Y hace un año hizo las valijas y se fue. Sin decirnos adónde. Nunca nos contó. Pero le seguimos la pista desde aquel día en la plaza de Belgrano, la de su niñez, cuando lo despedimos entre banderas rojas y negras, con charango, con los tangos libertarios, llorando los versos de Arbolito sobre Osvaldo y su maleta llena de historias para contar, con las Madres, con sus amigos, con los jóvenes que nunca lo vieron pero lo seguían ávidos por conocer más de ese barbudo canoso que hablaba de ética, de ejemplo, de lucha incansable. Que daba ánimos libertarios en los momentos más difíciles, que explicaba cómo no dejarse corromper por el poder.
En su viaje interminable sigue dejando huella. Anduvo hace poco en el Bolívar pampeano cuando la semilla que sembró con su idealismo utópico germinó, brotó e hizo que le cambiaran el nombre a la plaza que llevaba el nombre innombrable del genocida de indios, para ponerle justamente el nombre de Plaza de Pueblos Originarios.
También estuvo en Concepción, hace unos meses, cuando la gente por puro gusto y respeto le puso un busto, para que estuviera junto a Rodolfo Walsh y salieran por las noches a recorrer las calles a orillas del Uruguay para explicarles a los vecinos la verdadera historia, aquella que, como coincidían, la escribían los rebeldes, los que no se rinden.
En Rio Gallegos estuvo hace pocas semanas para ver como inauguraban un monumento en homenaje a los huelguistas que hace 99 años dijeron basta al sistema de explotación y mal vivir, para exigir un mínimo de dignidad. Pagaron mal el atrevimiento de creer en una vida noble: el ejército argentino los borró, hizo desaparecer sus caras, sus nombres, su lucha. Pero ahora están ahí, para siempre, en una plaza de Gallegos, advirtiendo que la historia no olvida ni perdona, Y que la lucha continúa. Como están también siempre presentes en estancia Anita en Calafate.
También se pasó por Tecka, allá en esa tierra patgónica que amaba, para ver cómo andaba la biblioteca popular que lleva su nombre. Y por supuesto estuvo presente cuando hace unos días inauguramos una placa recordativa en el Tugurio de Belgrano.
Y anduvo como siempre acompañando a las Madres en la marcha de los jueves y en la de la resistencia de diciembre, y también sigue de cerca la iniciativa de gente que no olvida y que quiere romper el silencio y poner placas recordando a Klaus Zieschank y a Hernán Abriata, los compañeros detenidos-desaparecidos de la escuela secundaria que la dirección del Instituto Ballester quiere ignorar.
El viejo sigue. Con sus pasitos cansados, con su sonrisa alentadora, con la mano solidaria, con la palabra justa.
Y siempre fiel a su aliento para los que desesperan: nunca bajés los brazos, nunca dejés de luchar, jamás dejes de soñar.