Se veía venir: Logan no tenía nada que ver con una película de superhéroes. Los avances, imágenes y rumores lo comentaban; en el tráiler de la nueva de Wolverine no había tiros, ni sables saliendo de los nudillos, ni siquiera imágenes cuidadas o estilizadas con sus acrobáticas danzas de pelea contra mutantes atraídos por el Mal: era simplemente Logan, encarnado una vez más (y al parecer, la última) por el australiano Hugh Jackman, manejando una limusina como un chofer más cercano a Tom Waits en “Closing Time” que al Robert Pattinson de Maps to the Stars. Registrado con un celular rasposo, la voz en off del X-Men adorado por miles de fans en el mundo dejaba un mensaje en un contestador automático: necesitaba trabajar, las cosas estaban complicadas, y buscaba un precio más barato para un bote a punto de comprar.
“Una de las razones por las cuales hicimos esta película con Hugh (Jackman) fue porque queríamos hacerla para mayores”, dijo su director James Mangold en una entrevista para la rueda de prensa, previa al estreno mundial en la última Berlinale. Algo atípico para una película de superhéroes: arrancar su gira en el Festival de Berlín. “Cuando el estudio entendió lo que queríamos hacer y nos dio luz verde con un presupuesto más acotado, tuvimos total libertad para hacer lo que queríamos”. Y la libertad de Logan es un simple movimiento de enfoque: no enredarse en los enredos de la trama para salvar al mundo de complicadas traiciones sino meterse en la complejidad de un personaje que intenta salvar a los suyos. Mangold no es novato en dirigir tanques. Después de un muy flojo lanzamiento de Wolverine como personaje solitario de una película de Marvel en X-Men: The Origin (FOX adquirió los derechos de la franquicia), Mangold fue contratado para filmar la segunda parte. Wolverine: The Immortal transportó al mítico personaje de las garras con el esqueleto relleno de metal líquido hasta Tokio y la convirtió en una película de samuráis. El resultado, sin embargo, fue apenas un poco superior al anterior.
Ahora, el giro es más radical: la historia es simple. Situado en un 2029 postapocalíptico, Logan tiene un trabajo como conductor de limusinas en la frontera con México. Intenta juntar plata para comprar un bote, rastrea a otros mutantes con un amigo que puede conectarlos pero no puede ver la luz, y pretende aislar a otro viejo amigo a quien llama “padre”: el profesor Charles Xavier, derrotado y deteriorado por la pérdida completa de su reino. La trama lineal como de un western se desencadena cuando aparece una fanática de la historieta X-Men que parece ser una hija perdida de Logan. Laura, una nenita salvaje cuyas garras, iguales a las de su presunto progenitor, son huesos afilados capaces de matar a una estampida de personajes similares a los motoqueros de Mad Max (interpretada por la pequeña Dafne Keen, en su primer papel en cine después de pasar por la televisión con The Refugees). Laura es perseguida por un grupo que la reclama (el Mal siempre tiene que aparecer de un modo u otro), y los tres entonces huyen en una road-movie que mezcla diversos géneros: desde el western rutero y el policial sci-fi hasta la comedia dramática de asuntos familiares.
“Las películas que estaban en mi cabeza no tenían mucho que ver con superhéroes. Eran más bien clásicos viejos y modernos, como Luna de papel de Peter Bogdanovich, No es país para viejos de los Coen o incluso Pequeña Miss Sunshine. Me interesaba volver a un tipo de relato que había ensayado en mis orígenes como director”, dijo Mangold. El director de la impecable remake de El tren de las 3.10 a Yuma se permitió, incluso, homenajear y citar a un clásico del western en el medio de su película: Shade de George Stevens, de 1953. Por otro lado, Mangold tiene una interesante experiencia en el rubro dramático: en el año 2001 le facilitó el camino al Oscar como mejor actriz de reparto a Angelina Jolie cuando la dirigió en Inocencia Interrumpida (y opacó la exageración gestual de una siempre confundida Winona Ryder), y sacó una muy buena versión de Johnny Cash en Johnny y June: Pasión y locura (Walk the Line). Esa muñeca en el género le permitió un acercamiento diferente a una franquicia que parecía condenada al infanticidio, la parafernalia lumínica y la chatura de los personajes. Por otra parte, dice Mangold, la categoría R (para mayores de 17 años) también le dio más libertad para resolver las escenas de violencia con mayor crudeza y menos after effect: cuando Logan clava sus cuchillos en una cabeza se percibe de un modo quirúrgico la penetración, o como dijo el director, más “pornográfico”.
Además de tan anómalas referencias cinematográficas, Logan no podría existir sin su esqueleto de cómic. En el año 2008, el guionista Mark Millar y el dibujante Steve McNiven crearon para Marvel la saga alternativa Old Man Logan. Una versión avejentada de Wolverine en un futuro lejanísimo ubicado en un planeta llamado Earth-807128; uno de los tantos vericuetos narrativos que tuvo la historia de mutantes sensibles, iniciada en 1963 por Stan Lee y Jack Kirby. En este caso, Logan regresa al mundo Marvel después de su muerte (Wolverine muere en el cómic y es clonado en mujer, sí, no es fácil seguir tantas genealogías) pero más viejo y más oscuro para vengar su muerte paralela. La saga de Marvel retomó la experiencia de Vértigo en DC: cómo hacer cómics para lectores que envejecieron mientras sus superhéroes se mantenían en sus moldes arquetípicos. Y la apuesta de Logan, como la de Old Man Logan, como las versiones “adultas” de Batman de Grant Morrison y Frank Miller, e incluso la versión de Christopher Nolan sobre el encapotado de Ciudad Gótica, parten justamente de esa premisa tan sencilla: un superhéroe es siempre más interesante no cuando muestra sus súper-habilidades al servicio de un bien superior, sino cuando, una vez derrotado y acorralado, no le queda otra que asumir y reflejar su costado humano.