Durante los últimos 40 años la República Popular China logró tasas espectaculares de crecimiento, a partir de la creación de un modelo económico que la sitúa en la actualidad como la segunda mayor economía del planeta, el primer exportador de mercancías y el segundo importador mundial. La política de Reforma y Apertura inaugurada por Deng Xiaoping combinó abundante trabajo barato y no calificado con el ingreso de inversión extranjera directa, dirigida básicamente a generar exportaciones, siendo central el rol asumido por las Zonas Económicas Especiales (ZEE). De este modo, China creó los cambios estructurales necesarios para un desarrollo económico a largo plazo.
En tren de mantenerse a la vanguardia, bajo el liderazgo de Xi Jinping, China fue más allá y en los últimos años dio curso a una serie iniciativas dirigidas a consolidar su hegemonía en el plano internacional. En 2015 se aprobó el programa “Made in China 2025, con el fin de convertir al país en un centro de alta tecnología e innovación científica. China tiene el segundo mayor gasto en investigación y desarrollo después de Estados Unidos. Pero quizás lo más importante es que el gasto en ese rubro creció a un promedio de 18% anual entre 2010 y 2015, cuatro veces más rápido que el gasto estadounidense.
Ese mismo año, el FMI incorporó el renminbí en la canasta de monedas que conforman los derechos especiales de giro, dando un nuevo y valioso paso en el proceso de internacionalización de la divisa china. Tras este impulso, el Banco Popular chino reforzó diversos swap de monedas con los bancos centrales de otros países. El más trascendente fue el celebrado a mediados de este año con Rusia, cuestionando la hegemonía del dólar como moneda de reserva mundial.
A fin de afirmar su estrategia, China patrocinó la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. La creación de esta nueva estructura financiera multilateral se verifica en la necesidad china de construir un nuevo orden regional, distinto al que emergiera tras los acuerdos de Bretton Woods.
Por otra parte, mientras Estados Unidos se retiraba del Acuerdo de París contra el cambio climático, China lanzó una estrategia para promover el desarrollo sustentable de energía a escala global. El proyecto busca crear un sistema de interconexión energética global para satisfacer la demanda mundial de electricidad de manera limpia y verde, favoreciendo las iniciativas de cambio climático y contribuyendo a resolver los problemas originados en la escasez de energía y la pobreza.
Pero quizás la más emblemática de estas iniciativas sea la Nueva Ruta de la Seda. Esta ambiciosa red de infraestructura y comercio internacional fue lanzada en 2013 por el presidente Xi, y sumó a la fecha a más de un cent
enar de Estados. En nuestra región se unieron al megaproyecto Chile, Bolivia, Uruguay y Ecuador, por citar algunos países.
En el marco de la II Reunión Ministerial del Foro China-CELAC de Santiago, los representantes chinos manifestaron que América Latina y el Caribe son parte de la extensión natural de la Ruta de la Seda Marítima y por lo tanto participes indispensables de esa iniciativa. Ser parte de la Franja y la Ruta es una oportunidad única para América Latina, ya que puede ampliar las posibilidades de financiamiento e inversión en vectores importantes para el desarrollo regional. China encuentra en la región los insumos necesarios para sustentar sus índices de crecimiento, desarrollando proveedores alternativos y consolidando su seguridad alimentaria y energética.
La iniciativa cobra importancia debido a que no es únicamente un proyecto a escala mundial chino en el marco actual del capitalismo, también ha sido pensada por los líderes de aquel país con el propósito de resolver las crecientes desigualdades internas derivadas del proceso de transformación económica: China busca acoplar las regiones del centro y el oeste menos aventajadas al desarrollo del litoral costero próspero.
Con una economía altamente descentralizada, aun bajo el férreo control central del PCCh, la Franja y la Ruta ofrece a nuestra región grandes oportunidades al facilitar el acceso al nivel subnacional chino. Algunas provincias poseen mercados, sistemas financieros y avances tecnológicos de igual o mayor peso que algunos países del mundo. De las 31 provincias chinas, 25 superan el PBI de Buenos Aires y más de la mitad lo duplican o triplican.
Este desafío solo podrá encararse desde una acción coordinada como bloque que permita establecer los términos para el diálogo con el actor oriental, aprovechando la nueva estrategia global china para, de ese modo, dinamizar el comercio regional a través de las oportunidades en materia de infraestructura y financiamiento. Para ello se requieren políticas adecuadas y coordinadas desde Latinoamérica hacia China y una visión estratégica sólida, que permitan superar el actual estado de fragmentación.
En ese marco, la revitalización de los complejos caminos de la integración regional desde una mirada geopolítica autóctona es condición necesaria para volver a posicionarnos como unidad continental frente a uno de los principales jugadores del escenario mundial.
*Director del Programa de Cooperación y Vinculación Sino-Argentino, del Departamento de Planificación y Políticas Públicas de la UNLa.