Todo artista tiene una escena de iniciación, un momento en donde considera que comenzó su amor particular por alguna disciplina. He aquí la escena: Un chico entrando en los difíciles años de la adolescencia se encuentra, casi por casualidad, con un disco que le llama poderosamente la atención. En la portada hay alguien que se parece a un “científico loco” concentrado en producir música. El joven cuenta el dinero de su bolsillo y ve que no llega al total de la placa, 5,95 dólares. Sin embargo, el dueño del local decide vendérselo de todos modos, aclarando que “ese disco lo usamos aquí para mostrar a los clientes el sonido hi-fi, y nadie se compra un disco usado. Si tienes tanto interés, te lo dejo por 3,75 dólares”. No tenía ni idea del rol fundamental que esa placa, en las manos de esa persona, iba a tener.

   El chico llega a su casa, coloca la compra en su precario tocadiscos, y vuelve a leer el título con extrañeza, The Complete Works of Edgar Varèse, Vol. I. El disco gira y sale un sonido extraño, una combinación inusual de sirenas, rugidos de león, tambores. Algo que espanta a la madre y fascina desde ese momento y para siempre al joven Frank Zappa, a partir de entonces totalmente comprometido con la obra de Edgar Varèse, responsable de haber desarrollado el concepto de música concreta de Pierre Schaeffer. En “Ionisation”, la pieza que abre el disco que escuchó aquella tarde –interrumpiendo los ritos de la madre a la hora de planchar la ropa–, es posible percibir algo que luego será el sello distintivo de las composiciones del propio Zappa: el tratamiento de la música como algo concreto, que puede ser medido, y en donde cada uno de los sonidos tiene una forma material que puede ser interrumpida, intervenida y “pesada” dentro de cualquier obra. Algo que también se puede percibir, por ejemplo, en discos como Freak Out! (1966) o Sheik Yerbouti (1979). La densidad musical no es sólo una metáfora rápida para hablar de lo complejo de estos discos, sino que es algo real, efectivo, y que le sirvió al compositor de estas y muchas, muchísimas placas más como un norte al que seguir: experimentar, innovar y profundizar el estilo, a contracorriente de cualquier tipo de expectativa económica (muchas veces, a su pesar).

   La distribución de la extremadamente tardía traducción de 2014 del libro La verdadera historia de Frank Zappa, una suerte de autobiografía escrita a dos manos con Peter Occhiogrosso, y publicada en su idioma original en 1989 –cuatro años antes de su muerte en 1993–, permite meterse de lleno en su mundo, con su historia, sus opiniones sobre ciertas contingencias y su estilo, con las elecciones artísticas que ha tomado y con las consecuencias que esas decisiones implicaron. Junto a la aparición, el año pasado, del documental Eat That Question, que recoge diferentes entrevistas y apariciones del músico en la televisión, el legendario músico que lucía como un hippie pero siempre fue lo menos hippie del mundo, está listo para ser recordado como se merece. 

EL JUGUETE RABIOSO

Frank Vincent Zappa Jr. fue el primer hijo de una pareja bastante pobre de Baltimore, Maryland. Bien se puede decir, el resultado de un encuentro de tradiciones y costumbres intrigantes: por el lado de la madre, francés e italiano; por el lado paterno, greco-árabe. El padre del querido Frank pasó por diferentes trabajos, desde maestro de historia hasta conejillo de indias de experimentos de las fuerzas militares norteamericanas. Las relaciones del joven Zappa con la experimentación y la sensación de peligro constante ya estaba instalada en esos primeros años, viviendo en “barrios” militares en donde obligaban a cada familia residente a tener a disposición máscaras de gas en caso de que, por una de esas fatales casualidades del destino, algo del gas mostaza que se producía en las inmediaciones del complejo de casas se fugara de las fábricas.

   La historia de Zappa, en su niñez, por momentos, parece la de un norteamericano Silvio Astier: fascinado con los experimentos científicos, pasaba sus tardes combinando químicos de la más diversa especie, o explotando recipientes de mercurio que su padre traía del trabajo como pequeño presente para los niños. En la escuela, fue expulsado por colocar una bomba casera en el colegio, y hasta fue sometido a un tratamiento con radio (elemento químico un millón de veces más radioactivo que el uranio) para tratar su sinusitis. Recuerda el biografiado que, a veces, salían con el auto del padre a perseguir camiones de transporte de verdura con la esperanza de que se caiga alguna lechuga o repollo para hacer, luego, una abundante sopa. Así estaban las cosas.

   La fascinación por Varèse y el blues van introduciendo a Zappa en una manera por demás particular de entender la música. Ya comienza por esos tiempos a tocar diversos instrumentos, aunque se concentra en la guitarra y tiene sus primeros recitales pagos. Es interesante ver cómo, a lo largo de todo este primer momento profesional, el dinero que dice ganar en cada recital va de los siete a los quince dólares, marcando otra fuerte idea dentro de la mente del músico: no se puede ganar plata en este trabajo si se quiere mantener cierto grado de compromiso con la composición. Tiempo después, sus muchos problemas con los sindicatos o incluso con las campañas de censura impulsadas en el conservador ambiente cultural norteamericano pondrán siempre por delante el problema de que, de una manera u otra, el que pierde en el negocio de la música es el compositor, quien siempre tiene que arriesgar su propio capital en proyectos que buscan trascender el mero recital de rock. Se puede decir, en el caso de Zappa, que son los riesgos de descubrir la pólvora.

EL PUDOR DEL PORNÓGRAFO

Los encuentros entre el autobiografiado y la ley han sido muy variados, pero quizás el primero es el que marca una desconfianza con respecto al funcionamiento de las fuerzas de seguridad, la justicia y las instituciones que lo acompañará a lo largo de toda su vida. Con la idea de hacer películas e incluso producir bandas de sonido de filmes, Zappa abre como puede lo que él llamó Estudio Z, un lugar destinado a convertirse en el lugar donde nacerían películas de muy variada especie con decorados obtenidos por el propio Zappa de los estudios F. K. Rocket de Hollywood. La policía considera que lo que allí se lleva a cabo son películas pornográficas, por lo que, a través de un complejo operativo de espionaje, le encargan una cinta con determinadas y muy específicas poses por algo de dinero con el fin de probar lo que (ellos creían que) allí sucedía. Zappa toma el dinero del policía encubierto e intenta satisfacer sus deseos: hace una cinta pseudo-pornográfica, con sonidos y efectos visuales que dan la impresión de que dos o más personas participan del aparente acto sexual filmado. El resultado es una acusación por haber hecho el material y una condena de unos meses en la cárcel. Al salir de prisión, los Estudios Z estaban totalmente destruidos, y el material grabado, perdido para siempre. Al poco tiempo, saldría el disco que le cambiaría la vida, Freak Out!, el debut de The Mothers of Invention. No por nada uno de los temas centrales de la placa es “Who Is The Brain Police?”.

   Revisar las letras de Zappa, como él mismo dice, parece un ejercicio más humorístico que sublime. En el caso de encerrarse, claro, en la prejuiciosa lógica que separa lo gracioso de lo considerado arte por el simple hecho de que nada tan bajo puede tener lugar en algo tan elevado. El centro de ese humor es la sátira, y el objetivo de esa sátira es, la mayor parte de las veces, el carácter mojigato y conservador de la sociedad norteamericana, aquello que pudo encontrarse por primera vez en esos meses de prisión y que lo seguiría persiguiendo a lo largo de toda su carrera. Para Zappa, la letra empobrece la música, pero la toma como una de las pocas concesiones a la industria musical. Por eso se convierten en su herramienta más transparente: como la letra no es lo más relevante, él la sobrecarga de referencias efectivas al sexo, a la política o a la religión.

   Si hay una respuesta que bien puede sintetizar ese cruce entre música y letra que la industria masiva de bienes culturales quiere imponer es la que esgrime Zappa en la declaración frente al Congreso en 1985 con motivo de la cruzada del PMRC (Parent’s Music Resource Center) contra lo que ellos mismos denominaban “rock porno”. En los escasos diez minutos que tiene para declarar, Zappa considera a toda la cuestión movida por una forma de censura previa que perjudica directamente al compositor, ya que restringe su libertad creativa además de predisponer a los oyentes a emitir juicios de valor antes de ponerse a escuchar seriamente cualquier canción. “Hay discos buenísimos con canciones sin letras que están al alcance de cualquiera con suficiente cabeza como para mirar más allá del disco de platino que está de moda esa semana”, concluye Zappa. El resultado del operativo del PMRC, liderado por Tipper Gore, la esposa de Al Gore (en ese momento, todavía senador de Tennessee), es la implantación de la etiqueta “Parental Advisory: Explicit Content”, una marca que no ha hecho otra cosa que cumplir con las advertencias de Zappa: construir una idea de censura previa que aumenta el morbo en los consumidores y hace que ciertas placas de dudosa calidad artística se vendan por millones sólo por el gusto de jugar con lo prohibido. Una nueva victoria para el puritanismo norteamericano, un motivo más para que Zappa desprecie a una industria preocupada por mantener la apariencia de una falsa moralidad.

EL ROCK… ¿UNA FORMA DE SER?

Nadie tanto ni tan poco rockero como el querido Frank. Cada una de las respuestas que da en las numerosas entrevistas recopiladas en el documental Eat That Question: Frank Zappa in His Own Words (2016) lo muestran distante, satírico, crítico pero no por eso menos puntual y menos claro en la manera en la cual quiere presentarse. Pasa de las declaraciones de intención, como “yo siempre quise ser considerado un músico serio” hasta ácidas observaciones como “creo que nadie conoce al verdadero Frank Zappa, porque las entrevistas son una de las cosas más anormales por las que una persona puede pasar; está a dos pasos de la Inquisición”. Zappa pone en evidencia los mecanismos que sostienen la imagen de una “estrella de rock”, desde lo aparatoso de la circulación de su figura por la televisión y los diarios hasta la verdad del mundo de las giras y los recitales. Por ejemplo, en sus memorias encontramos varias anécdotas que lo muestran separado de los músicos que buscan al final de cada recital “la gran mamada”, eso que parecería ser el motor pulsional de los solos de guitarra. O recuerda aquella vez en la que fue con Eric Clapton a ver a dos chicas que trabajaban haciendo réplicas de los miembros viriles erectos de las estrellas del momento –las famosas Plaster Caster–, como Hendrix, el cual estaba tan emocionado con su réplica que terminó manteniendo relaciones sexuales con ella. Y ni hablar de su desprecio por los músicos de cámara, muchas veces más preocupados por cobrar dinero asegurado por el sindicato o totalmente concentrados en la bebida disponible en el bar más cercano antes que en la pieza a ensayar.

   En La verdadera historia de Frank Zappa, el músico muestra esa capacidad de desarmar al mundo cultural norteamericano con dos comentarios al mismo tiempo que se presenta como alguien preocupado por tener una familia sin necesariamente cumplir con sus rituales, que se reconoce “conservador pragmático” y fuertemente ateo, que desconfía de las bandas del momento y que considera que la música que hace es para unos pocos privilegiados que van más allá de la “banda como mercancía”, eso que está impuesto desde los Beatles y los Rolling Stones en adelante, como bien dejó en claro desde la paródica tapa de We’re Only in It for The Money (1967), el tercer disco de The Mothers Of Invenction, cuya portada parodia Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967). La flamante distribución local de este libro de 1989 en su única versión en castellano, con varias dificultades en una traducción exageradamente castiza (pero impecable en lo gráfico, ya que fue supervisada por Gail Zappa), permite meterse en el tono juguetón del músico para ponerlo, estrictamente, en el lugar que se merece. En la línea de Stravinsky, Alban Berg, Arnold Schöenberg y Varèse, Frank Zappa fue, quizás, el último compositor de vanguardia del siglo XX.