“Y solo conté la mitad de lo que vi”, escribió Marco Polo antes de morir. La idea sería que en las crónicas de sus viajes habría apenas un fragmento del inmenso caudal de experiencias, fenómenos, costumbres y criaturas observadas a lo largo de su vida. La frase de Marco Polo se ajusta perfectamente al Diario del voyeur supuestamente escrito por Gerald Foos, el hombre que contactó a Gay Talese en 1980, poco antes de que el periodista norteamericano publicase La mujer de tu prójimo, una investigación de más de quinientas páginas sobre la modificación de las prácticas sexuales desde los años cincuenta hasta finales de los setenta en los Estados Unidos. Foos quería que Gay Talese supiera que desde mediados de los sesenta era el propietario de un hotel en Denver, y que solo lo había comprado para satisfacer sus impulsos de voyeur mirando a sus huéspedes en secreto desde la “plataforma de observación” que construyó sobre el techo a dos aguas del hotel. Durante años, Gerald Foos y su mujer (que de vez en cuando lo acompañaba a la “pasarela”) se estimularon sexualmente observando a sus propios huéspedes desde una rejilla ubicada a menos de dos metros de la cama matrimonial de cada una de las habitaciones. Y a la masturbación compulsiva le seguía una descripción en detalle que, en la megalomanía de Foos, buscaba conformar un estudio de los usos y costumbres sexuales de los americanos, algo similar a lo que Balzac había realizado cuando desarrolló el proyecto de La Comedia Humana, aunque en este caso enfocado exclusivamente a los secretos de alcoba. Tras viajar a Denver y conocer a Gerald Foos, Gay Talese pudo ver él también a las parejas alojadas en el Motel Manor House. En su primera observación Gerald Foos tuvo que reprenderlo: la corbata del periodista se coló por las rendijas de la rejilla y todo el truco de Foos estuvo a punto de ser descubierto.
En 1980 Gay Talese ya era uno de los periodistas más reconocidos en todo el mundo. Había publicado varios libros y sus columnas en The New York Times y en la revista Esquire, se encontraban entre las más leídas. Talese era uno de los máximos exponentes del llamado Nuevo Periodismo, y nunca escribía una crónica si no podía mencionar a los protagonistas con nombre y apellido. En la medida en que Gerald Foos le exigió firmar un compromiso de confidencialidad que obligaba al periodista a no mencionar su nombre ni el del hotel, Gay Talese se interesó poco y nada por la historia del voyeur, puesto que no podría escribir sobre ella. Sin embargo, con el paso del tiempo, comenzó a recibir por correspondencia, en varias entregas, el Diario del voyeur, y lo cierto es que a lo largo de los años no consiguió olvidarse del mirón. Pero, ¿qué era exactamente lo que veía Foos a través de la rejilla de su “plataforma de observación”? “La vida real”, decía él. ¿Y cuál es la vida real de las parejas, en la intimidad del dormitorio? Cuando una pareja se encuentra a solas, sin sospechar que alguien pueda estar observándolos y hasta oliéndolos a menos de dos metros, lejos del amor, el deseo y la voluptuosidad, lo que ocurre en la abrumadora mayoría de los casos es el imperio del tedio más chato y desapasionado. Las parejas encienden la televisión y se quedan como momias ante el aparato, y cuando toman la palabra no hacen otra cosa que hablar mal de terceros, quejarse de un dolor en el cuerpo y de la falta de dinero. Sean jóvenes, adultos, ancianos, de clase media, alta o baja, no existe otra cosa: dolores, televisión, falta de plata y echarles la culpa de todo a los demás. Gerald Foos pasó décadas reclinado sobre las rejillas de observación, constatando día a día y noche a noche la inconmensurable pobreza de la experiencia humana.
Por supuesto que también presenció escenas eróticas, y hasta pudo determinar algunas modificaciones palpables en las costumbres amatorias de los norteamericanos. En los años sesenta, cuando una pareja interracial pedía una habitación en la recepción del hotel, la mujer se quedaba adentro del automóvil. En los setenta, con la explosión del cine porno, el sexo interracial se naturalizó, o por lo menos ahora las parejas entraban juntas a la recepción. El cine también influyó en la masificación del sexo oral, considerado una vergonzosa aberración por buena parte de la sociedad hasta el boom de Garganta Profunda en 1972. Gerald Foos –que a veces, en su diario, escribe en tercera persona– fue testigo de estas nuevas tendencias: “En la plataforma de observación, en esta tarde de otoño de 1976, el Voyeur se está masturbando mientras observa a una mujer blanca que casi se ahoga porque el pene negro que tiene en la boca es demasiado grande para que le quepa. Pero ella continúa practicándole una felación a su pareja, lamiéndole el pene por un lado y luego por otro, y de repente, cuando él empieza a correrse, se lo saca de la boca, y entonces observa cómo el esperma del negro sale disparado hacia arriba, alcanzando una distancia de tres o cuatro palmos hacia la rejilla de observación. Al mismo tiempo, en el desván, el Voyeur también está teniendo un orgasmo. El Voyeur expele un primer y fuerte espasmo de esperma justo hacia el conducto, que empieza a gotear hacia abajo, en dirección al pie de la cama. La mujer, todavía agarrada al borde de la cama, ve rastros de esperma sobre la colcha. Entonces levanta la mirada y ve más esperma goteando de la rejilla, y le dice a su pareja: Caramba, ¡tu corrida ha cruzado toda la cama y ha llegado al conducto de la calefacción! La mujer se puso en pie sobre la cama y pasó un dedo por la rejilla, antes de llevárselo a la boca. Sí –dijo–, sabe a tu leche”. Foos escribe demasiado bien como para ser un simple mirón. Y, en efecto, unas semanas antes de que Penguin Random House pusiera el libro a la venta, el Washington Post puso en tela de juicio las fechas entre las que Gerald Foos habría sido propietario del Motel Manor House. Gay Talese, el héroe del Nuevo Periodismo, no había investigado suficientemente. El proyecto entero parecía venirse abajo. Al mismo tiempo, en el Diario de un voyeur aparece la descripción de un asesinato (un dealer estranguló a su novia creyendo que ella le había robado las drogas y, en realidad, Gerald Foos las había tirado por el inodoro cuando sus huéspedes salieron a comer) y no existe registro de esa defunción. Según Gay Talese, los papeles forenses pueden haberse perdido con los años. ¿Cómo es que Gerald Foos finalmente accedió a que se contara su historia con nombre y apellido? Luego de treinta y seis años, el crimen –por el que Foos y hasta el propio Talese podrían haber sido acusados por complicidad y omisión– prescribió. En cualquier caso, El motel del voyeur es un libro adictivo que intenta convencernos de que todos los hombres del mundo, y algunas mujeres, no podemos dejar de mirar a los demás, esperando que algo suceda de una vez por todas.