Sobrada letra tiró Serú Girán como para que, si a alguien le ocurriese alguna vez escribir un libro sobre ellos, tuviese el título al alcance. Ahí fue Mariano del Mazo, entonces. Hurgó. Dudó. Pensó. Y finalmente se definió por uno que sintetiza bien banda, música y contexto: Entre lujurias y represión. “Me costó encontrar el título. La historia de Serú es demasiado grande, y dar con una frase sintética y con impacto me parecía casi imposible. Hasta pensé en patear la pelota afuera y poner Una historia de Serú Girán o algo por el estilo”, admite el experimentado periodista, que finalmente se inclinó por la frase-fuerza de “No llores por mí, Argentina”. “Es un tema muy fuerte éste, y funciona como un corolario de la primera etapa. Como siempre, Charly se adelantó unos meses, porque después de Malvinas el ´no llores por las heridas que no paran de sangrar´ empezó a escucharse de otro modo”.
Entre lujurias y represión (Serú Girán: La banda que lo cambió todo), publicado por Sudamericana, consta de un nutrido anecdotario que repasa pasajes finos y gruesos del devenir del grupo, pero también de contornos subjetivos vinculados a la cantidad de veces que el autor entrevistó a sus integrantes, especialmente a Charly García. “El poder de Charly es muy fuerte. Su arte y temperamento todo lo abduce. Y por ahí fue el libro, solito, más allá de mis esfuerzos. A su vez, intenté apropiarme de la banda y plantear tres niveles: los aspectos biográficos, más periodísticos; el análisis de las líricas y las músicas; y la relación de Serú con su contexto histórico y político. Y todo, lógico, atravesado por los sentimientos y las subjetividades”, señala Del Mazo, cuyo trayecto en el rubro de dos décadas y media canta trabajos en Cerdos y peces, Clarín, Marimba, Página/12, Rolling Stone y Le Monde Diplomatique, entre otros medios.
-Viene al caso lo que decís, porque las cosas son un poco lo que son, pero más lo que las personas hacen de ellas. ¿Qué hiciste vos de Serú?
-En los últimos años me resultó llamativo cómo la historia del grupo siempre quedaba circunscripta a ser una etapa de la extraordinaria y frondosa obra de Charly. Cada vez que se hablaba de Serú era como si fuera un eslabón más de esa obra. Las biografías, los análisis de las letras y los estudios académicos dejaban a la banda en esa instancia. Y no está mal: Serú queda diluido en ese magma genial. Pero yo me propuse contar la historia de la banda, y no de García “en” la banda. No fue sencillo. Incluso, por momentos, mi propuesta original se parecía a una utopía.
La competencia de Del Mazo en la cuestión Serú parte desde su adolescencia, época marcapieles si las hay. Cuenta en el prólogo de las caminatas que hacía junto a su hermano mayor, desde Cabildo a Libertador, para ver al grupo en Obras Sanitarias; de cómo impactaban esas letras, esos sonidos, esas sinergias. “El grupo me atrapó en esa etapa de confusión y búsqueda que supone que es la vida de un chico de 14, 15 años, de clase media justita, más bien tirando a baja. Me quedaba mucho tiempo pensando en frases que me impactaban. La lírica de Charly en esa época me perforaba especialmente. No sé, "quiero verte la cara brillando como una esclava negra", por ejemplo, me parece una línea poética perturbadora, brillante. Y tantas más ¿no?”, señala el periodista.
-El subtítulo del libro (“la banda que lo cambió todo”) va de suyo en muchos sentidos. ¿Cuál es el que le das vos?
-Creo que Serú hizo mucho para sacar al rock argentino de su estado de ghetto, de endogamia. Traccionó cambios de paradigmas que algún malentendido ubica recién con Malvinas. Yo creo que no, que en todo caso Malvinas precipitó todo: desde el fin de la dictadura hasta una liberación y puesta al día del rock argentino. Pero los procesos venían de antes. Para mensurar las mutaciones que operó Serú basta con escuchar el tema epónimo y acto seguido “Popotitos”: son dos extremos. Uno es un tema solemne, oscuro, ampuloso en sus formas, con orquesta y con la pretensión semántica de las palabras inventadas; el otro es un cover de un rock and roll elemental, con una letra pava. Sin embargo, fue un tremendo hit. Era un "acabemos de una vez con esta mierda de gobierno militar y bailemos sobre sus ruinas".
-Todo esto en la etapa original. Pero en el libro se te nota incómodo con el retorno de 1992, al que describís como “una foto rota pegada con cinta”. ¿Cuánto de emocional y cuánto de musical hay en las diferencias que marcás entre el período original y ese de los noventa?
-El abismo es notorio desde donde se mire. Los cuatro años fueron extraordinarios: lograron que la comparación tan perezosa como desmesurada de ser llamados “The Beatles criollos” no sonara tan demencial. La alquimia fue fantástica, ensayaban muchísimo, le daban una gran importancia a los arreglos y progresivamente fueron incorporando un profesionalismo inédito para la época que contemplaba un buen sonido, una buena iluminación, las innovadoras escenografías de Renata Schussheim y una independencia discográfica que perfeccionó los primeros palotes realizados por MIA. En todas estas cuestiones también fue “la banda que lo cambió todo”. El regreso del 92, en cambio, fue de alguna manera una parodia: era otro país, otro momento y había una montaña de millones de dólares que, al fin, ardieron en la hoguera de las vanidades. Yo creo que en el fondo Charly no quería volver. Jamás lo dirá, es una especulación mía. En efecto, toda su conducta durante el período fue de boicot.
-¿Para vos fue la banda más importante de la historia del rock argentino?
-Sí. Solo los Redonditos de Ricota encarnaron una revolución que me hace dudar en la respuesta, pero lo de Patricio Rey fue diferente y en otro tiempo. Además, estos no parecían una banda de “rock argentino”, no admitieron jamás un anclaje con una tradición rockera argentina. Ojo, no voy a negar la calidad de bandas que adoro, como Almendra, Pescado Rabioso e, incluso, de una buena cantidad de discos de Soda Stereo… pero Serú hizo una música excelsa. Lírica y musicalmente, alcanzaron un nivel insuperable.