¿Vos querés que te cuente la historia de donde nací? Fue en el viejo y querido Alton, Illinois. En 1926. Tuve que llamar a mi madre una semana antes de mi último cumpleaños para preguntarle cuántos años tengo.
Empecé a tocar la trompeta en la primaria. Una vez a la semana tocábamos notas largas. Los miércoles a las dos y media. Todo el mundo se peleaba por tocar mejor. Por suerte, aprendí a tocar la escala cromática de una. Una noche, un amigo de mi padre me trajo un libro y me mostró cómo hacerlo para evitar tener que sentarme en la clase y tocar notas largas todo el tiempo.
Mi madre quiso regalarme un violín para mi cumpleaños, pero mi padre me dio una trompeta, ¡se ve que la quería mucho a mi madre!
Había un muy buen profesor en la ciudad. Mi padre le hacía un tratamiento dental. Él fue el que hizo que mi padre me consiguiera una trompeta. Solía contarnos todo sobre las jam sessions en el Showboat y hablaba de trompetistas como Bobby Hackett y Hal Baker. “Tocá sin vibrato”, solía decirnos. “Ya te vas a poner viejo, y sea como sea, vas a empezar a temblar”, solía decir. “¡Sin vibrato!”. Así es como intenté tocar: rápido, ligero y sin vibrato.
Cuando tenía dieciséis años, empecé a tocar en un grupo —The Blue Devils— en el Este de St. Louis. Una vez vino Sonny Stitt a la ciudad con una banda y nos escuchó tocar. Me dijo: “Te parecés a un tipo llamado Charlie Parker y también tocás como él. Venite con nosotros”.
Los chicos en su banda tenían el pelo engominado, usaban esmoquin, y me ofrecieron sesenta dólares limpios por semana a cambio de tocar en su grupo. Me fui a casa y le pregunté a mi madre si podía ir con ellos. Ella dijo que no, porque tenía que terminar mi último año de secundaria. No le hablé por dos semanas. Y tampoco me fui con la banda.
Conocí a Charlie Parker en St. Louis, incluso toqué con él tres veces ahí, mientras yo seguía en la secundaria. Siempre intentábamos tocar como Diz y Charlie Parker. Cuando escuchábamos que venían a la ciudad, mi amigo y yo éramos las primeras personas en el salón. Una vez yo caí con una trompeta bajo el brazo. Diz caminó hacia mí y me dijo: “¿Tenés credencial del sindicato?”. Le dije: “Claro”. Así que toqué con la banda esa noche. No podía leer nada por escuchar a Diz y Bird. Después el tercer trompetista se enfermó. Yo conocía la parte, amaba tanto esa música que me la sabía de memoria. Por lo que toqué con la banda un par de semanas. Luego de eso tenía que ir a Nueva York.
Mi madre quería que fuese a la Universidad de Fisk. “¿Dónde está todo eso?”, le pregunté. Después le pregunté a mi padre. Me dijo que no tenía que ir a Fisk, que podía ir a la gran ciudad de Nueva York. En septiembre estaba ahí. Un amigo estudiaba en Julliard, así que decidí anotarme. Pasé mi primera semana en Nueva York y gasté todos mis ahorros del mes buscando a Charlie Parker.
Compartí habitación con Charlie Parker durante un año. Acostumbraba seguirlo por ahí, por la calle 52, donde solía tocar. Después me hacía a tocar. “No tengas miedo”, me decía, “andá al frente y tocá”. Cada noche anotaba los acordes que escuchaba en el interior de los paquetes de fósforos. Todos me ayudaban. Al día siguiente me pasaba todo el día tocando esos acordes en el salón de práctica de Julliard, en lugar de ir a clases.
No empecé a escribir música hasta que conocí a Gil Evans. Él me dijo que escribiera algo y se lo mandara. Eso hice. Era lo que yo tocaba en el piano. Después descubrí que podía hacerlo mejor sin el piano. Tomé unas clases de piano en Julliard, pero no las suficientes. Si no tocás lo suficientemente bien, estarás horas y horas en ese lugar.
Si podés escuchar una nota, podés tocarla. La nota que suena bien, esa es la única que puedo tocar en ese momento: la única nota que, me imagino, podría entrar. No aprendés a tocar el blues. Sólo tocás. Ni siquiera pienso en la armonía. Sólo llega. Aprendés dónde poner las notas para que suenen bien. No lo hacés sólo para tratar de tocar un acorde raro. Solía cambiar las cosas porque quería escucharlas, sustituyendo progresiones y otras cosas. Ahora tengo mejor gusto.
¿Que si me gusta más componer que tocar? No puedo responder eso. Hay una sensación al tocar que no tenés al componer. Igualmente, cuando tocás, es una suerte de composición, de todas maneras. Vos le das la forma final. ¿Qué me gusta tocar? Me gusta “Round Midnight” . De hecho, me gustan todas las baladas, si me siento con ganas de tocarlas.
¿Qué pienso de mi forma de tocar? No conservo ninguno de mis discos. No soporto escucharlos después de haberlos hecho. Los únicos que de verdad me gustan son el que acabo de hacer con Gil Evans, Miles Ahead , el que hice con J. J. ( Johnson) en una fecha en el Blue Note hace unos cuatro años, y uno de una fecha que hice con Charlie Parker.
La gente me pregunta si respondo al público. No me gustaría subirme al escenario y tocar sin que a nadie le guste. Si es un público grande, estoy muy tranquilo porque de todas formas están ahí. Si es un público menor, a veces ni me importa. Disfruto tocar y escuchar a mi sección rítmica. Estudio y experimento todo el tiempo.
Sé que la gente tiene su propio ritmo y siente las cosas cuando están bien. Una persona tiene que ser un inválido para no mostrar algún indicio —un golpecito con los dedos, aunque sea—. No tenés que aplaudir. Nunca busco los aplausos. En Europa les gusta todo lo que hacés. Los errores, todo. Eso quizás ya es demasiado.
Si podés tocar bien ocho compases, es suficiente. Para vos mismo. Y con eso basta.
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George Avakian es el hombre que firmó a Miles Davis para el sello Columbia.