“¡Ey! ¿Nos das a nosotros?, ¿cuántas me puedo llevar?”, preguntaba un pibe flaco con una musculosa deshilachada y aros expansores en las orejas, señalando una de las viandas con pollo y ensalada rusa que cargaban los más de cincuenta mozos y mozas de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). “Les puedo dar las que quieran, pero la idea es que se sienten y pasar la Navidad juntos”, le respondía una de ellas. Faltaban un par de horas para la Nochebuena y frente al Congreso de la Nación Argentina estaban dispuestas unas cuarenta mesas largas con manteles violetas, ordenadas para que cenen personas en situación de calle. En la esquina había un camión gigante desde el que se bajaban cientos de botellas de gaseosas y de agua y sobre la vereda una carpa blanca en la que se concentraba y se fraccionaba la comida. El pibe y sus amigos miraron todo de reojo y preguntaron otra vez si podían comer más de una porción. Les dijeron que sí. Se sentaron, pidieron tres para cada uno y pasaron a formar parte de las más de de mil personas sin techo que compartieron la navidad.
La jornada, pensada bajo la consigna “Nochebuena en Unidad”, había arrancado a las seis de la tarde, organizada por el Movimiento Popular La Dignidad (MPLD), el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), Proyecto 7, los gremios UTE y ATE y los Metrodelegados. Al igual que el 24 de diciembre del año pasado, se trataba de compartir una cena de navidad con los sin techo y visibilizar en ese espacio central para la política nacional el déficit habitacional que se expande en la Ciudad de Buenos Aires. “Esto no es caridad, es organización y lucha. El negocio inmobiliario es el objeto del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta, que nos excluye y nos violenta. Nos quita del espacio público para subastarlo”, decía a Página 12 Marina Joski, referente del MPLD. “Tierra, techo y trabajo siguen siendo nuestras reivindicaciones frente a un gobierno que disminuye un 18% el presupuesto en Desarrollo Social y aumenta un 20% el de Seguridad. A esa decisión le tenemos que contraponer humanidad”.
La elección del Congreso Nacional como escenario de la cena no solo se debió a su profundo simbolismo, si no también a la cantidad de ranchadas que se acumulan en esa zona. Alrededor de la fuente que se erige en la Plaza del Congreso, los colchones y las estructuras de cartón para protegerse de la lluvia y el frío ahora se intercalaban con mesas de metegol y un inflable gigante con forma de castillo. Un poco más allá había bolsones con juguetes envueltos para regalo, pelotas y aerosoles de espuma que se iban a repartir entre los niños a la medianoche. En el Segundo Censo Popular de Personas en Situación de Calle –realizado en abril pasado– el número de total de 7251 personas censadas mostró un crecimiento exponencial de los núcleos familiares que hoy duermen sin techo, entre los que hay 871 niños y niñas. El 52% de ese total son personas que están en situación de calle por primera vez en su vida.
A las nueve de la noche, mientras se repartía la comida, las charlas eran escuetas y la mayoría se mantenía en silencio. Los mozos y mozas de la CTEP se acercaban a cada mesa antes de servir para hablar y conocer algo de las vidas de los invitados. Hasta que desde el escenario empezó a bajar la prédica desfachatada del Padre César –conocido como “el cura rockero”– quien pidió “un aplauso para Jesucristo” y se lanzó a una versión a capella de “Juntos a la Par”, de Pappo, que encendió la noche. La mayoría, con los brazos apuntando al cielo, se levantó de sus mesas para cantar con él.
Uno de ellos era Esteban, un hombre de 39 años y mirada clara que desde marzo de este año duerme en los cajeros de la Avenida Santa Fe. “Yo soy gastronómico, el año pasado en esta fecha yo estaba sirviendo en un restaurante. Trabajé en el Hotel Savoy y en el Café de Los Angelitos”, contaba a Página 12. “Estoy en la calle por el consumo de drogas y porque me vine abajo, mi familia me dejó tirado también. Viven acá a cinco cuadras. Estando en la calle te las mandás, para sobrevivir, pero ahora estoy yendo a los centros de día. Mi prioridad ahora es cortar el consumo, pero yo lo que quiero es volver a trabajar”.
Entre los comensales también se mezclaban figuras de la política nacional como la legisladora porteña Ofelia Fernández del Frente de Todos. Hace pocos días, Fernández anunció que había decidido cobrar un tercio de su sueldo de 180 mil pesos, comparándolo con el presupuesto que tiene un centro de día en el barrio de Once, al que casi duplicaba. “El sueldo es un exceso y el presupuesto de los centros barriales es una miseria. También creo que un sueldo así es un elemento que te distancia de las injusticias cotidianas”, dijo a Página 12. “Vivimos en la ciudad más rica del país y si lo pensamos, la cantidad de personas en situación de calle es un problema que podemos resolver con todos los recursos que tenemos. Pero tiene que haber una voluntad política para hacerlo en la ciudad, y no la hay”.
Para la mayoría de los hombres y mujeres que esperaban la Nochebuena alumbrados por los faroles del Congreso, las mesas que compartían significaban un reparo de la intemperie. Pero para muchos otros eran un resguardo de la soledad. Entre las charlas se repetían las historias de personas que tenían donde dormir, pero no tenían a nadie con quien compartir el techo, una charla y una comida. Nicolás Páez, un boxeador welter de setenta años –que en la década del sesenta llegó a pelear por el título argentino–, hablaba de la soledad como el peor de los males. “Yo capaz me puedo pagar un plato de comida, pero no tenés a nadie con quien brindar, ¿y qué hacés entonces, a quién le decís lo que te pasa?”. Acá te sentás a la mesa y enseguida te hacés amigos”.
Frente a él, ya en la sobremesa, un hombre con gorro de invierno y orejeras –que prefería no dar su nombre– departía sobre el origen de los problemas del país. “Acá hay uranio, minerales, petróleo, agua y teníamos un presidente que se llevaba los lingotes de oro a Inglaterra. ¿Entendés lo que te digo? No se trata de socialistas o capitalistas o comunistas, acá lo que no hay son patriotas”. Por las mesas, dentro de un clima armónico que solo se quebraba con gritos de festejo, pasaban también referentes de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCYR) preguntando si todo iba bien. “Para nosotros se trata de cambiar la historia de personas que hoy estarían dando vueltas por la calle y que en vez de eso estén sentados en una mesa siendo de parte de una familia grande”, decía Sergio Sánchez, presidente de la FACCYR. “No es solo el plato de comida, es entrar en la vida y escuchar. Que esperen la comida como si estuviesen en un bodegón y que sepan que hay una persona con la que se pueden expresar. Es un doble rol que tenemos que cumplir porque el Estado no lo hace”.
Cuando se escucharon las campanadas que dieron las doce de la noche, desde el centro de las mesas se soltaron globos de helio como deseos de “un futuro sin hambre y con techo”. Hubo bendiciones musulmanas, católicas y evangélicas que precedieron a la cumbia y el reggaetón en el baile que se abrió al final. “Tenemos expectativas de que mejore la situación, aunque desarmar la ingeniería neoliberal al interior del Estado está complicado”, decía Rafael Klejzer, Secretario General de la CTEP Capital, luego del brindis. “Pudimos ganar una elección, pero mientras el laburante piense que el desocupado es el que le saca parte de su salario, seguimos complicados. Es una disputa por el sentido la que tenemos que dar”.
Pasó el festejo, las mesas comenzaron a vaciarse, los comensales, a volver a su intemperie o su soledad. Envueltos en un silencio que hablaba de la batalla cotidiana que les quedaba por delante.