Hace poquitas semanas, durante una interviú, el actor y rapero norteamericano T.I. contaba muy suelto de cuerpo que llevaba a su hija Deyjah al médico para que le hicieran anualmente “una prueba de virginidad”. “El día de su cumpleaños la dejamos disfrutar de su fiesta, de sus regalos, pero por la noche ya está pegada la nota en la puerta de su cuarto: Mañana, ginecólogo a las 9.30 am”. Sin cortarse un pelo, relataba este varón oriundo de Atlanta que “el doc siempre me aclara que el himen puede romperse por otras actividades, pero yo le respondo: ella ni monta a caballo ni anda en bicicleta ni hace deportes ¡Solo revise su himen, hombre, haga el favor! Y deme mis resultados cuanto antes”. Sus resultados, claro… Las entrevistadoras, Nazanin Mandi y Nadia Moham, del podcast Ladies Like Us, rieron a carcajadas por la “ocurrencia” del rapero, y a otra cosa, mariposa. Pero la anécdota de papá gallito pavoneándose porque “el himen de mi niña está intacto hoy día, con 18 años”, no pasó inadvertida en la web. Decir que se agitó el avispero es quedarse corta. Vía redes, muchísimas personas hicieron lo que no hicieron las conductoras: expresar rotunda indignación ante el abusivo control que ejerce el rapero sobre el cuerpo de su hija. Y ante el jaleo, la emisión fue raudamente eliminada de la web. Y Mandi y Moham salieron a pedir disculpas. Y T.I. se decantó por flaca explicación: dijo que había exagerado la nota y que “alguna gente se toma todo de manera demasiado literal”.
El proyecto de ley en Nueva York
Instalado el tema, empero, sonó la chicharra de alerta en el estado de Nueva York, donde legisladoras tuvieron repentino despertar, considerando inadmisible que se practique tan intrusivo, tan degradante test en huestes locales. “Es un test barbárico y antiético, que perpetúa la idea de que las mujeres son propiedad de los hombres”, señaló la congresista demócrata Michaelle Solages, que acaba de presentar un proyecto de ley para prohibir las pruebas de virginidad en NY. Aunque se discutirá en enero, cuando retomen las actividades legislativas tras el parate vacacional navideño, asegura que su propuesta ya tiene apoyo bipartidario. De aprobarse, se le retirará la licencia a cualquier profesional que lleve adelante el infame procedimiento, e incluso podría ser sometido a juicio penal. Si quien lo ejecuta no es un profesional de la salud, le caerá pena por agresión sexual.
Vale decir que, hasta el momento, no existen leyes federales ni estatales a lo largo y ancho del país del norte que prohíban lo que coloquialmente se conoce como “la prueba de los dos dedos”. Una prueba “degradante, cruel y discriminatoria”, en palabras de Human Rights Watch. Aunque no hay estadísticas certeras, parece que ocurren con más regularidad de lo que podría creerse. Al menos, de tomar por parámetro una pequeña encuesta realizada a 300 docs estadounidenses en 2016: el 10 por ciento reconoció entonces que un padre o familiar le había solicitado que testease la virginidad de sus jóvenes pacientes.
¿Una prueba de la virginidad?
El test es inútil, no tiene ninguna validez científica. Porque si algo se han cansado de repetir especialistas en el tema es que no existe ningún modo de corroborar si una mujer es o no virgen. El himen, esa petite membrana apodada con el nombre del dios griego del matrimonio, causante de tanta represión y control hacia la sexualidad femenina, puede romperse en situaciones cotidianas o, aún más, permanecer intacta tras la penetración. De hecho, “varía dramáticamente de mujer a mujer”, según anota un enjundioso artículo de The Guardian: “En algunas mujeres, parece un anillo; en otras, tiene forma de medialuna. A veces presenta agujeros o hendiduras. No necesariamente se rompe o se rasga”. Así y todo, subraya el mentado artículo, “a pesar de décadas de investigaciones que disipan el mito de larga data que rodea al himen, su poder persiste con fuerza. Una pensaría que se zanjaría tras demostrarse en 1906 que el himen de una trabajadora sexual estaba intacto, pero no, no fue el caso. Tampoco alcanzó que un estudio de 2004, que analizó a 36 embarazadas, certificara que el himen de 34 de ellas estaba en prístinas condiciones. Parece que es más fácil que la gente crea en vírgenes preñadas antes que en la ciencia cuando de este mito se trata…”.
El año pasado, por cierto, la Organización
Mundial de la Salud -con el apoyo de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU y
de ONU Mujeres- emprendió una campaña global para erradicar las pruebas de
virginidad por considerarlas “humillantes, dolorosas, traumáticas” y, para más
inri, lo ya dicho: sin ningún valor científico. Es, lisa y llanamente, “una
violación a los derechos humanos de niñas y mujeres, y puede ser perjudicial
para su bienestar físico, psicológico y social”. Informaba la OMS que en más de
dos decenas de países estos procedimientos están en curso; entre ellos, Brasil,
India, Irán, Irak, Jamaica, Jordania, Libia, Malawi, Palestina, Sudáfrica, Sri
Lanka, Turquía, Inglaterra, Bélgica, Canadá, Holanda, Suecia, España. En algunos,
y a pesar de ser un cuento chino, se usa como “evidencia científica” para casos
de violación. O se ejerce a la fuerza sobre mujeres privadas de su libertad por
cargos menores, como robos. En distintas latitudes, incluso en Estados Unidos,
mujeres se someten a homenoplastias -cirugías para “restaurar” el himen- o
compran “kits de himen falsos” que les permitan asegurarse el sangrado durante
el coito, por razones culturales o religiosas. En Marruecos, como es sabido, las
muchachas deben presentar el papel que certifique su virginidad a la familia
política previo a casarse, como prueba de honor, y graves pueden ser las
consecuencias si no pasan la prueba. En Indonesia, las aspirantes que aplican al
ejército o a la policía son obligadas a testearse como “una medida de
moralidad”, como barómetro de idoneidad para el cargo. En fin, algunos ejemplos
horríficos de una situación tristemente extendida.