Yo quería ser fascista, pero no me fue bien/ Después psicoanalista, pero ahí me asusté/ La medicina quiere otro, otro, otro/ Querían a otro en mi lugar.
Charly García, “Otro”
“Otro” es el título de uno de los diez temas de Random, el disco con el que Charly García rompió el enigma en pleno febrero, ese hermetismo que reunía en una misma bolsa estado de salud y estado artístico. Son canciones nuevas con una nueva iconografía –el ichtus, símbolo cristiano que representa un pez– y letras con la acidez pop de siempre, autorreferenciales hasta la impiedad. Como la que encabeza este texto. Fascista, psicoanalista y medicina son palabras recurrentes en su obra. El cine, otra omnipresencia en el mundo Charly, aparece como otro elemento central en Random.
Charly no es otro. Algunos lo imaginaron –tal vez con algo de deseo inconsciente– lobotomizado, pero hay un fuego que perdura y que alcanza para iluminar o arrebatar. Charly se muestra aquí, fatalmente, más Charly que nunca: logró salir del laberinto en el que estaba atrapado –una senda delgada entre el derrape final y la posibilidad de una isla química– por arriba, con rock. Random es un disco de rock, un muy buen disco de rock. El primero de Charly en siete años. Si se tiene en cuenta que Kill Gil (2010) estaba listo desde 2007, deberíamos hablar con precisión de una década de sequía. Parecía que la obra de Charly ya estaba hecha, y que bastaba para satisfacer la nostalgia de todos. Muchos la clausuraron en algún momento de la década del 90. Pero apareció Random como si fuera la llave extraviada de un candado y se convirtió, instantáneamente, en un artefacto clave para completar la mirada sobre el mayor músico de rock vivo de América latina.
Como ocurre con Bob Dylan o Paul McCartney, Charly decidió hundirse en los sonidos que lo forjaron y relajar en armonías y rítmicas que proyectó a lo largo de 45 años. De acuerdo a cada tema profundizó o flotó en su propia música, un folklore en sí mismo. Los que juzgan Random como un mero prodigio de supervivencia deberían alquilarse una vida y quedar confinados eternamente en una charla de café o en una sobremesa. García irrumpió con diez canciones luminosas, altaneras, inteligentes en su mayoría, agrias y tiernas, adolescentes e irónicas, con ráfagas que remiten a etapas puntuales de su obra. Esa es la operación, ahí funciona el random: como usina aleatoria que produjo un material que se acomodó en diferentes ficheros, del período Prince de Parte de la religión a Kill Gil. Es curioso: hay un salto olímpico por sobre la etapa Say No More, período reivindicado tercamente por Charly. El diálogo con las etapas es más musical que letrístico. En términos líricos Charly se exhibe fatalmente contemporáneo. Entre la canción confesional, la viñeta costumbrista y la crítica social marca García, que tuvo su cenit en Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, se despega y queda siempre un poco adelantado y al mismo tiempo un poco al costado.
Ahora que estoy rehabilitado/ saldré de gira y otra vez/ me encerrarán cuando se acabe/ y roben lo que yo gané, canta en “Primavera”, el hit agazapado de Random, y sigue: No me mostrés tus celulares/ con su gramática fatal/ Arroba, punto, jaja, sabes/ Gramática de vegetal/ Porque pronto dejarán de funcionar. En el (aquí sí, algo atrasado) cuestionamiento a los pastores de las trasnoches televisivas de “Amigos de Dios”, pregunta: ¿Con qué mierda drogan a la gente? y concluye Toda esta mierda sucedió el día que Tinelli nació. En “Spector” retoma su altivez: Yo te mostraré el camino entre la cana y los demás/ Vos siempre vas a estar conmigo/ Soy tu testigo, tu disfraz.
La misma altivez la derrama en “La máquina de ser feliz” –la tiene el Papa, la tengo yo–, aunque en definitiva Charly no deja de hablar de la imposibilidad de comunicación (Hay tanta gente sola...). En “Ella es tan Kubrick” parece que homenajea al Fito Páez más atravesado por Charly, y tanto en “Believe” como en “Mundo B” se trenza en un sistema de citas que configuran su matriz beatle.
Todo resulta un poco anacrónico: la idea de un nuevo disco de Charly García, la promoción a bordo de una limusina surcando disquerías porteñas, su cansada sonrisa mefistofélica detrás del vinilo en el video que la Sony proyectó el día de la escucha del disco. Esas canciones, la escucha, convocaron a una ceremonia que tuvo la discreción de la emoción verdadera.
Fue escrito y subrayado: la ética musical de Charly García es irreductible. Eso lo salva y lo convierte en un patriarca analógico que predica en un desierto virtual cuya extensión, al fin, ignoramos. Aquí se debate entre el mohín adolescente y el afán de eternidad, dos fantasías. Al fin llegó la primavera/ al fin saldremos a pasear/ al fin al viento las polleras/ al fin piropos al pasar/ Porque siempre estaré pronto a renacer/ Porque hoy estoy más joven que ayer, canta con la voz tuneada y la dicción al borde. Es cierto: se adivina en el gesto –un gesto que recorre todo el disco– una suerte de obcecación crepuscular, un “la pelota no se mancha” en clave pop.
Hay muchos mensajes en Random, un mundo b para desentrañar. Destila una sabiduría rock que es, finalmente, una poética. Su poética. Por lo pronto, alguien tenía que decir algo de la gramática fatal de los celulares y de los “jaja”.