrastinaba mucho estudiar para los exámenes, preparando esta receta de dulce de leche.
Una tarde llegó a la redacción de la revista Flash –donde trabajaba como periodista-, una señora que decía ser Juanita. Tenía un aire –como en la propaganda de acondicionadores-. Petrona ya había fallecido. Tan importante había sido Juanita, que alguien creía ser ella. Le seguimos la corriente, esa era la línea de la revista. Teníamos una historia más. Pero me puse a investigar en el archivo de la editorial (ahora ese archivo lo tiene la Biblioteca Nacional) y me llevé una verdadera sorpresa cuando me encontré con la Petrona que siempre presentí: lo de la cocina era una perfo. En su vida personal, Petrona detestaba cocinar. En el chalet de Olivos donde vivía, Juanita hacía todo. Petrona se sentaba en el sillón, fumaba un habano y tomaba whisky, viendo la vida pasar, hasta la próxima presentación en la tele.
*Periodista. Militante feminista lesbiana.