Acá, por estos días, no se habla de otra cosa. Incluyendo a aquellos que se registraron para alquilar habitaciones y espacio para carpas, hasta los que se preparan para ofrecer cualquier clase de productos a los visitantes; pasando por los que miran de reojo la situación, la ciudad de Olavarría se ha puesto inevitablemente monotemática. Es que estamos en la previa de una movida inédita que va a duplicar (y más, probablemente) su población.
Pero a la vez será una buena excusa: para los visitantes que puedan quedarse unos días después del concierto, o para quienes queden enganchados pensando en volver, descubrir esta ciudad en el corazón de la provincia de Buenos Aires puede ser un hallazgo. Desde aquí se ramifican distintos caminos y circuitos con posibilidades históricas, culturales y gastronómicas que son la antítesis del vértigo de este Día D que será la llegada de Solari. Un paseo que permite cambiar de aire, y de ritmo.
VIAJE AL CENTRO Olavarría se encuentra a 360 kilómetros de Buenos Aires, y como si estuviese en el lugar donde se clava la aguja de un compás, la separa una distancia similar (alrededor de los 300) de varias de las ciudades de la costa atlántica, y también de Bahía Blanca. Desde Tandil son 120, la que casualmente fue la escala anterior de los shows de Solari. Nosotros nos vamos acercando desde Azul, y a medida que consumimos los kilómetros del último tramo de la autovía el paisaje empieza, tímidamente, a transformarse. Brotan las primeras sierras –aún bastante bajas– del sistema de Tandilia, y en ellas se esconden varios de los pueblos que visitaremos después. Olavarría nos recibe con una de sus características: calles y avenidas anchísimas, en los que la vegetación no es precisamente el fuerte. De alguna manera eso viene a abonar a aquello de la “ciudad del cemento”, aunque el mote viene del corazón productivo de esta ciudad en la que producción cementera ha sido históricamente una bandera.
En unos minutos estamos en el centro, donde en una estructura clásica la plaza central (Coronel Olavarría) acompaña a la iglesia local, la San José. A su lado se llega al palacio municipal, caminando por lo que es el resultado de una buena idea: desde hace un tiempo, una de las calles quedó cerrada al tránsito para crear el “Paseo Jesús Mendía”, un espacio peatonal que une las dos manzanas y se transforma en centro de reunión de eventos culturales.
EL VOLGA EN LA PAMPA Una buena opción es tomar a la ciudad como punto de partida: después de pasar por el Parque Mitre, ese que acompaña al sinuoso recorrido del arroyo Tapalqué al atravesar el trazado de lado a lado (con sus puentes colgantes que gustan tanto a los olavarrienses) se pueden hacer algunos kilómetros y perderse entre sierras e historias, donde nos esperan las colonias de alemanes del Volga.
A esta zona comenzaron a llegar hace casi 140 años los primeros inmigrantes, que a su vez portaban un desarraigo anterior: alemanes radicados en Rusia hacia 1760, que en la segunda mitad del siglo XIX pusieron proa hacia América. Aquí, los primeros en llegar fueron ocho familias que fundaron el 5 de enero de 1878 la Colonia Hinojo, plantando el mojón del primer asentamiento alemán en la Argentina. Ese es el primer pueblo al que vamos, a 15 kilómetros del centro, con sus casas bajas y una tradición alemana intacta. Para tener en cuenta, dentro de apenas unas semanas, el 26 de marzo, se realizará aquí la séptima edición de la Kreppelfest, una festividad que tiene como protagonista a una especie de torta frita muy sabrosa. Durante ese día se acompañan las tortas y los dulces con desfiles y bailes típicos.
Varias cosas no pueden perderse en Colonia Hinojo, además de esa festividad: pasar por la iglesia, con el encanto de las pequeñas capillas de pueblo, y hacer un alto en Lo de Graciela, una casa de té, tortas y productos regionales fundamental para meterse de lleno en la tradición de las colonias. Ahí se puede probar Apfelstrudel (strudel de manzana), Dinne Küche (torta rusa) y otras tortas galesas y suizas. Los que quieran meterse más profundamente en la historia de las colonias pueden dedicarle un rato al Museo Ariel Chiérico, conocido como el “museo de los alemanes del Volga”.
El sendero colonial alemán sigue en nuestro recorrido de la misma forma en que los pueblos fueron floreciendo: pasamos por Colonia San Miguel (alejándonos un poco más de Olavarría), que todos los años suele ser la sede de la Kerb, otra festividad del Volga más cerca del fin de año. Terminamos en Colonia Nievas, un mínimo paraje que en los últimos años vive un tímido furor. En rigor de verdad se trata solo de una plaza, una iglesia y algunas construcciones que suman unos 20 habitantes estables, pero durante los fines de semana suelen realizarse ferias que atraen visitantes de toda la región. Aquí se mantiene abierto durante todo el año Lo de Pedro, donde el entusiasta Pedro Stancanelli –que de alemán tiene poco, es cierto– nos recibe en su casa de té y productos regionales.
Lo de Pedro es una vieja casa donde se recreó una pulpería y almacén de campo, rodeada de un jardín con árboles, y está a unos pocos metros de la plaza y del Arroyo Nievas. El fuerte del lugar son las comidas caseras, y una vez al mes algún lechón o cordero al asador. Por las tardes se encargan de meriendas, infusiones y originales tortas típicas con dulces, frutas y productos de la zona.
Muy cerca (todo está a un paso), el rancho Corrales de Nievas es un pequeño museo de campo, una vieja construcción de tono rosado hecha de adobe en 1878 que abre sus habitaciones al público, decoradas con elementos encontrados en la zona, desde botellas hasta herramientas agrícolas que decoran el parque. Antes de volver, como hicimos en Colonia Hinojo, entramos a la iglesia. Ésta, la de Nievas, es un encanto. Se levanta sola en medio de un predio inmenso, y es la más antigua de todo el partido de Olavarría, iniciada en 1883.
DE PIEDRAS Y TUERCAS Después de una tarde de pueblos alemanes volvemos a hacer base en Olavarría, para retomar por otro de los caminos, el de la piedra. Los pueblos mineros son Sierras Bayas, Loma Negra y Sierra Chica, y esa explotación es para la zona uno de sus motores. Muchas veces, cuentan, la explotación económica chocaba de frente con el resguardo de los hallazgos paleontológicos. Hace pocos meses, de hecho, fue noticia nacional el hallazgo en esta zona del resto fósil más antiguo de América del Sur. En ese sentido es interesante –tanto para conocer la historia de la vida antigua como los detalles del trabajo en una cantera– llegarse hasta el mirador La Cabañita, que armó una empresa cementera local. Aquí se unió la mirada panorámica a una cantera, con la identificación de las diferentes capas geológicas –que pasan los 500 millones de años de antigüedad–, el detalle y los gráficos de los restos paleontológicos que se encontraron, desde gliptodontes, hasta perezosos y las dientudas marsupias.
Otra de las impensadas relaciones entre la industria y su derivación actual en lugares de esparcimiento la conocemos en el pueblo de Sierras Bayas. Caminando por los senderos que se van formando entre los enormes árboles del Monte de los Fresnos, nos cuentan que este espacio de más de veinte hectáreas que ahora es un pulmón verde con distintas especies de árboles (olmos y acacias, además de los fresnos) y aves, nació como una plantación que permitiera abastecer de madera para los mangos de las carretillas de una cementera. Un lugar, ahora, tan sencillo como natural.
Antes de dejar Olavarría hacemos un paso por el centro de la ciudad, un toque fugaz por un nervio sensible de la identidad local: como muchas ciudades del interior bonaerense, históricamente ha sido fuerte por acá la pasión por el automovilismo, que ahora refleja en el Museo Hermanos Emiliozzi. Los conocedores del tema sabrán de lo que hablamos: en medio de las salas de exposición dedicadas a estos hermanos olavarrienses por adopción, reinando entre trofeos, ropa de trabajo y herramientas originales, se luce con su brillo “La Galera”, la coupé Ford con la que los pilotos hicieron historia en el Turismo Carretera de los años 50 y 60.
Cuando baje la marea de la llegada del Indio, todo un universo de piedra, autos, colectividades y paisajes rurales quedará a la vista, entre comidas de campo y tortas tradicionales. Un escenario por descubrir, cuando el inminente (¿último?) concierto de Solari haya puesto a esta ciudad en todos los titulares.