Los miembros de Inclan son tan fiesteros que una vez tocaron en el Hotel Faena mientras estaban de gira por México. Erico Shick (bajo y voz), Diego Bergesio (voz y guitarra), Manuel Fernández Gache (batería) y Gabriela González (voz) se ríen al recordar ésta y tantas otras anécdotas vividas por una banda que hizo de la esquizofrenia musical un modo de vida. Desdoblada desde sus inicios en Inclanfunk (proyecto de versiones en clave funky) y como Inclan (nombre bajo el que tocan sus propias canciones), esta alegre cofradía de soldades del funk viene girando por aquí, por allá y por todas partes, ofreciendo un servicio psicofísico en formato de canciones funkeadas, delirantes y –claro está– bailables, como las de su flamante disco, Vosqué.
Editado en vinilo y en digital, Vosqué es un álbum de canciones pop y sonido contemporáneo, en el que conviven beats electrónicos, improvisaciones, riffs psicodélicos y sintes analógicos, dándoles forma a canciones que más que historias cuentan fábulas en las que la moraleja siempre parece descifrarse en la pista de baile. Tal es el caso de Lobos, originada en la obsesión de Erico de ir a espiar a los lobos durante su período de apareamiento, que arranca con un recitado de Mike Amigorena: “Los seguí escondido entre ramas y cardones/ en su guarida escuché gemidos, quejidos / se mordisqueaban, gruñían/ se revolcaban y arañaban/ arrancándose los pelos”, cantan con el humor delirante que los caracteriza.
Erico: “Lo hicimos muy rápido porque nos salió un subsidio y, aunque ya teníamos las canciones, debíamos entregar el disco al INAMU para poder llegar a la fecha. Y en ese contexto, a contrarreloj, salió la idea del título Vosqué, que Mariano Sigal (a cargo de sus videos y el diseño gráfico de sus discos) hizo mutar en la idea de bosque y nos hizo posar pintados de negro como un bosque de gente quemada. Y quedó bastante conceptual, porque eso también aparece en las letras y en esa cuestión de ver qué hace cada uno con esa situación. Hoy en día las bandas no sólo tenemos que tocar sino también publicar lo que hacemos, solo para subsistir; y eso también un poco te quema”, dice Erico, uno de los bajistas con más groove de la escena.
“Mi mansión es enorme y duermo en el sótano/ Tengo un 0KM que está fundido/ Soy daltónico de un ojo y tuerto del otro/ Tengo mi propio Dios: me sonríe con sus dientes flúo / Así me hizo un Dios... baila, mueve la cabeza como búho”, cantan en Búho, uno de sus hits potenciales, que canta Diego Bergesio. “Me encantan los búhos, la paz que tienen, cómo giran la cabeza y el respeto que imponen. Cuando entré en Inclan, la idea era tocar en una fiesta y hacer bailar a la gente. Y sigue siendo la misma”, dice mientras explica la letra moviendo su cabeza de lado a lado.
Cientos de fiestas, cinco giras por México y casi un par de décadas pasaron desde que Bergesio y Schick (que junto a Lito Castro, Gabriel Biuso y Manuel Shagún son los productores del disco) arrancaron con un proyecto que, por su proyección internacional, quizás perdió cierta visibilidad dentro de la superpoblada escena local. Entre lo animal y lo robótico, al fin de cuentas Inclan siempre fue una maquinaria sensible, que tal como cantan en Robot (inspirada en el cuento La hormiga eléctrica de Philip K. Dick) aún confía en autoprogramarse y en ‘limpiar el microchip mental’: “Hoy me voy a reiniciar, setearme en modo no molestar/ Soy un robot que aprendió a bailar, un sistema sensible a la música funk/ Soy un robot que quiere sentir, tengo circuitos que no dejan de latir”.
Desde El Establo, el estudio que tienen en Parque Chacabuco –aún cerca de la calle Inclan, pero más aún de la avenida Funkadelica–, los Inclan están felices con su cuarto disco. Y, de tanto alegrarnos, realmente se lo merecen. “Nosotros fuimos adolescentes en los '90 y crecimos con los casetes y repartiendo flyers”, dice Diego. ”Pero siempre fuimos fans del vinilo: sabemos lo que es ir al Parque Rivadavia a buscar discos de Parliament.”