Uno de los grandes acontecimientos literarios del año, por uno de los más grandes poetas y letristas de la ciudad de Rosario, pasó casi desapercibido entre las ansiedades pre navideñas. El jueves 19 de diciembre, la editorial Homo Sapiens presentó "Fotos de familia. Poemas 1998-2018", de Rafael Ielpi. Con la presencia del autor, se refirieron al libro sus colegas Eduardo D'Anna, Sebastián Riestra y Marcelo Scalona. Con esta edición vuelve a la industria editorial local, tras veinte años de silencio como poeta, un creador vivo que formó parte de la riqueza cultural de la región en sus años más productivos.

Rafael Ielpi (quien evoca su infancia en esta nueva obra) nació en 1939 en Esquel, una localidad de la provincia de Chubut al pie de la cordillera de los Andes que constituía la parada más austral del tren de trocha angosta. Cuenta en un texto autobiográfico aún inédito que los traslados laborales de su padre, empleado ferroviario desde muy joven, explican que los otros 5 hijos de su matrimonio con Carmen Cides nacieran en ciudades y pueblos tan diversos como Ñorquinco y Rawson (Río Negro), Zapala (Neuquén), San Rafael (Mendoza) y el pueblo forestal chaqueño Los Frentones (Chaco), con residencias eventuales en Monte Quemado (Santiago del Estero) y Boulogne (Buenos Aires). 

La separación de sus padres en 1949, cuando vivían en Los Frentones –nunca más, ni Rafael ni sus hermanos tuvieron noticias de su madre ni de su paradero, pese a haberlo intentado- hizo que su padre decidiera trasladar a sus hijos a la casa de sus padres en Rosario, para completar allí su escuela primaria. Poco después, en 1952, el padre murió en un accidente ferroviario. De esa madre y de ese padre sólo le quedan rastros en la memoria y fotografías: una de cada uno. Con esas dos fotos (ausentes en su literalidad, evocadas en detalle en los poemas) se abre el álbum familiar que constituye el libro.

"De aquellos años cada vez más lejanos de una infancia trashumante hasta los 11 años, recuerdo aquel pueblito forestal a la orilla de las vías del Ferrocarril Belgrano con sus grandes montes de quebracho colorado y blanco, donde trabajaban cientos de hacheros en la tala de esos árboles tan hermosos como centenarios, materia prima de la industria forestal del tanino. Ese rumor de golpes de hacha y gritos y esos hombres parcos y corajudos fueron la materia prima, casi tres décadas después, de La Forestal, crónica cantada que recuperaba parte de la historia de monopolio y explotación en el Chaco Santafesino, que compuse junto con José Luis Bollea", evoca el autor. En uno de los poemas nuevos rememora aquella otra casa, que dejaba ver detrás suyo "la ilusión/ de una precaria escenografía, / la sospecha del monte/ cercano y la vieja estación/ al borde de las vías, / con su cartel de letras/ despintadas y el andén/ despoblado...".

Terminada su escuela secundaria, Rafael empezó Letras y se alquiló un lugarcito en un cuarto de pensión que compartía con un entonces joven Aldo Oliva. Se hizo amigo de Hugo Padeletti, de Juan José Saer y de Wllly Harvey, que por un tiempo fue su socio en la librería Signos. Además de integrar así la trama social de la poesía de la generación del '60, fue periodista y se desempeñó como asesor y director de colecciones en la Editorial Biblioteca de la Biblioteca Vigil desde 1968 hasta la devastadora intervención militar de 1977, que quemó (entre otros) los 25 mil ejemplares de los primeros cinco títulos de la colección “Testimonios” que Ielpi dirigía. En 1966, había publicado un primer poemario muy maduro, “El vicio absoluto” (hay reedición ampliada de 2013), con la Editorial Biblioteca, en la prestigiosa Colección Alfa. En 1970, cuando formaba parte del staff de la revista “Boom”, se casó con la periodista de automovilismo Dora Suárez. Fue el primer subsecretario de Cultura de la Municipalidad de Rosario en la recuperada democracia y en 2003 se lo nombró director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia, hoy Roberto Fontanarrosa, cargo que aún desempeña. Desde 2009 es Ciudadano Ilustre de Rosario.

"¿Diré acaso que toda contemplación es fuego?" Con esta pregunta abre su primer libro, donde la mirada robinsoniana del poeta bohemio contempla la vegetación salvaje de las islas desde los márgenes de la ciudad y del río. A medida que publica (“Para bailar esta ranchera” en 1978, “El vals de Hermelinda” en 1979, “Viajeros y desterrados” en 1988 y “Día de visitas” en 1998), Ielpi se calma, se convierte en un hombre feliz, se afianza en un territorio simbólico ganado honradamente a fuerza de lecturas universales y diálogos regionales. Sin embargo, ese sentido de pertenencia le atempera un poco a su poesía el duro filo existencial con que al comienzo hendía aquella música el paisaje local, más acá de cualquier certeza. Esa seca potencia expresiva de la angustia, que irradiaba sobre la imagen aquella luz metálica como de nubes de tormenta, retorna "ahora, cincuenta años después", desde las palabras preliminares del autor avisando que "los poemas de este libro quieren ser un regreso a esos momentos en los que el descubrimiento de la poesía fue un deslumbramiento pero también un compromiso para mí y para muchos".

 "Fotos de familia retoma conmigo aquel incierto camino del comienzo", promete Ielpi y cumple, cumplen con creces sus versos aquel mandato moderno de extraer luz de las heridas y encontrar experiencia estética en los límites. Y de nuevo se para el poeta ante su río, donde "el agua arrastra  manchas/ fulgurantes, / basura, maderas, / ramas que añoran/ a los árboles". Cuenta el espacio en puro presente, como si fuera la crónica de un sueño: "Parado en la barranca/ mis ojos abarcan/ un horizonte vacío". Y además se pregunta si acaso no será un sueño el río, o viceversa: "¿Y si el sueño no fuera, / a su vez, / sino un río/ azaroso cuyas aguas/ nos invaden de noche, / poblándonos...". Y la poesía, como "un luminoso fogonazo", repara en parte las pérdidas de la infancia, rescata "el vínculo que nos sigue/ uniendo y convocando/ en la luminosa oscuridad/ de la noche".