Aparecen en los sueños, habitan en espacios impenetrables, se esconden detrás de los espejos. Son mutaciones de formas que ya conocemos, animales en versiones antropomorfas, astroseres, fantasmas, hombres-cactus, mamíferos superpoderosos y geografías tan inhabitables como soñadas.
En un relato circular, haciendo honor al homenajeado en esta ocasión, Jorge Luis Borges, la curaduría de Rodrigo Alonso para la muestra El museo de los mundos imaginarios (que desde el título cita a El libro de los seres imaginarios de 1957) permite hacernos olvidar de la realidad por un momento largo para sumergirnos en un cuento de magia y guiños, una invitación para caminar como Alicia a través del espejo.
“En aquel tiempo, el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no estaban, como ahora, incomunicados… Ambos reinos, el especular y el humano, vivían en paz; se entraba y salía por los espejos. Una noche, la gente del espejo invadió la tierra” cuenta Borges en uno de los relatos más perturbadores de El libro de los seres imaginarios. Los invasores fueron encarcelados en los espejos y condenados a repetir los actos de los hombres. Como en un sueño. Culpa del Emperador Amarillo, que “...los privó de su fuerza y de su figura y los redujo a simples reflejos serviles. Un día, sin embargo, sacudirán ese letargo mágico”.
Esa es la invitación de la muestra, reedición de la presentada en el MAR (Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata) en 2014, que abre y cierra como la serpiente Uroboros, formando un círculo mientras se come su propia cola, con la animación 3D de Alejandro Gabriel, en el que Pilki Pilki –un ser de una ternura sin medida, unicornio incompleto o caracol del futuro– recorre una cinta de Moebius, sin prisa pero sin pausa. A medida que camina va germinando su propio paisaje y sus propios obstáculos, tan inofensivos como él mismo, de los que se salva jugando. Un universo sin violencia y sin tristeza. Puro juego, puro andar. Lo sigue Xul Solar con sus acuarelas. El ser-pez Marina, bien podría ser el antepasado de Pilki Pilki, haciendo de casi cien años un suspiro.
Entre la sutileza de los pequeños seres de agua, se instala la intensidad terrenal de Raquel Forner, la Gestación del hombre nuevo, óleo de nacimientos múltiples interconectados, repletos de materia y densidad, entrando en diálogo con la sutileza aérea de las ilustraciones del aprendiz de mago Harry Potter de Dolores Avendaño, responsable de los dibujos de la edición en español de la saga de J.K. Rowling. Cerca, compartiendo la paleta y la fuerza de la Forner, Diulio Pierri con sus marcianos malditos representando al enemigo con Maloneando a los indios. Culpa del Emperador Amarillo, que nos privó de la magia permitiendo que los que repiten gobiernen por sobre los que crean.
Como el Payé de amor de Leónidas Gambartes y su pájaro fósil, vivos y a la vez congelados en el tiempo. Los miran las enormes fotos de Tatiana Parecero, de la serie Re-Invento, donde una mujer es la plataforma que sirve de reflejo de los mapas astrales y zodiacales, acompañados por el ser alado de Tadeo Muleiro, chamánico y futurista, que sobrevuela la sala, pintura sobre traje realizada en tela, la misma que usan en el video allí presente llamado Los hermanos.
Los contrapuntos no molestan sino todo lo contrario, se potencian, permitiendo que más de treinta artistas, clásicos y contemporáneos, de distintos lenguajes, técnicas y formatos, convivan en el mismo tiempo y lugar. Las pinturas saturadas, laberínticas, opresivas y dantescas de San Poggio conviven con el vacío y la soledad del monje de Sebastián Gordin, por ejemplo.
Las salas del museo devienen casas del espejo, con flores vivas, insectos de tela, animales con sentido del humor y humanos que se hacen plantas. La fábula y la invención proponen arquitecturas tan enigmáticas como históricas: la presencia del norte argentino con Gambartes, de la literatura gauchesca con el malón surrealista de Pierri que conviven en paz con la dimensión onírica de Marcela Cabutti, en su maravillosa instalación donde un lobo en situación humana mira desde su muelle de madera un barco de papel rodeado por camalotes mientras dice “¡Mira cuántos barcos navegan aún!”, en un acto de ilusión que es manifiesto de esperanza. Lo rodean híbridos, personajes de Marcos López y Susan Consorte, sirenas mitad hembra mitad macho que hacen de guardianes de la instalación acuática, móvil y fija, seca y húmeda, de Eduardo Basualdo. El agua sube. El agua baja. El tiempo se mantiene circular en todos sus elementos y la obra nos permite participar directamente en esa experiencia.
Trepan por las paredes y por el techo las Carnívoras, obra de Paula Toto Blake, que con la fuerza de su ambigüedad (epoxi, esmalte y terciopelo) rebota en nuestro propio cuerpo. El goce de lo amenazante, la belleza del peligro.
Registro de mutación de hombre, la suculenta y espinosa Yo Cacto, cuatro fotos blanco y negro en los que el fotógrafo Res transforma su cuerpo y su cabeza perfecta en sostén de espinas y tela vegetal. Testigo de esa mutación son el pajarito y la coqueta señorita de porcelana de Liliana Porter que chorrean sin derretirse la misma materia fría y artificial de la que están hechos. “No hay una sóla forma en el universo que no pueda contaminarse de horror”, escribía Borges en el Libro de los sueños. También la sorpresa y el misterio se contaminan.
Luces y brillos, la tecnología y la ingeniería se suman con su magia y su potencia: Gyula Kosice con su Gota de agua móvil con círculos, y sus peceras mágicas en las que el color del agua simula joyas, custodiando el monumental y lúdico Osedax, esqueleto de un animal de aproximadamente 12 metros de Proyecto Biopus, instalación interactiva que pone de manifiesto el constante fluir de materia y energía entre los seres que conforman un ecosistema de criaturas virtuales y música; en este ecostistema se intercambia información que a su vez es mediada por la intervención del público. La gigante osamenta está habitada por pequeños seres virtuales, amebas o células, proyectados mediante mapping.
Erica Bohm se suma en este viaje de ensueños, arcaico y futurista, para hacernos extraña nuestra propia tierra con Planet Stories, veintiocho fotografías instax Fujifilm que conforman una física que es pura geología, piedras y suelos de un planeta que, resulta sorprendente, es el mismo que habitamos y sin embargo parece completamente otro.
Como Borges creía, el misterio de la razón y la belleza de las ideas se manifiesta de formas enigmáticas. La aparente simetría y continuidad invertida que nos proponen los espejos no es más real ni más verídica que aquello que nos oculta. Por suerte, la victoria del Emperador Amarillo no fue del todo exitosa.
El museo de los mundos imaginarios se puede ver en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, salas Cronopios, J y C. Hasta el 24 de abril del 2017.